En la soledad y el silencio de los húmedos muros del viejo
castillo medieval
la noche se torna corpórea y tangible, se diría que las tinieblas
toman las formas de los pasados fantasmas y vagan por los
pasadizos tristes.
Desde el oscuro bosque de árboles añosos llegan los tristores de
los gnomos huraños
y el viento llora a través de los troncos huecos con un ulular que
espanta
sin duda la canción de los silfos augura desgracias.
En el acogedor salón adornado con nobles escudos y patéticos
cuadros
lanza ígneos destellos las llamas que en la chimenea danzan
y las suicidas falenas con fuego juegan.
Un murciélago perdido toca con sus membranosas alas los vitrales
del mohoso ventanal
y con sus ojos rojos interroga a las mudas estatuas que con vacías
miradas
las sombras quieren penetrar.
Pasos silenciosos suben las escaleras y se dirigen a la alcoba
cerrada.
Los halcones se quedan dormidos... los búhos cierran los ojos...
un grito ahogado por un beso impuro... una salvaje embestida... un
sollozo.
La espada hirió carme virgen... de carmesí se tiñen las sábanas de
lino.
En el bosque encantado un unicornio se desploma y cae muerto
y el crimen queda impune, oculto por la luna que cómplice sonríe
con sarcasmo.
Un prolongado silencio amortaja al castillo y todo parece en
calma.
El galope presuroso de un corcel de viento rompe la quietud
nocturna,
un guerrero sube a la alcoba cerrada sin ni siquiera quitarse la
armadura.
Una mujer de cabellos dorados yace en el lecho mancillado...
el guerrero la toma entre sus brazos y besa tiernamente sus labios
la mujer abre sus ojos tan húmedos y claros como el mar... una
última mirada.
El guerrero llora y cobija el bello cadáver entre sus brazos
la Doncella de la Aurora se asoma por la ventana y al ver el
triste cuadro
ordena a las aves mañaneras que callen sus trinos y se enjuga una
lágrima de rocío.
Han pasado siete centurias…
Las ruinas del plúmbeo castillo medieval se divisan en lontananza
entre los nebulosos encajes del cielo nórdico del reino de las
brumas
y el viento trae el eco del galope presuroso de un corcel muerto.
Un torreón ha quedado en pie como un coloso desafiando la noche
helada
como un blasfemo que desafía el trono de Dios con su puño cerrado
recordando por los siglos el crimen que quedó impune.
Liliana Celeste Flores Vega - noviembre de 1995
No hay comentarios:
Publicar un comentario