in girum imus nocte et consumimur igni

in girum imus nocte et consumimur igni

jueves, 17 de abril de 2008

Atardecer

Con destellos color bronce
los últimos rayos solares se filtran
por la tosca ventana de pesados cortinajes
y simulan ser fuegos fatuos
donde danzan
las inquietas salamandras.

¡El atardecer!...
la belleza del ocaso es patética
y deja una extraña sensación en el alma,
es como una dulce tristeza que alegra
y es como una amarga alegría que entristece
tiene sabor a veneno y embriaga.

En el candelabro de plata denegrida
arden tres velas aromáticas
y la luz con la sombra mezclada
dibuja oscuros figurines
en el añoso muro
de piedra gastada.

En el espejo de marco tallado
se vislumbran vagos reflejos
de ignotos y olvidados fantasmas
y desde el pasadizo húmedo
llega el rumor de los pasos
de los muertos que nunca nacieron.

Liliana Celeste Flores Vega - enero de 1995

lunes, 7 de abril de 2008

Criptofilia

Entra sin miedo en mi jardín prohibido
siguiendo un camino sembrado de pan
entra conmigo a fondo perdido
y verás...
Entra sin miedo aún si estoy dormido
siguiendo la duda que marca el azar
entra conmigo a fondo perdido
y verás...
(Entra conmigo – Bushido – Morti)


Criptofilia

La noche guarda silencio sobre las tumbas... un ángel en cuyos labios enmudeció el canto divino es el guardián inmóvil de la sepultura que esconde mi secreto.

Monto mi unicornio fantasma y guiada por la luz de la pálida antorcha de la luna mortecina recorro el onírico sendero que limita con los caminos de la muerte. Llego al umbral ancestral vigilado por la esfinge, la mítica criatura no me formula enigmas pues aún no se responde ella misma como es posible que yo camine entre los vivos cuando mi corazón dejó de latir en el instante en el que mi amado cayó bajo el hechizo de Morpheus.

Traspongo el umbral que separa los dos mundos, no necesito de psicopompo pues conozco de memoria los caminos del Valle de la Muerte. Mi presencia no inquieta a los espectros que ya se han acostumbrado a ver mi vagarosa silueta nebulosa, que no es fantasma pero camina entre las sombras, deambulando por estas sendas... hasta los demonios me sonríen al reconocer en mí a la niña que danzaba entre las tumbas.

Cruzo el sendero flanqueado por dos hileras de árboles cetrinos, dejo a mi unicornio fantasma atado a un árbol carcomido por el tiempo. Sorteo las trampas del laberinto hecho con matorrales de rosas salvajes cuyas espinas se cobran el tributo de mi sangre, precio que pago gustosa solo por verlo... llego hasta la reja de hierro, la llave pende de mi cuello, abro el portón y atravieso el jardín prohibido, bouquet de jazmines azules y pálidos lirios.... finalmente llego a la mansión embrujada, la morada de la Luna Funeraria.

Las tímidas doncellas que vigilan su sueño me reciben con una reverencia. Subo las escaleras quedamente para no despertar a mi amado pues las campanas fúnebres aún no han anunciado la hora sonámbula con la que se inicia la mascarada fantasmagórica.

Entro a nuestra alcoba, mausoleo de cánticos nupciales que quedaron suspendidos en las notas del silencio. Enciendo los lamparines y perfumo la habitación con incienso de rosa, sándalo y jazmín... me quito el faldón desgarrado, la blusa y los botines... restaño mis heridas con infusión de manzanilla y me visto con un vaporoso camisón hecho de nieblas.

Descorro los plúmbeos cortinajes que protegen nuestro lecho y que fueron tejidos por las arañas milenarias criadas por la Degolladora en la cámara subterránea de su ancestral templo pétreo para resguardar su sueño de pesadillas y maleficios. Mi amado duerme entre sábanas hechas con hebras de noche y su inocente desnudez es tan pecaminosa como el descaro hierático de los ángeles de mármol que exhiben sus encantos viriles en los cementerios.

Su sueño es tan profundo que se asemeja a la muerte. Mis manos acostumbradas a tejer velos con hilos de luna y a escribir poemas sobre el agua recorren su anatomía insensible como la marmórea carne de los ángeles sepulcrales... y como el mármol su carne es fría e indiferente a las caricias de mis húmedos labios anhelantes de saborear su virilidad dormida. De tanto acariciarlo mientras duerme mis manos aprendieron a disfrutar la impasibilidad de su mutismo y mi carne reprodujo la frialdad ultraterrena de la suya.

Mientras que las campanas de la torre esperan que el hada de alas de libélula tire de las cuerdas mágicas yo me deleito recorriendo su desnudez con la misma devoción del escultor de la fábula que acariciaba las voluptuosas formas de la bella estatua pidiendo a los dioses que su amada Galatea cobrara vida... y como aquel escultor enamorado yo también espero el milagro de que su carne muerta bajo la magia de mis caricias se haga trémula.

Lo contemplo: Su oscura cabellera, tan negra como el ala del cuervo, cae en desorden sobre sus hombros haciendo que por el contraste su piel parezca más pálida de lo que es... sus venas se dibujan como líneas azules bajo la piel traslúcida de su cuello invitando a mi boca sedienta de su sangre añil a herirlo con mis vampirescos colmillos.

Bello como un dios pagano abstraído en el sueño eterno por un maleficio de la Luna celosa que lo ama con delirio y pasión loca... bizarro como un vampiro que en su andrógina hermosura no pierde la virilidad de su furiosa elegancia apócrifa. Mi amado es un príncipe de las tinieblas a quién la Diosa de la Muerte le otorgó con un beso el oscurecido don de unirse con las sombras para perpetuar su gallardía melancólica.

Repican las campanas respondiendo a mis conjuros de versos de argento... él se estremece bajo mis caricias... mi amado despierta, sus labios esbozan una ligera sonrisa al reconocer mis manos recorriendo con amoroso impudor su provocativa desnudez... el sonrojo no colorea sus pálidas mejillas pero sus labios se humedecen y su pecho se agita.

Entreabre sus ojos, abismos ígneos de profundidad infinita, en los que mi inocencia encontró su ruina seducida por sus embrujos de nigromante y las letanías que recitaba al borde del abismo en las noches de luna negra... basta una mirada suya para que quede ebria de beleño.

La noche desata su pasional danza, eufonía amorosa entre la dama blanca y el caballero negro... somos vampiros gracias a la maldición de la luna azul que se viste de plata, nuestras bocas se buscan para saciar mutuamente la sed de besos, el sangriento frenesí... él me expresa su ternura con furia y arrebato, sus celos dejan en mi cuerpo las huellas de su lujuria... yo le correspondo haciéndole conocer el placer del dolor torturándolo con dulces caricias.

Cuando se asoma el alba, la maldita virgen vestida de luz diáfana, mi amado vuelve a caer en su sueño... me quedo a su lado, mi cabeza reposando sobre su pecho... pero debo de irme, muy a mi pesar abandono el lecho... le doy un beso, lágrimas de plata ruedan por mis mejillas... al contemplarlo dormido comprendo que en los sueños del amor y de la muerte hay poemas sin palabras y melodías forjadas en el silencio.

Corro los cortinajes de nuestro lecho recitando la plegaria que en mi ausencia le dará hermosos sueños... antes de abandonar la mansión embrujada le ordeno a las doncellas que lo cuiden. Hago un ramillete con lirios y jazmines... cierro con triple golpe de llave el portón que da acceso al jardín prohibido y renuevo las trampas del laberinto.

Me protejo del sol cubriéndome con mi manto de oscuridad y cabalgo a todo galope el camino de regreso... le rezo a la luna para que algún día el hechizo se rompa y pueda despertar.

Y ésta es nuestra leyenda, nos amamos en los reinos oníricos... nuestro amor es un fantástico y trágico reverie en el limite de la vida y de la muerte... yo soy la hechicera de sus pesadillas, la princesa azul de sus sueños... él es el nigromante de mis sueños, el príncipe de la muerte de mis pesadillas.

Liliana Celeste Flores Vega, 2006

sábado, 5 de abril de 2008

Matinal fantasma

... Era el alba
y un fantasma matutino
recorría tristemente la senda abandonada
donde crece la hierba descuidada.

... Era el mediodía
y la sombra de la mañana
reposaba a la vera del camino semioculta en el ramaje
de un árbol tranquilo.

... Era el ocaso
y el espectro iluminado
se volvió pálido y huyó cuando las sombras
cayeron sobre el camino.

Liliana Celeste Flores Vega - 1993