La hermosa
condesa Eloísa fue acusada de brujería. El Tribunal de la Santa Inquisición
había recibido muchas denuncias que declaraban haberla visto las noches de luna
llena dirigiéndose al bosque en donde realizaba rituales blasfemos alabando a
Satanás, algunos se atrevieron de acusarla de haber envenenado a su esposo, el
conde Rodolph. El Inquisidor ya no podía ignorar las acusaciones contra la
condesa y ordenó que la trajeran para comparecer.
Su proceso fue
rápido. En un baúl de sus aposentos encontraron una túnica negra, grimorios y
pócimas. Fue condenada a morir quemada en la hoguera. Dada su condición de
noble esperaba, resignada a su triste suerte, el día del auto de fe en una
celda del convento.
Y llegó el día.
La condesa fue llevada a la plaza en donde la muchedumbre ya estaba reunida
para verla arder en la pira. La subieron al tabladillo, la condesa
completamente desconsolada pidió recibir la comunión antes de ser ejecutada
pues a pesar de las pruebas encontradas ella insistía en su inocencia, la plebe
se burló de ella pero el sacerdote, cumpliendo con su deber, se acercó y le dió
la bendición.
Ya estaba atada
al poste y la paja preparada a sus pies cuando en medio del alboroto un
caballero templario irrumpió a todo galope. Era sir Francis, conocido y
admirado por su valor en la última cruzada en Tierra Santa.
— ¡Detengan la
ejecución, traigo una bula de perdón de nuestro Santísimo Pontífice! — exclamó
el templario — la condena se cambia a reclusión en el Monasterio de Santa
Clara. Yo mismo la llevaré.
No esperó
respuesta del Inquisidor, subió al tabladillo, desató a la condesa que no pudo
contener el llanto al ver a su salvador, la subió a su caballo y se alejaron de
la plaza en la que los aldeanos vociferaban rabiosos pues querían ver arder a
la condesa.
Días después Eloísa
se encontraba a salvo durmiendo plácidamente en una habitación del Monasterio
de Santa Clara. Mientras tanto, en las catacumbas del mismo, Sir Francis
invocaba al demonio que tenía esclavizado gracias a los encantamientos de un
libro misterioso que encontró en las lejanas tierras de Constantinopla, ese
demonio ya le había concedido la muerte del conde Rodolph y ahora le concedería
la venganza... Aquellos que habían acusado de bruja a su amada Eloísa
recibirían un merecido castigo.