Sabía que
Melissa, mi esposa, no estaba enamorada de mí. Ella era una mujer hermosa,
elegante, culta y de gustos refinados... mucha dama para un hombre como yo,
inculto y vulgar, que había hecho fortuna por un golpe de suerte.
Melissa provenía
de una familia de abolengo caída en la desgracia. Yo sabía que ella se había casado
conmigo por mi dinero pero no me importaba, era mía y antes de casarnos le
había hecho firmar un contrato prematrimonial en el que especificaba que si
ella me sacaba la vuelta con otro hombre o una mujer (si, quise cubrir todas
las opciones) nos divorciaríamos de inmediato y no me reclamaría ni un centavo.
Después de pagar
las deudas de su padre nos fuimos a vivir en la hermosa mansión que compré. Al
principio ella se ocupó con entusiasmo en decorar la mansión, no escatimé en
gastos, tenía derecho a decorar como quisiera su jaula de oro.
Melissa cumplía
sus deberes como esposa, no puedo quejarme. Pero los meses pasaron y me di
cuenta que ella iba perdiendo su alegría y lozanía, tal vez había exagerado
demasiado al prohibirle salir con sus amistades pero tenía miedo que me fuera
infiel. Se aburría en la mansión y la soledad, pues yo tenía que viajar
frecuentemente por negocios, estaba marchitando su belleza y juventud. Yo la
amaba y no quería que fuera desdichada, le di permiso para ir a exposiciones de
arte y charlas culturales, pero siempre la mantenía vigilada por un detective
que contraté.
Según los
informes del detective ella se comportaba correctamente, después de las charlas
culturales iba con sus amigas a un restaurante o a un café, nada que manchara
mi honor de esposo. En las exposiciones de arte adquirió varios cuadros y
pequeñas esculturas de arcángeles de cierto artista. Lo único raro, que no
llegaba a sospechoso, fue que también empezó a frecuentar una tienda de
antigüedades donde compró candelabros, porta inciensos, devocionarios de
oraciones y otros objetos religiosos... y ella no era creyente.
Para nuestro
aniversario me suplicó que le regalara una escultura de mármol en tamaño
natural de un arcángel que había visto en la última exposición del susodicho
artista que admiraba. Sospeché que entre ellos había algo más que una amistad
pero no tenía pruebas, accedí a comprarle la estatua pero con la condición de
que no volviera a ver a ese fulano, ella accedió sin reclamos.
Desde entonces
Melissa dejó de acudir a las charlas culturales y exposiciones de arte, solo
ocasionalmente salía a tomar un café con sus amigas. Voluntariamente se encerró
en la mansión y temí que estuviera empezando un cuadro de depresión... más por
el contrario cada día estaba más feliz y hermosa.
Entonces puse
cámaras de seguridad y me fui de viaje por unos días. Al regresar revisé los
vídeos, vi a Melissa realizando un ritual con todos esos objetos religiosos que
había adquirido en la tienda de antigüedades frente a la estatua del
arcángel... Luego vi cómo la escultura de mármol cobraba vida... Yo ya sabía
que él era el amante de mi esposa, fue un alivio comprobar que no me estaba
poniendo los cuernos con el detective ni con el susodicho artista bohemio.