in girum imus nocte et consumimur igni

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martes, 29 de diciembre de 2015

La Torre de ámbar

Desperté, estaba envuelta en la capa de Aiec Paec y acostada sobre un lecho improvisado, busqué al guerrero inmortal con la mirada y lo vi a la orilla de un enorme lago azul espejo en el que no había reparado antes asegurando la vela de una balsa hecha con totoras, por un momento me sentí aturdida pues no comprendía como no había podido ver el lago antes pero lo entendí cuando vi a mí alrededor, al parecer Aiec Paec me había traído hasta allí mientras yo dormía.

Aiec Paec me tomó entre sus brazos y me subió a la balsa, tomó los remos... mientras nos alejábamos de la orilla del lago que se encuentra entre las nubes contemplé las ruinas humeantes de lo que fuera el magnífico centro ceremonial de Tiahuanacu, un estremecimiento recorrió mi cuerpo al divisar el Portal del Sol derrumbado y partido en dos... mis ojos no pudieron apartarse de la visión de las ruinas hasta que llegamos al centro del lago y el pasaje astral se abrió, levanté mis ojos y vi a Aiec Paec quien también miraba hacia la lejana orilla pero no observaba las ruinas, vigilaba la distancia y el dolor por dejarlos a ellos sobre la realidad de una región devastada se posó sobre sus ojos indefinidos entre azul y verde como una sombra.

Aiec Paec remó un poco más hasta que la balsa entró a la columna de luz, aquella luz nos envolvió y por un instante solo existió ese destello argentino y gélido... una sacudida... y la luz se desvaneció en suave neblina que flotó por un momento sobre la superficie de las aguas azules, cuando se disiparon por completo pude ver que ya no estábamos en el centro del lago, estábamos en medio de un inmenso mar... me arrebujé en la capa del guerrero inmortal y cerré los ojos desalentada por la panorámica inacabable de agua. Aiec Paec remó en el Mar de la Eternidad infatigablemente, por momentos yo despertaba de mi sueño y solo divisaba cielo y mar, cielo y mar... entonces volvía a cerrar los ojos dejándome mecer por el suave vaivén de las olas. Creí que habíamos navegado por una eternidad cuando Aiec Paec aseguró los remos y dejó que la corriente llevara la balsa; se recostó a mi lado, instintivamente busque el calor de su cuerpo  y lo interrogué con la mirada... él dejó escapar un leve suspiro, acarició mi mejilla y me besó tiernamente en los labios, aquel beso me confortó y me acurruqué en su pecho.

Un rayo de luz hirió mis ojos y los abrí, amanecía pero aún la visión del panorama era sólo de cielo y mar. Aiec Paec estaba despierto pero no había querido despertarme quitándome el abrigo de su cuerpo; supe que él tenía que seguir remando y me resigné a arrebujarme con su capa lo mejor que pude... intenté mantenerme despierta pero la inmensidad del Mar de la Eternidad volvió a abrumarme entonces fijé mis ojos en la espalda de Aiec Paec, había atado su larga cabellera color azabache en una coleta y el movimiento monótono de sus hombros al remar  terminó por hundirme otra vez en el sueño. Al atardecer la calina nos rodeó pero entre la bruma pudimos divisar las costas de Néphula.

Llegamos a la Playa del Silencio de noche, entonces la vi: Entre nieblas azules, espectral y lejana, casi irreal en su fantasmagoría se alzaba la Torre de Ámbar... Aiec Paec dejó la balsa atracada en el roquerío e hizo ademán de tomarme entre sus brazos pero yo le dije que intentaría caminar pues sentía las piernas entumecidas y deseaba moverlas para entrar en calor, él me ayudó a ponerme de pie pero me alzó en vilo al verme flaquear. A unos pocos pasos un guerrero estaba sentado sobre una roca, al vernos se puso de pie poniendo en manifiesto su magnífico porte: Su larga cabellera oscura estaba atada en media coleta, vestía un elegante uniforme de gala de  terciopelo, sobre éste llevaba una coraza que relucía con un brillo argentino y una espada con empuñadura de rubíes colgaba de su cinturón, pero lo que más me impresionó fueron sus ojos ígneos como dos carbunclos.

- Lars a vuestras órdenes - dijo haciéndome una reverencia marcial - si no lo recordáis yo soy vuestro guardián personal y... 
- Yo cuidaré de ella como cuando era una niña, el mismo Príncipe de la Muerte me la encargó -  dijo Aiec Paec con una severidad que no imaginé en su semblante, por un instante ambos se miraron como si midieran sus poderes, finalmente Lars cedió haciendo una cortés reverencia que se notó fingida y diplomática - ¿Trajiste el carruaje? – preguntó Aiec Paec y Lars le respondió asintiendo con la cabeza sin ocultar el brillo furioso de su mirada de fuego.

Liliana Celeste Flores Vega - 2002 

Lágrimas

Mi cuerpo estaba entumecido con una rigidez casi pétrea, yacía en una duna semienterrada por las rojas arenas calcinadas y la sed me atormentaba. El veneno corría rápidamente a través de mis venas y el sueño vencía mis cansados ojos, yo sabía que si cedía moriría... y deseaba morir...

Cerré mis ojos y me preparé para descender a la oscuridad cuando escuché que una voz gritaba mi nombre, pero el grito me llegó solo como una sombra del sonido demasiado lejana como para abrigar esperanzas y cedí a la oscuridad que me arrastraba. Me hundía en un torbellino sanguinolento y oscuro, deseaba seguir cayendo y cayendo pero de pronto un golpe seco me arrancó la deliciosa sensación de vértigo... me estaba hundiendo en las arenas y mi cuerpo estaba petrificado, sin embargo era una sensación agradable, carente de dolor... cuando mi voluntad estaba a punto de ceder nuevamente aquella lejana voz gritó mi nombre pero ésta vez me llegó una imagen con el sonido lejano y angustioso: La silueta de un hombre de largos cabellos oscuros embozado en una capa de tinieblas... algo dentro de mí se rebeló contra la fuerza que me arrastraba inexorablemente al olvido, un tamborileo insistente que fue correspondido por un redoble dentro de mi pecho que en un principio me pareció ajeno y luego reconocí como los latidos de mi corazón.

Intenté luchar pero ya era demasiado tarde, mi cuerpo estaba petrificado, perdida toda sensibilidad, solo la angustiosa sensación de que mis esfuerzos eran inútiles. Mis ojos empezaron a cerrarse en contra de mi voluntad y mi corazón empezó a latir más lentamente pero de pronto unas gotas de lluvia humedecieron mis resecos labios y bebí aquellas gotas  saladas, pasaron por mi seca garganta y fue tan vivificante como beber del manantial de la vida, mi corazón empezó a bombear sangre y ésta sangre circuló por mis venas  devolviéndole la sensibilidad a mi cuerpo petrificado.  Recuperé mis fuerzas y luché para no quedar enterrada por las arenas y lo logré, entonces abrí los ojos: Estaba entre los brazos de un hombre que lloraba y besaba mis mejillas y mis labios con desesperación, pero no era el hombre embozado en la capa de tinieblas que yo había visto cuando el veneno me convertía en piedra, era un hombre joven de largos cabellos dorados y hermosos ojos azules, más hermosos empañados por el cristal de las lágrimas que me habían salvado la vida.

El hombre de largos cabellos oscuros estaba sentado con la espalda encorvada y la cabeza echada hacia delante, con la frente tocando sus rodillas y el cabello cayéndole sobre el rostro, recostado a un muro de piedra semiderruído frente a nosotros en una  postura absolutamente desconsolada parecía formar parte de las ruinas de lo que a mi confuso entendimiento le pareció un templo destruido por el poder de un dios furioso y malvado. Al sentir mi mirada sobre él levantó su rostro, aún incrédulo me dijo:

- Creímos que te habíamos perdido – extendió su brazo hacia mí  y sentí sus fríos dedos acariciando mi mejilla, pude ver que tenía la muñeca atada con un jirón de tela que estaba totalmente embebido en sangre – intenté... despertarte dándote de beber mi sangre... pero... no entiendo, las lágrimas...

El hombre joven de cabellos dorados aún me sostenía entre sus brazos  cuando el hombre de largos cabellos oscuros me abrazó. Era placentero sentir ése doble abrazo, una dulce somnolencia me envolvió, me sabía protegida y estaba agotada, cerré los ojos deseando quedarme dormida con la cabeza apoyada sobre el pecho del hombre joven de cabellos dorados y cobijada por el abrazo del hombre de la capa de tinieblas cuando un estruendo nos sobresaltó a los tres: en el horizonte una centella roja surcaba el cielo...

- ¡Jian Oog se llevó los dos cetros! - exclamó una voz de trueno y frente a nosotros surgió un guerrero inmortal, sus largos cabellos negros como la noche enmarcaban su pálida faz en la que sus ojos irreales indefinidos entre azul y verde fulguraban de rabia - ¡Estás con vida! - exclamó al verme y su semblante se suavizó  por una vaga sonrisa.

Un segundo después de que el guerrero inmortal terminó de hablar un resplandor azul estalló a su lado y apareció una hermosa mujer de rubia cabellera alborotada que le llegaba a la cintura, una línea dibujada con terracota destacaba en su níveo rostro sombreando sus ojos semejantes a dos turquesas, su belleza salvaje era una amalgama de fragilidad y fuerza, delicada como una princesa pero algo innato en ella la delataba como guerrera.

- ¡No encuentro a Coalechec!... y mi amaru... ¡mi amaru está muerto! - exclamó desesperada y el hombre de largos cabellos oscuros abrió los labios para decir algo pero fue interrumpido por la súbita aparición de un joven guerrero de largos cabellos dorados que caían como una cortina de oro sobre sus espaldas, jadeaba y sus ojos de un azul profundo rutilaban de ira.
- ¡No está!... Coalechec no está en ningún lado... lo busqué... entre las ruinas - dijo el joven guerrero agitado - Shia, encontré esto - dijo entregándole a la hermosa mujer un garrote que ella tomó como si la pesada arma fuera ligera.
- Shia, Xiuel... Jian Oog se llevó los dos cetros, vamos tras él - dijo el hombre de la capa de tinieblas dirigiéndose a la hermosa mujer y al joven guerrero -  Aiec Paec, cuídala... llévala a la Torre de Ámbar – añadió, me levantó entre sus brazos y me entregó al guerrero inmortal, quien me recibió devotamente - nosotros iremos tras ése miserable.

Vi como el hombre joven de dorados cabellos se ponía de pie y Xiuel se fusionaba con él formando un solo ser, silbó y dos corceles de tormenta descendieron velozmente del cielo, él montó uno de los corceles, el hombre de la capa de tinieblas montó el otro y le ofreció su mano a Shia ayudándole a subir a la grupa del fantasmagórico corcel, en un instante eran solo dos puntos de luz oscura en la inmensidad del cielo nocturno.


Me cobijé en el pecho del guerrero inmortal, su contacto fue reconfortante, un aura lila me arrebujó suavemente y el sueño descendió sobre mis párpados como una caricia dejando atrás mi confusión, la angustiosa pesadilla y las dunas de rojas arenas.

Liliana Celeste Flores Vega - 2002 

sábado, 26 de diciembre de 2015

La sombra de las alas de Lilith

Bebí de la sangre del Draco, ígnea esencia inmortal, veneno escarlata que trasmutó mi esencia almática convirtiéndome en quimera de sueños, pesadilla hecha realidad.


Soy Hija de la Luna, la Elegida Primigenia, en mis manos tengo el poder de Su cetro de Argento para juzgar a los de Raza Inmortal... soy la hierática sacerdotisa que danza entre las tumbas al compás de las melodías forjadas en el silencio, canto los dulces arrullos de la Dama de la Muerte y mis letanías pueden callar a un Dios.


Le di a mi querido amante mi palabra de honor, sagrada promesa de Luna Enamorada hecha al Mar, de que no me inmiscuiría en sus contiendas con el einherjer del Norte... como dama azul sé respetar el honor de un guerrero, até mis manos para no lanzar hechizos a través del espejo y mordí mis labios para no lanzar una maldición en alas del viento... solo las libélulas saben cuantas lágrimas derramé sobre el nebuloso cristal.



Pero ésta madrugada comprobé que eras tú quien movía los hilos que hicieron que la mano del einherjer domador de truenos empuñara el puñal... juro que no tocaré a tu marioneta, del cargo de traidor se le concede el beneficio de la duda y la disculpa de actuar bajo tu imperio, por eso no dañaré ni uno solo de sus rubios cabellos... solo cortaré las manos del titiritero.

Draco de Hielo, Lobo de Plata que quisiste sentarte en el Trono de Sombras usurpando el brillo del Lucero... ironías del destino, absurdas leyes del caos, la sospecha de traición no bastaba para cortarte el cuello... pero heriste al mas amado de mis Lilitus, el primero a quien en un beso le di de beber mi veneno... rompiste el pacto, un Dios no debe de meter sus divinas narices en un duelo de shamanes... ahora como madre, amante y mano izquierda de la Diosa Emperatriz reclamo mi derecho.



Las nieblas te envuelven como un sudario... levanto mi velo... ¡Mira la cara oculta de la Luna y contempla petrificado como desciende del cielo la Lechuza que te sacará los ojos!



Y ya está hecho... la perla primigenia del séptimo quedará guardada en una ostra, hundida en las profundidades del Mar.... he allí su condena: Eternamente mecido por las olas.



Que sirva de ejemplo: Lilith defiende a sus abrazados y a sus hijos con furia de amante y amor de madre.



Y tú, einherjer del Norte... ahora sin las ventajas que un Dios traidor te concedía, si aún hay cuentas pendientes entre tú y el guerrero de las mareas, pelea limpio, hombre a hombre... Lilith no proyectará la sombra de sus alas si es un duelo de caballeros.



Liliana Celeste Flores Vega - agosto 2008

domingo, 6 de diciembre de 2015

Noche de Luna Negra

Noche de Luna Negra

Mi mente aún no se recupera de la visión atroz de aquella noche maldita, hace una semana, en la que el Guerrero de la Luna se ofreció voluntariamente al sacrificio ritual de la Huaca de la Luna de los Muertos condenándose a ser la próxima victima de la Diosa que cena y danza con los cadáveres.

Me atrevo a correr la cortina de lo irreal para averiguar que sucedió con el Príncipe de las Nieblas. Noche sin luna o mejor dicho, noche de luna negra. Mi espejo de tinieblas me muestra una extraña escena: La Fantasmala viste sus galas negras y luce sus joyas de plata, sentada frente al espejo le da los últimos toques a su tocado, asegura su velo tejido con hilos de noche con espinas de rosas blancas y baja las escaleras tan bella como una viuda siniestra... en el descanso del séptimo piso le da el alcance un caballero vestido con la elegancia de un noble de la corte de Francia llevando duelo, lleva sus cabellos color cobre atados en una coleta y los ojos verdes sombreados en negro, le ofrece con galantería su brazo a la sombría dama ella le da un beso en la mejilla y lo enlaza.

Los dos descienden por las escalinatas de piedra patéticamente iluminadas por antorchas mortecinas adosadas a los muros de piedra hasta el tercer piso de la atalaya de ámbar. Entran a un amplio salón adornado con cuadros blasfemos y amoblado con elegantes muebles de madera tallada, ella toma asiento en una butaca doble, él sirve dos copas de vino, le ofrece una y se sienta a su lado... brindan… charlan placenteramente, él la mira con arrobamiento, ella le sonríe coqueteándole tras el velo. Sus coloquios son interrumpidos por el repiqueteo de una campanilla, ella se angustia, él aprieta sus manos entre las suyas para calmarla, se pone de pie y abre de par en par las puertas del balcón... él le hace un gesto para que se acerque, ella se niega, él insiste… finalmente la bella dama de negro se asoma por el balcón.

La Fantasmala asoma por el mirador con los atavíos de la luna negra… abajo en el patio, el Guerrero de la Luna, vistiendo su armadura de argento y portando la mítica espada la saluda hieráticamente. Ella le corresponde con una sonrisa triste… el Guerrero de la Luna desenvaina su espada, la luce y la hoja resplandece como un rayo de luna en la negrura de la noche arcana, la clava en tierra y seguidamente se despoja de su armadura. Finalmente se queda en gregüescos y camisa blanca, echa hacia atrás su cabellera dorada con ese aire de arrogancia en él característico, la dama enlutada desprende una rosa blanca de su tocado y se la lanza, él la recoge y la estruja hasta hacerse sangrar la mano con las espinas. n lontananza se distinguen las siluetas de cuatro jinetes espectrales a toda marcha.

Los Cuatro Caballeros de la Muerte llegan presurosos. Los cuatro corceles caracolean bajo el balcón desde donde La Luna Negra se abanica con desfalleciente aspaviento de dama antigua... los cuatro jinetes malditos saludan a la damisela, ella cierra de golpe el fino abanico y ellos hieren a sus corceles con las espuelas, obligándoles a correr en círculos alrededor del Guerrero de la Luna.

Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991




sábado, 5 de diciembre de 2015

Preludio y Sacrificio en Cerro Blanco

Preludio

Por la virtud que enlaza mi pensamiento con la magia de la Hechicera Fantasma el espejo se nubló y me mostró visiones fantásticas.

Con un vestido de nieblas y la oscura cabellera recogida como al descuido con cintas perladas, la Fantasmala atisbaba las lontananzas desde el mirador de su atalaya. La azul mirada perdida más allá de las vastedades del reino del que es soberana pretendía desentrañar los augurios del reino de las almas.

Ella meditaba en silencio como deseando descifrar los rumores del viento… pero su taciturna plegaria fue interrumpida por el guerrero que se emboza en su capa de tinieblas. Él la abrazó ciñéndola de la cintura, ella echó hacia atrás su cabeza para recibir un beso… las tres lunas de plata se alinearon y se abrió el portal del tiempo.

En la región donde Shia extiende su poderío los guerreros de la Huaca de la Luna culminaban los últimos detalles de una ceremonia al pie del Cerro Blanco. Las notas de una quena entristecían la noche que se anunciaba funesta y maldita como todas aquellas en las que la Diosa Sanguinaria reclama sacrificios que halaguen su perversidad insana.



Sacrificio en Cerro Blanco

Muchas veces he presenciado gracias a la magia del portal los ritos que se celebran al pie del Cerro Blanco en honor a Shia, la Luna de los Muertos: Quenas, tamboriles y pututos dan inicio a la ceremonia. Dos jóvenes y robustos muchachos vestidos con sus mejores galas de guerreros inician un ritual macabro mitad lucha y mitad danza en la que se busca quitarle el penacho o cortarle la trenza al rival. El que pierde el casco emplumado o la trenza recibe sin piedad un golpe de maza en la cabeza y es degollado al instante por el vencedor quien también abre su pecho y le arranca el corazón que aún palpitante ofrece a la Diosa quien contempla, con serena satisfacción desde su trono de huesos, como sus amantes sacrifican sus vidas por la promesa de sus engañosas caricias y venenosos besos.

El cuerpo del perdedor es despeñado desde la cumbre del Cerro Blanco y su cuerpo queda expuesto al aire libre en el patio a merced de las aves de rapiña que le pican los ojos y comen los labios. El vencedor se acerca donde Shia y se arrodilla, ella le ofrece un kero rebosante de chicha de jora que él bebe, luego ambos pasan al macabro salón del banquete en donde cenan acompañados de esqueletos despellejados... música y danza... hacen bailar a los muertos como marionetas y la argentina risa de la Diosa hace vibrar las paredes de barro del Templo maldito de la Luna…. abunda la chicha, se enciende la lujuria... Shia lleva a sus aposentos al vencedor. El guerrero se convierte en uno más de los amantes de la Diosa… recibe honores, oro y respeto, una porra y la promesa, siempre engañosa de la luna, de otro beso.

Pero aquella noche estaba envuelta de presagios peregrinos, los guerreros de Shia celebran cuatro veces al mes el mismo ritual sanguinario para celebrar las fases de la lumbrera de plata, tan veleidosa como la Diosa infame que viste túnica blanca. Para la Hechicera Fantasma no es novedad que otro amante de Shia, ebrio de pasión insana, se inmole… pero ella estaba en el mirador de su atalaya de ámbar escudriñando la noche incierta  e incluso el guerrero de la capa de tinieblas demostrara interés en contemplar un ritual arcaico que a sus ojos debería de tener antigüedad de siglos... algo inusitado iba a suceder, un tamborileo que resultó ser el latido de mi corazón fue el único ruido que se escuchó durante varios minutos.

Entonces sucedió. La primera impresión fue de sorpresa, por los presagios que traía el viento se esperaba que un descomunal dragón de siete cabezas con azufrado aliento descendiera en la terraza amenazando devastar el santuario escupiendo llamaradas por sus fauces o que un ejército de guerreros bestias montados sobre lobos irrumpiera con antorchas y espadas en el patio sagrado del Templo de Shia… pero fue un muchacho vestido a la humana usanza moderna quien atravesó resuelto el patio y retó con su fría mirada azul a los guerreros de rostro pintado con terracota y ocre negro quienes incrédulos lo miraban con asombro titubeando si atacarlo con las porras o esperar en suspenso a que el muchacho hiciera o dijera algo.

Shia descendió por la rampa vestida con una túnica blanca de lino finamente bordada con hilos de plata en el ruedo, el hermoso pectoral de argento relucía con lunar destello y las magníficas turquesas engarzadas quedaban opacadas por la luz de sus ojos divinos sombreados con ocre negro a la usanza de las deidades moches, su alborotada cabellera de oro bruñido le pasaba la cintura y entre su melena se confundían sierpes cual medusa... ella era una visión capaz de deslumbrar a los Dioses pero el muchacho se mantuvo de pie desafiando su belleza anacrónica, ambos quedaron frente a frente, ella alzó sus brazos desnudos adornados con brazaletes de plata ennegrecida con hierático gesto de diosa lunar y su aura azul destelló haciendo gala de luz inmortal.

La cruel hermosura de Shia hubiera fulminado a un mortal pero el muchacho echó hacia atrás su larga cabellera rubia con un gesto que a otro Dios le hubiera parecido desacato pero Shia sonrió, se acercó al muchacho, lo abrazó y lo besó en la boca. Los guerreros de la Huaca de la Luna con sus porras entre las manos guardaron sepulcral silencio, aún no se recuperaban del estupor de haber visto a la Diosa besando a un mortal cuando Shia se separó del muchacho y giró hacia la rampa… los guerreros cayeron de rodillas inmediatamente y se arrancaron las pestañas cuando a lomos de un amaru espantable descendió “aquel que nunca se muestra” el Señor de los Muertos vistiendo una túnica negra, pectoral de plata ennegrecida, el rostro cubierto con una espantable máscara de felino demoníaco y portando los dos cetros, uno de oro el otro de plata, simbolizando su poderío sobre los vivos y los muertos.

El Dios que se oculta entre las sombras descabalgó de su monstruosa montura y caminó hasta donde se encontraban Shia y el muchacho, se quedó de pie a unos pocos pasos de ellos contemplándolos con silencio hierático. Shia sacó un cuchillo oculto entre su vestimenta, el muchacho extendió hacia ella los brazos y la Diosa Sanguinaria le cercenó las muñecas… en los ojos del muchacho rutiló una chispa de lujuria desquiciada mientras que su sangre caía a los pies de la Diosa y la luna menguante enrojecía. Shia esgrimió otra vez su cuchillo y, honrado su titulo de la Degolladora, cercenó el cuello del muchacho llenando con la sangre un kero de plata adornado con turquesas.

El Dios de los Muertos tomó la porra que llevaba al cinto, la alzó y descargó un golpe seco sobre la cabeza del muchacho quien cayó al suelo evidentemente muerto... pero era una noche de enigmas y después de unos minutos de silencio, el cuerpo inerte se estremeció y el muchacho se puso de pie, un poco atontado pero ileso: En el suelo yacía en medio de un charco de sangre el Príncipe de las Nieblas... Shia ordenó que lo levantaran y que lo llevaran al Templo.

Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Noche medieval

En la soledad y el silencio de los húmedos muros del viejo castillo medieval
la noche se torna corpórea y tangible, se diría que las tinieblas
toman las formas de los pasados fantasmas y vagan por los pasadizos tristes.

Desde el oscuro bosque de árboles añosos llegan los tristores de los gnomos huraños
y el viento llora a través de los troncos huecos con un ulular que espanta
sin duda la canción de los silfos augura desgracias.

En el acogedor salón adornado con nobles escudos y patéticos cuadros
lanza ígneos destellos las llamas que en la chimenea danzan
y las suicidas falenas con fuego juegan.

Un murciélago perdido toca con sus membranosas alas los vitrales del mohoso ventanal
y con sus ojos rojos interroga a las mudas estatuas que con vacías miradas
las sombras quieren penetrar.

Pasos silenciosos suben las escaleras y se dirigen a la alcoba cerrada.
Los halcones se quedan dormidos... los búhos cierran los ojos...
un grito ahogado por un beso impuro... una salvaje embestida... un sollozo.

La espada hirió carme virgen... de carmesí se tiñen las sábanas de lino.
En el bosque encantado un unicornio se desploma y cae muerto
y el crimen queda impune, oculto por la luna que cómplice sonríe con sarcasmo.

Un prolongado silencio amortaja al castillo y todo parece en calma.
El galope presuroso de un corcel de viento rompe la quietud nocturna,
un guerrero sube a la alcoba cerrada sin ni siquiera quitarse la armadura.

Una mujer de cabellos dorados yace en el lecho mancillado...
el guerrero la toma entre sus brazos y besa tiernamente sus labios
la mujer abre sus ojos tan húmedos y claros como el mar... una última mirada.

El guerrero llora y cobija el bello cadáver entre sus brazos
la Doncella de la Aurora se asoma por la ventana y al ver el triste cuadro
ordena a las aves mañaneras que callen sus trinos y se enjuga una lágrima de rocío.


Han pasado siete centurias…

Las ruinas del plúmbeo castillo medieval se divisan en lontananza
entre los nebulosos encajes del cielo nórdico del reino de las brumas
y el viento trae el eco del galope presuroso de un corcel muerto.

Un torreón ha quedado en pie como un coloso desafiando la noche helada
como un blasfemo que desafía el trono de Dios con su puño cerrado
recordando por los siglos el crimen que quedó impune.


Liliana Celeste Flores Vega - noviembre de 1995

miércoles, 14 de octubre de 2015

Skuggor

Sus ojos encendidos por el deseo
son como rubíes de fuego que reflejan la lumbre del Averno...
la palidez de su rostro se acentúa
con el contraste de sus largos cabellos negros
tan oscuros como un cielo sin estrellas.

Camina por las callejuelas decadentes
envuelto en su capa oscura
que simula las alas de un demonio
cuando la ahueca el viento...
ese toque gótico en su figura,
sus caballerosos modales
y su romanticismo oscuro
completan la alegoría del vampiro.

No puede ocultar su origen inmortal
aunque vista de carne y hueso,
hechicero, nigromante y alquimista,
guerrero que empuña una espada de niebla...
señor de la dorada foresta,
demonio de los templos y ángel de los sepulcros,
no le sirve su disfraz de humano
pues su aura azul resplandece en las tinieblas.

No despreciaré el cortejo de tan noble caballero,
quien todas las noches acude a la función
de éste miserable teatro parisino,
teniendo seguramente compromisos dignos de sus blasones
como una velada en la mansión de la marquesa
o una partida de whist en el salón del duque...
descortesía sería no aceptar el ramo de rosas rojas
que ha enviado a mi camerino.

Con el ramo me envió una esquela
en la que me confiesa sus sueños obsesivos:
“Desde la primera vez que os vi interpretando a Gretchen
sueño que dejáis abierta la puerta de vuestro balcón
y yo, vistiendo las galas de Mefisto,
invado la privacidad de vuestro recinto,
hermosa, desnuda e indefensa os encuentro
y bebo vuestra sangre hasta dejaros muerta”

Inconfesables placeres de un noble,
como respuesta le enviaré ésta esquela:
“Para agradeceros rosas y devoción, ésta noche os prometo
dejar abierta la puerta de mi balcón y quedarme quieta como un cadáver
para satisfacer vuestras obsesiones necrofílicas”

Liliana Celeste Flores Vega - 1995

viernes, 9 de octubre de 2015

Viñetas de encaje

Fue una mañana lluviosa
en la que inciertos celajes y añejos perfumes
me hicieron soñar con viñetas de encaje
bordadas en el cielo.

Fantasmales figuras surgieron desnudas
desde el horizonte morado
y se vistieron con despojos de nieblas que se desvanecían
se perfumaron con el rocío de las flores
y huyeron hacia la penumbra.

Runrunearon los ecos profanos
y a la luz temblorosa del pálido sol naciente
la noche voló a esconderse en la buhardilla de la casa antigua
con el fruto del pecado en su vientre.


Liliana Celeste Flores Vega - 1992

miércoles, 10 de junio de 2015

Memorias de un harén

Lucía era una flor rara arrancada de tierras lejanas y plantada en un invernadero oriental pero nunca quiso contarme de donde venía ni como había llegado al harén… nunca hablaba de su infancia. Compartíamos una habitación del serrallo y dormíamos juntas sobre una mullida alfombra entre almohadones de terciopelo… mudos testigos de inocentes caricias que compartíamos en silencio mientras nos dejábamos envolver por las volutas de incienso.

Cuando el amo llamaba a una de nosotras a su alcoba la otra se quedaba como una felina enjaulada dando vueltas en aquella celda de terciopelo y oro… cuando una volvía la otra no le decía nada, ya tenía preparada la tinaja llena de agua tibia y aceite de benjuí… una se despojaba de la bata y de inmediato se metía a la tinaja mientras la otra tomaba la esponja y le refregaba el cuerpo quitándole de la piel el olor de aquél hombre moreno y sádico, borrando esos besos y caricias infames.

Lucía olía a harén, en los momentos tristes la abrazaba y me embriagaba con el perfume de rosa y bergamota que yacía en su cuello delgado y grácil… no podía evitar que mis labios se deslizaran por su piel tersa y bronceada… entonces ella reía y su risa era un arpegio como una cascada de oro… ella me besaba en la boca, miel y naranjas era el sabor que tenía su paladar… y éramos felices en ése infierno.

Me gustaba verla despertarse cada mañana estirándose como una felina, me deleitaba contemplando sus pechos generosos, su cintura estrecha y sus caderas cinceladas… Lucía tenía el sol en la piel y el cielo azul en la mirada. Me gustaba cepillar su cabello dorado que desprendía aroma de patchulí… y ella se convirtió en mi todo en medio de la nada.

Liliana Celeste Flores Vega - 2015

viernes, 5 de junio de 2015

Memorias de Damball

En sueños llegué hasta el Templo del Tiempo. No me atreví a entrar y me quedé contemplando el enorme reloj de arena que marca el ritmo de las eras. Entonces me sentí observada… con el rabillo del ojo distinguí a un hombre que me miraba semioculto detrás del obelisco de piedra negra que tiene grabados los nombres de los dioses que son, serán y han sido.

El hombre llevaba una capa de cuero curtido, era alto y fornido, de piel morena y penetrantes ojos negros… lo reconocí: Era el legendario guerrero Damball. Estaba cumpliendo su deber de hacer guardia en el Templo. Me saludó y ofreció contarme la historia de su vida pasada:

Era un mundo inhóspito, tres soles relucían en su cielo, la tierra era pobre para sembrar por la escasez de agua pero rica en minerales y gemas. En aquella vida yo era un guerrero seminómade. Una vez estaba atravesando el desierto con otros guerreros de mi clan hacia la ciudad en donde intercambiábamos los metales y piedras preciosas que extraíamos de las minas por comida y otras provisiones. Era un camino muy peligroso porque había gusanos de arena gigantes, escorpiones enormes y otros bichos, además de muchos ladrones de camino.

Encontramos los restos de una caravana que había sido asaltada, nos acercamos para ayudar pero todos estaban muertos. En eso uno de ellos se movió y me agarró del tobillo, era un hombre de cabello rubio con cierto aire vikingo, uno de esos extranjeros que llegaba a nuestro mundo cruzando el portal buscando riquezas. Me dijo que su esposa había logrado huir a caballo, que la buscáramos, que estaba embarazada… y murió.

Obviamente una mujer de aquella raza embarazada no sobreviviría sola ni un día en el desierto y convencí a mis compañeros para que la buscáramos. Seguimos las huellas. Un poco más allá encontramos al caballo muerto y seguimos el rastro hasta que encontramos a la mujer bajo la sombra de un arco de piedra. Los ladrones la habían alcanzado y la habían violado dejándola abandonada para que muriera bajo el abrasador sol pero ella pudo arrastrarse hasta la sombra. La auxiliamos pero no pudimos evitar que perdiera a su bebé.

Ella era la mujer más bella que yo hubiera visto, con la piel tan blanca como la leche fresca, el cabello rubio dorado como hilos de oro y ojos mas azules que zafiros. Su esposo había muerto, se había quedado sola… así que pensé en hacerla mía. Para ganármela esperé a que cayera la noche, busqué a los ladrones que la habían violado y los maté, al día siguiente puse las cabezas a sus pies. La llevé a la ciudad en donde terminó de recuperarse. Después la llevé al campamento y la tomé como esposa. Los dos primeros años que vivimos juntos fueron tranquilos aunque ella no quedaba preñada. La curandera del clan nos dijo que su matriz había quedado dañada cuando perdió al bebé pero yo no la dejé de amar ni tomé otra mujer.

Después llegó la guerra. Los hombres mecánicos se adueñaron de las minas, nosotros éramos guerreros sin miedo pero no pudimos contra sus armas letales que escupían fuego. Los pocos que sobrevivimos huimos al desierto.

Ella, a pesar de su delicada apariencia, demostró ser mas fuerte que las mujeres de nuestro clan. En nuestro éxodo vagamos hasta que se nos acabaron las provisiones… entonces ella nos guió hasta una ciudad abandonada “que vio en sueños” y resultó ser la sagrada ciudad perdida de Umballa. Fue ella quien despertó al Dios Serpiente de su tumba milenaria y el Dios le devolvió la fecundidad a su vientre. Tuvimos muchas hijas a las que llamamos las Serpientes de Arena por haber nacido gracias al Dios Serpiente… ellas se convirtieron en las heroínas de nuestro pueblo.


Le agradecí por haberme contado sus memorias y desperté.

Liliana Celeste Flores Vega - escrito en junio del 2015

martes, 2 de junio de 2015

Silenciosa sumisión

Me gusta contemplarte cuando estás de rodillas ante mi… las cuerdas que te atan son una extensión de mis dedos recorriendo tu cuerpo, mordiendo tu carne, haciéndote mío. Me gusta contemplarte cuando estás postrado ante mí en silenciosa sumisión… mi devoto esclavo... no, soy yo quien cae presa de ti en muda adoración.


Liliana Celeste Flores Vega, junio 2015
Imagen: Google

viernes, 27 de marzo de 2015

Provocación

Me encanta cuando en un momento de la tarde mientras estoy escribiendo un capitulo de mi novela, te acercas a mi, te quitas la camiseta, me miras y haces ése delicioso mohín mordiendo tus labios… sé bien que es una provocación para que deje de hacer lo que estoy haciendo y te haga mío. Te ignoro… entonces introduces uno de tus dedos en tu boca, lo succionas y lo ensalivas, has captado mi atención… dejo de tipear y te contemplo de reojo anticipando el goce que me prometes… recorres con ése dedo mojado tu mentón sombreado con tu barba crecida de un par de días, lo deslizas lentamente por tu cuello, llegas hasta tu pecho y frotas uno de tus pezones que responde de inmediato al estímulo… ah, mis dedos dudando entre el teclado y tu perfecta anatomía… bien, ganaste… guardo el archivo.

Lo dejo todo, me pongo de pie y me acerco a ti… con un par de empujones te indico que te sientes en el sofá, apoyo una rodilla sobre tu pierna, pongo mis manos sobre tus hombros y te amonesto por haberme interrumpido… en respuesta a mis regaños me ofreces tu boca y hago míos tus labios mordiéndolos suavemente, introduzco mi lengua buscando con ansias las delicias de tu paladar… ah, ése delicioso sabor a té, miel y naranja al que me has hecho adicta. Y quiero hacer mía tu boca… mi dedo reemplaza a mi lengua en la exploración, lo succionas y lo muerdes suavemente. Entonces deseo hacer mía otra cavidad de tu cuerpo, aquella en donde me recibes sumisamente sabiendo que tu docilidad se verá recompensada con espasmos de un placer indescriptible… ah, pero es muy pronto… recién empezamos con nuestros escarceos amorosos.

Mis manos acarician tus brazos y tu pecho, retuerzo tus pezones y repites ése delicioso mohín mordiendo tus labios, sabes que con ése gesto me enloqueces… prosigo acariciando tu vientre y me encuentro con tu pantalón que estorban mis deseos de seguir explorándote. Te ordeno que te pongas de pie y termines de desnudarte, obedeces de inmediato… ahora soy yo quien se muerde los labios al contemplar tu hombría enhiesta, me acomodo en el sofá y te ordeno que te toques… tus manos juegan con tu sexo… una tibia humedad escurre entre mis piernas en réplica al lascivo espectáculo. Con un gesto te indico lo que debes de hacer aunque ya lo sabes… te arrodillas, tus manos se pierden bajo mi vestido corto de gasa floreado y me despojas de mis bragas… mojas tus dedos con mi humedad, los llevas a tu boca y los lames con delectación… luego tu boca busca entre mis piernas la copa rebosante de ésa miel que tanto te gusta, tu lengua explora mi sexo, tus labios presionan mi clítoris… acomodo mis piernas sobre tus hombros, mis pies acarician tu espalda… cierro los ojos y me dejo arrastrar por las sensaciones que tu boca sabe darme.

Una marejada de dulce placer hace que mis piernas tiemblen, chispas azules y de plata que estallan… acaricias mis muslos mientras me recupero… abro los ojos y te contemplo, me sonríes satisfecho de haberme hecho llegar al clímax como sólo tú sabes hacerlo, tus labios están húmedos de mis fluidos… el amor y la entrega iluminando tus ojos azules… deseo besarte… ah, pero me olvido que te mereces un castigo por haberme interrumpido, me pongo de pie y te ordeno que sigas de rodillas y te apoyes sobre el sofá… te contemplo pensando en el castigo que he de darte… enciendo un cirio, mis manos te recorren mientras espero que se derrita la cera… acaricio tu nuca, bajo dibujando con mis labios el tatuaje que recorre tu columna vertebral y palmoteo tu trasero… sabes lo que te espera y frotas tu miembro viril contra el sofá… tomo el cirio y vierto la cera caliente gota a gota sobre tus hombros y tu espalda, te estremeces y me pides más.

Mereces que te complazca y busco algo con que satisfacer tu demanda… en la mesa hay una botella de cerveza a la mitad, volteas y me ves con la botella en la mano…  en tus ojos la duda si me atreveré a hacerlo o no pero sumisamente asientes y afianzas tus rodillas en la alfombra… te llevas una sorpresa cuando agito la botella y vierto el contenido lentamente desde tu nuca, la cerveza se escurre deslizándose por tu espalda hasta tus nalgas… te ríes y pagas esas carcajadas recibiendo unas palmadas en tu trasero… y vuelves a reírte porque mis palmadas sólo te producen cosquillas… bien, es hora de buscar algo más contundente y me fijo en la correa de mi bolso, la desengancho, la doblo y descargo varios golpes sobre tus nalgas y tus muslos hasta que veo unas líneas rojizas sobre tu carne… jadeas y frotas tu virilidad contra el sofá… tu piel está caliente por el vapuleo, me detengo porque no quiero lastimarte pero tú me pides más.

Sé lo que deseas, quieres que te haga mío… busco en mi bolso la crema lubricante, no es la adecuada pero es mejor a nada, unto mis dedos y lentamente te penetro… te quejas, sé que esa crema te escuece y que mis uñas te lastiman pero pronto tu cuerpo se acostumbra a mi intromisión… gimes cuando estimulo ése punto dentro de tu cuerpo… me muerdo los labios disfrutando de tu entrega… ah, mi dulce y sumiso esclavo que sabe entregarse como debe de ser a su dueña… no, me equivoco… tú eres mi amo porque con tu pasiva sumisión me has puesto de rodillas completamente enamorada a tus pies.

Por tus gemidos y estremecimientos sé que es el momento preciso de darte placer de otra manera… retiro mis dedos de tu cuerpo… refunfuñas, reclamas y me suplicas que vuelva a poseerte, hasta me ruegas que le de uso a la botella de cerveza que se quedó tirada sobre la alfombra… pero de inmediato te digo que te sientes en el sofá… y allí me tienes, arrodillada ante ti… deslizas los tirantes de mi vestido y desatas el lazo de raso de mi escote, dejas mis pechos al desnudo y los tomas entre tus manos, pellizcas y retuerces mis pezones… ah, pero aunque yo esté de rodillas sigo llevando la batuta en ésta sinfonía de placeres y te doy una bofetada por tu osadía.

Mis manos estimulan su miembro erecto, suben y bajan por tu carne turgente… recojo el lazo de raso de mi vestido que desataste y lo ato en la base de tu miembro viril, ése es tu castigo por haber hecho algo sin mi permiso… aplico mi boca a tu hombría y te permito que acaricies mi cabello mientras te devoro con ansias… siento que tu carne palpita en la prisión de mi boca y tus piernas tiemblan pero el lazo evita que tu deseo se libere… muerdes tus labios, jadeas y te desesperas por tener que contenerte… sé que juego con fuego pero me encanta hacerte arañar las paredes… ¿cuánto tiempo soportarás la tortura que te ocasionan mi lengua y mis dientes?

Entonces el felino salvaje que duerme en tu interior se despierta y reclama a su presa… me levantas de un tirón, me tomas de la cintura, me echas sobre el sofá y me penetras… ya no puedo controlarte, es inútil luchar contigo cuando entras en ése frenesí indómito… me doblego y dejo que me hagas tuya… tus manos estrujan mis pechos, besas mi cuello y muerdes mis hombros… abrazo tus caderas con mis piernas mientras me embistes apasionadamente… cierro los ojos, el tiempo y la realidad dejan de existir entre tus brazos… un espasmo eléctrico estremece mi cuerpo y grito tu nombre.

Me quedo jadeando entre tus brazos… tu hombría ardiente sigue palpitando prisionera en mis entrañas, me suplicas con la mirada, deslizo mi mano entre tus piernas y desato el lazo que te atormenta… finalmente puedes liberar tu deseo, me llenas con un rugido… y nos quedamos así abrazados, nuestros pechos unidos experimentando un orgasmo no carnal, el clímax de nuestras almas fundidas en una.

Finalmente me levanto y me acomodo el vestido, tú te quedas en el sofá descansando boca abajo… reviso como quedaron tus nalgas y muslos después de los latigazos, sólo unas líneas rojizas que no necesitan de cuidado, se te pasarán en un rato… voy al baño a refrescarme, cuando regreso ya estás dormido… bien, ahora me dejarás escribir tranquila… vuelvo a mi silla frente a la laptop… intento retomar el hilo de lo que estaba escribiendo, es inútil… sólo quiero recostarme a tu lado… ah, debo de dejar de castigarte de ésta manera cuando me interrumpes… a éste paso nunca acabaré de escribir mi novela.

Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015
Imagen: Google

martes, 24 de marzo de 2015

Nocturno de lluvia y luna

Estoy en mi cama leyendo un libro, marco donde me he quedado con una tarjeta, hace varios días que al regresar de mi trabajo en la Biblioteca encuentro bajo mi puerta una tarjeta, ya son nueve las que he recogido, no tienen remitente, solo una frase “Nocturno de lluvia y luna” y unas notas musicales… cierro el libro y lo dejo sobre mi mesa de noche.

Es casi medianoche, intento dormir, doy vueltas en la cama… el sueño huye de mi… veo dos falenas revoloteando alrededor de la lámpara. Hace bochorno ¡Ah, las agobiantes noches de verano! Entonces se desata la lluvia… las gotas caen refrescando el ambiente. Por mi ventana abierta se cuela el olor de la tierra mojada y de las madreselvas de mi jardín… y las notas de un apócrifo violín ¿De dónde vienen esas notas tan bellas y tristes?

Me asomo a la ventana y a la luz de la luna veo a un apuesto desconocido tocando el violín al pie de mi ventana… lleva la camisa blanca abierta mostrando un torso perfecto… la lluvia escurre por su cabello, su rostro, su pecho y resbalan hasta su vientre...

¡Las notas de la melodía que interpreta corresponden a las notas escritas en las misteriosas tarjetas! Levanta la cabeza y nuestras miradas se encuentran… y sigue tocando su nocturno, un nocturno de lluvia y luna.

Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015
Imagen: Pixabay

lunes, 23 de marzo de 2015

Arrebato

Bajo a la biblioteca y te encuentro recostado en el sofá, desnudo en una postura insinuante, en tu mirada una mezcla de travesura y lascivia. Mis ojos recorren los valles y las colinas de tu perfecta anatomía, me deleito disfrutando el espectáculo de tu belleza viril.

Te ofreces a mí, poderoso en tu callada sumisión. Me acerco a ti, mis manos exploran poco a poco tu geografía... tu piel es cálida, hueles a sándalo. Te estremeces con mis caricias... mis labios reemplazan a mis manos en la exploración de tu cuerpo... beso tus hombros, mordisqueo tus pezones, mi lengua juega en tu ombligo... tu hombría está erguida, pero la dejo en suspenso.

Me despojo de mis bragas, te ordeno que te arrodilles y me des placer con tu boca... de inmediato cumples mi orden, te pierdes bajo mi falda y tu lengua explora mis húmedas intimidades. Sabes bien cómo hacer para llevarme al borde del orgasmo, mi cuerpo pide a gritos albergar al tuyo… te ordeno que te sientes en el sofá y me acomodo sobre tus piernas, el encaje de nuestros sexos es perfecto.

Miro de reojo el reloj sobre el escritorio. Mi boca busca la tuya, muerdo tus labios, mi lengua invade tu boca, saboreo tu paladar... te cabalgo con prisa, casi con furia... mis uñas se clavan en tus hombros... alcanzo el clímax y un instante después te siento explotar dentro de mí, tu deseo llenándome. Nos quedamos un momento así, abrazados, nuestros pechos jadeantes, nuestros corazones latiendo acelerados...

Vuelvo a mirar el reloj. Me separo de ti y te ordeno que te pongas tu uniforme, es hora que vayas a recoger a mi esposo de su trabajo.

Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015
Imagen: Pixabay

domingo, 22 de marzo de 2015

¿Recuerdas la primera noche que te visité mientras dormías?

Era una noche de luna negra y yo estaba hambrienta. Invoqué el sortilegio de la lechuza hechicera y recorrí las sendas astrales para visitarte mientras dormías. Me posé sobre el alféizar de la ventana que habías dejado abierta, también habías dejado una vela aromática encendida en la mesita de noche al lado de tu cama… ¿esperabas que me apareciera como un espectro en tu alcoba o tal vez suponías que nos encontraríamos en un sueño?

Te contemplé y te adiviné desnudo bajo las sábanas. Tomé mi forma de Dama Blanca vestida de nieblas, me incliné sobre ti y soplé sobre los mechones de tu cabello castaño que se dispersaron sobre la almohada. Posé suavemente mis dedos gélidos como rayos de luna congelada sobre tus párpados cerrados, rocé mis labios casi inmateriales sobre los tuyos y te vi esbozar una sonrisa… ¿sentiste mi fantasmal presencia y anticipaste mi deseo de hacerte mío o soñabas con nuestro encuentro tantas veces prometido?

Mi boca bajó suavemente por tu cuello y tus hombros, te estremeciste al sentir mis labios húmedos deslizándose sobre tu piel ardiente… deslicé suavemente la sábana y dejé tu torso al descubierto, mis dedos dibujaron los tatuajes que cubren tus brazos… acaricié tus pectorales, pellizqué suavemente tus pezones y dejaste escapar un gemido placentero. Con un dedo toqué aquella línea que empezaba a dibujarse en el medio de tu pecho y sentí el calor que brotaba de tu nido… en ése momento pude empezar a absorber tu energía vital y alimentarme de ti pero quise exacerbar más tu deseo, gozarte y llevarte al límite del placer antes de soltar las riendas de mi vampírico instinto.

Deslicé la sábana mas abajo descubriendo las delicias de tu vientre y tu pubis en donde tu virilidad me esperaba enhiesta… ¿eras consciente de la realidad de mis caricias fantasmales o tu mente interpretaba las placenteras sensaciones que experimentaba tu cuerpo como un sueño húmedo?... me acomodé entre tus piernas para atender tu hombría, mis manos subieron y bajaron rítmicamente arrancándote temblores y jadeos que se intensificaron cuando posé mis labios sobre tu carne trémula. Quería devorarte pero contuve mi deseo de clavar mis colmillos en tu carne palpitante henchida de sangre caliente… te acogí en mi boca saboreándote y no pude evitar que mi saliva escurriera sobre los vellos de tu pubis.

Respondiendo a mis lamidas y succiones sobre tu miembro viril te arqueaste y tus piernas temblaron casi a punto de explotar tu deseo entonces me detuve y me aparté de ti disfrutando de tu desconcierto… tu pecho subía y bajaba, gemías… la línea en medio de tu pecho estaba abierta como una boca rezumando tu suculenta esencia. Necesité sentirte dentro de mí y me senté a horcajadas sobre ti, tu virilidad encajó en mi como una espada en su vaina… subí y bajé acompasadamente disfrutando cada centímetro de ti dentro de mí… tus jadeos se aceleraron al ritmo de mi apasionado vaivén… mis entrañas latían aprisionándote, el orgasmo me estremeció envolviéndome en una marejada azul y un par de segundos después tú también llegaste a la cumbre del placer…

Entonces te despertaste y tus ojos azules se encontraron con los míos… yo había posado mis dedos sobre tus párpados cerrados para evitar que sucediera esto, me tomaste por sorpresa y por un instante pensé en huir desvaneciéndome en un remolino de nieblas borrando de tu memoria el recuerdo de mi visita nocturna pero estaba tan unida a tu cuerpo y sentirte dentro de mí era una sensación tan deliciosa a la que no quería renunciar de una manera tan abrupta... el placer pudo más y sostuve tu mirada.

“My sweet Lilith” murmuraste aún jadeando y me obsequiaste con una adorable sonrisa, estiraste la mano para tocar mi cabellos oscuros que flotaban a mi alrededor como sierpes con vida propia y te devolví la sonrisa. Me pregunté como me veías… ¿cómo una versión fantasmagórica de mi forma material o podías verme tal cuál soy: La repudiable reina de los súcubos… una espantable aparición con formas femeninas, alas de lechuza, garras de felina, colmillos de vampira y cuernos de dragona?... tu mirada era una mezcla de extasiado espanto y amorosa entrega… me veías tal cual era… había horror en tu mirada pero el amor era más fuerte, podía sentirlo, era un amor puro que me envolvía tiernamente muy diferente a la lujuria febril que tantas veces había visto en los ojos de mis anteriores amantes que cantaban himnos blasfemos de oscuridad y muerte.

Con un gesto me diste tu consentimiento para que me alimentara de ti y coloqué mi mano sobre la hendidura abierta en medio de tu pecho… seguiste sonriéndome mientras absorbía tu energía vital, te estremeciste experimentando un orgasmo no carnal y vi que tus pupilas se tornaron color de argento... bebí de ti hasta saciarme… sentí tu virilidad aflojando en mis entrañas y vi como tus ojos empezaron a cerrarse lentamente… entonces, antes que cayeras en el sueño, te besé en la boca profunda y amorosamente… mi lengua degustó de tu paladar el sabor amargo del té mezclado con la dulzura de los duraznos maduros.

Eras mío, completamente mío en cuerpo y alma… iba a partir pero me sentí demasiado ebria de tu esencia, todo me daba vueltas en un remolino de azul… me quedé adormecida recostada sobre tu pecho escuchando los latidos de tu corazón… sentí tus manos acariciando mi espalda y mis alas… y así nos quedamos dormidos.

Me desperté cuando rayaba el alba... nunca me había quedado dormida entre los brazos de mis amantes, los visitaba como pesadilla nocturna y cuando mi ansia estaba saciada los dejaba… ah, pero tú eras diferente a ellos y tu esencia tan deliciosa que podía volverme adicta a ti. No quería dejarte pero el amanecer despuntaba… te di un beso sobre los labios, me levanté de la cama y al pasar frente a un espejo vi de reojo mi fantasmal reflejo: Mi cabello oscuro se había tornado de plata… tu esencia había purgado de mí la esencia del Diablo… entonces supe que con tu incondicional entrega me habías hecho tuya, completamente tuya.

Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015
Imagen: Google

sábado, 21 de marzo de 2015

Es la noche

Es la noche que despliega su oscuro manto
son las sombras creando alegorías fantasmas.
Es la garúa tintineando una rondinela
son las gotas levantando el petricor que me embelesa.

Es la falena nefelibata suicidándose en la flama
de la vela aromática que reposa en la mesa de noche.
Es mi deseo recorriendo tu piel sin tocarte
mientras me sonríes seductoramente desde la cama.

Es el grillo empezando con su desvelada sonata
son las cuerdas de tu violín respondiendo su serenata.
Es una noche de arpegios encantados, garúa y dulces aromas
son tus ojos que desnudan mi alma y me enamoran.

Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015