En las
profundidades del bosque sagrado se yergue, desafiando al tiempo, el árbol
milenario de los frutos amargos.
Entre sus raíces
retorcidas tiene su morada una triste doncella pálida, bella como la aurora,
serena y triste como la niebla.
La desdichada
virgen carga la culpa de un oscuro pecado y fue condenada a regar eternamente
con su llanto el árbol milenario de los frutos amargos.
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