in girum imus nocte et consumimur igni

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lunes, 14 de octubre de 2019

El amante


Sabía que Melissa, mi esposa, no estaba enamorada de mí. Ella era una mujer hermosa, elegante, culta y de gustos refinados... mucha dama para un hombre como yo, inculto y vulgar, que había hecho fortuna por un golpe de suerte.

Melissa provenía de una familia de abolengo caída en la desgracia. Yo sabía que ella se había casado conmigo por mi dinero pero no me importaba, era mía y antes de casarnos le había hecho firmar un contrato prematrimonial en el que especificaba que si ella me sacaba la vuelta con otro hombre o una mujer (si, quise cubrir todas las opciones) nos divorciaríamos de inmediato y no me reclamaría ni un centavo.

Después de pagar las deudas de su padre nos fuimos a vivir en la hermosa mansión que compré. Al principio ella se ocupó con entusiasmo en decorar la mansión, no escatimé en gastos, tenía derecho a decorar como quisiera su jaula de oro.

Melissa cumplía sus deberes como esposa, no puedo quejarme. Pero los meses pasaron y me di cuenta que ella iba perdiendo su alegría y lozanía, tal vez había exagerado demasiado al prohibirle salir con sus amistades pero tenía miedo que me fuera infiel. Se aburría en la mansión y la soledad, pues yo tenía que viajar frecuentemente por negocios, estaba marchitando su belleza y juventud. Yo la amaba y no quería que fuera desdichada, le di permiso para ir a exposiciones de arte y charlas culturales, pero siempre la mantenía vigilada por un detective que contraté.

Según los informes del detective ella se comportaba correctamente, después de las charlas culturales iba con sus amigas a un restaurante o a un café, nada que manchara mi honor de esposo. En las exposiciones de arte adquirió varios cuadros y pequeñas esculturas de arcángeles de cierto artista. Lo único raro, que no llegaba a sospechoso, fue que también empezó a frecuentar una tienda de antigüedades donde compró candelabros, porta inciensos, devocionarios de oraciones y otros objetos religiosos... y ella no era creyente.

Para nuestro aniversario me suplicó que le regalara una escultura de mármol en tamaño natural de un arcángel que había visto en la última exposición del susodicho artista que admiraba. Sospeché que entre ellos había algo más que una amistad pero no tenía pruebas, accedí a comprarle la estatua pero con la condición de que no volviera a ver a ese fulano, ella accedió sin reclamos.

Desde entonces Melissa dejó de acudir a las charlas culturales y exposiciones de arte, solo ocasionalmente salía a tomar un café con sus amigas. Voluntariamente se encerró en la mansión y temí que estuviera empezando un cuadro de depresión... más por el contrario cada día estaba más feliz y hermosa.

Entonces puse cámaras de seguridad y me fui de viaje por unos días. Al regresar revisé los vídeos, vi a Melissa realizando un ritual con todos esos objetos religiosos que había adquirido en la tienda de antigüedades frente a la estatua del arcángel... Luego vi cómo la escultura de mármol cobraba vida... Yo ya sabía que él era el amante de mi esposa, fue un alivio comprobar que no me estaba poniendo los cuernos con el detective ni con el susodicho artista bohemio.

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