Chris nos sentó
frente a frente, nos dio de beber ayahuasca y empezó a tocar el tamboril. El
ritmo hipnótico nos fue atrapando. Contemplé a Damon, sus ojos azules me
resultaban tan familiares… llevábamos cinco meses de conocernos y habíamos
hecho varios rituales juntos pero ésa familiaridad venía de vidas pasadas
compartidas que yo iba recordando gracias a esas sesiones. La bebida
alucinógena empezó a hacer su efecto.
De pronto me
encontré en el torreón de un castillo de piedra milenaria, miré hacia abajo...
el mar rugía golpeando el acantilado. Yo era una niña de no más de seis años,
estaba con mi madre. Los fragores de la batalla llegaban hasta nosotras… un
crujido, silencio y los gritos de victoria del enemigo... habían conseguido
romper el portón con un ariete.
Entonces mi madre
tomó la fatal decisión: Me levantó en vilo y me subió al borde del muro de
piedra, ella también subió, me tomó de la mano y me dijo que deberíamos de
saltar porque morir era mejor que ser capturadas por el enemigo. Me rehúse,
tenía miedo de las olas que rompían contra las rocas… ella insistió, me dijo
que el mar nos recibiría con un amoroso abrazo y dio un paso hacia el vacío… no
sé como pude soltarme de ella y aferrarme al cuello de una gárgola… escuché que
en su caída mi madre gritó mi nombre llamándome para que saltara… su grito se
perdió el estruendo de las olas.
Me estaba
resbalando y la piedra lastimaba mis manos pero pude encaramarme sobre la
gárgola, era un dragón de piedra. Me senté a horcajadas sobre su lomo, me sentí
segura entre sus alas, sabía que no me caería si me abrazaba a su cuello… era
como montar mi dragón de madera. Luego de un rato intenté bajar del muro pero
las piernas me temblaban y volví a aferrarme al cuello del dragón de piedra.
Escuché a los
invasores saqueando el castillo… cerré los ojos y pensé que si ése dragón de
piedra pudiera convertirse en uno verdadero podría llevarme muy lejos de allí. Los
hombres estaban cerca, escuché que estaban subiendo por las escaleras del
torreón… apenas abrieran la puerta me encontrarían y me llevarían con ellos a
un destino peor que la muerte. Pensé que la única salida era saltar como lo
había hecho mi madre… sería fácil pararme sobre el lomo del dragón de piedra,
cerrar los ojos, extender los brazos, pensar que volaría y dejarme caer… pero
entonces escuché una voz, era la voz del dragón de piedra y me dijo que quedara
montada sobre su lomo, quieta y en silencio, que él me protegería… confié en
él.
Un soldado joven abrió
la puerta y se acercó al muro… me miró sin verme, luego miró el mar y se marchó.
El dragón de piedra me había salvado. Después pude bajar del muro pero sabía
que no era buena idea abandonar el torreón, ése hombre seguramente había dicho a
los demás que allí no había nada de valor. Me quedé en el torreón a los pies
del dragón de piedra sin saber que hacer.
Oscureció y empezó
a hacer frío. Finalmente me puse a llorar abrazando mis rodillas. Mi madre me
había llevado al torreón cuando un guardia moribundo le dio el aviso que mi
padre había muerto en la batalla defendiendo el foso del castillo pero no dijo
nada acerca de mi hermano que supuestamente se encontraba luchando con él…
¿dónde estaría?, ¿habría podido escapar?... ¿vendría por mi?... me aferré a ésa
esperanza.
Entonces la puerta
se abrió lentamente y un muchacho sucio y zarrapastroso asomó, me llamó por mi
nombre y se acercó a mi… mi corazón dio un vuelco de alegría, era mi hermano.
Me dio un atado de ropa harapienta, me cambié de inmediato. Luego bajamos
silenciosamente por la escalera del torreón hasta llegar a la planta baja…
¿intentaríamos huir cuando los hombres estuvieran durmiendo ebrios?... pero mi
hermano se detuvo frente a la chimenea, tanteó la pared y abrió una puerta
secreta. Luego tomó una de las antorchas adosadas a la pared y nos internamos
en ése túnel… llegamos a una recámara pequeña, allí había un baúl con monedas
de oro, las tomamos y ocultamos en nuestras ropas… también había una muñeca de
trapo, mi hermano me dijo que estaba rellena con joyas y piedras preciosas.
Continuamos por
otro túnel y salimos al lado del vertedero de desechos. Llegamos hasta el
puerto y conseguimos lugar en un barco mercante que nos llevó hasta cierta
ciudad. De allí emprendimos el camino al Norte hacia el feudo del más fiel amigo
de nuestro padre pero en el camino supimos que los invasores lo habían matado y
que habían puesto precio a nuestras cabezas pues éramos los últimos descendientes
de nuestra familia. Teníamos que huir lejos, muy lejos… a un lugar donde el
invasor no nos encontrara… y sólo había una opción.
Seguimos por el
camino al Norte y nos internamos en el bosque, buscamos a la hechicera gris
pero fue ella la que nos encontró a nosotros. Le dijimos que teníamos que huir
muy lejos, ella ya lo sabía y nos dijo que nos ayudaría. Nos llevó hasta el
árbol milenario, un árbol enorme de madera pálida y perfumada como el palo
santo… su tronco era muy grueso y tenía
un hueco, una especie de puerta. La hechicera preparó el ritual… entonces nos
despedimos de las tres lunas de plata que iluminaban el cielo, cruzamos el
portal del árbol milenario y le dijimos adiós a nuestro mundo.
Fue como cruzar por
un túnel con paredes de madera y de pronto estas se volvieron de piedra,
estábamos en una cueva… vimos una luz, salimos de la cueva por la ladera de una
enorme montaña rocosa y nos encontramos en otro mundo: Tres soles amarillos
iluminaban el cielo, tan diferentes al único sol azul de nuestro mundo nativo…
y frente a nosotros la vastedad de un desierto de arenas doradas y caprichosas
formaciones rocosas.
No sabíamos que
camino tomar pero felizmente era un lugar frecuentado por caravanas, nos unimos
a una y llegamos hasta una opulenta ciudad con muros de ladrillos rojos y una
enorme puerta de bronce. Mi hermano compró ropa adecuada para el clima caluroso
y rentamos una habitación en una posada. No podíamos ocultar que éramos
extranjeros, la mayoría de la gente de aquél lugar era de piel morena y cabello
y ojos oscuros… nosotros teníamos de piel blanca, cabello rubio y ojos azules.
No tardaron en
preguntar de dónde veníamos, mi hermano les respondió que del otro lado del
mar… eso los calmó un poco pues en ése mundo existían unas islas pobladas por
personas de piel blanca y cabellos y ojos claros, aunque no eran gente de
aventurarse a cruzar el mar, mas bien esperaban que los del continente llegaran
hasta sus islas para comprarles los espejos y otros objetos de vidrio que
fabricaban… pero de vez en cuando había alguno que no quería dedicarse a eso y
cruzaba el mar buscando fortuna.
Un jeque de edad
madura, muy respetado y poderoso en aquella ciudad se interesó mucho por
nosotros, mi hermano confió en él y le contó nuestra historia. El jeque se
convirtió en nuestro protector y crecí bajo su cuidado. Yo aspiraba a una vida
tranquila al lado de mi hermano, según la tradición de nuestra familia yo sería
su esposa… cuando tuviera la edad suficiente nos casaríamos, tendríamos hijos,
continuaríamos nuestro linaje y seríamos felices. Pero mi hermano sólo soñaba con
regresar a nuestro mundo al mando de un poderoso ejército y recuperar el Reino
que nos habían arrebato.
De allí la visión
di un salto hasta el momento en el que me convertí en mujer y mi hermano me
dijo que había llegado el momento de que me casara… pero no con él. No podía
creer que él me hubiera comprometido con otro hombre… yo era su hermana
destinada a ser su esposa, éramos los últimos descendentes de nuestra familia,
si yo me unía con otro hombre nuestro linaje se extinguiría. Mi hermano, con la
colaboración del jeque que era nuestro protector, había arreglado mi matrimonio
con un hombre llamado Haraam, hijo de Hakim, un jeque nómada muy rico que había
prometido a mi hermano ayudarlo a recuperar su Reino perdido… ésa noche me lo
presentaron, era un hombre alto y fornido, de piel canela, cabello largo negro
azabache y ojos color ópalo.
Una semana después
se realizó la boda, Haraam fue amable conmigo pero yo había crecido amando a mi
hermano segura que él sería mi esposo… y lo que él había hecho al entregarme a
otro hombre a cambio de una promesa me dolía en el alma. Tuvimos que
despedirnos de la bella ciudad a la que yo casi había llegado a amar como si
hubiera nacido en ella. Haraam nos llevó con su caravana de guerreros nómades,
como su esposa tenía que presentarme ante sus Dioses y el Templo quedaba muy
lejos.
El viaje fue penoso
para nosotros porque no estábamos acostumbrados a la dureza de la vida nómade.
Finalmente llegamos al Templo, era una gigantesca pirámide trunca de piedra
blanca que se levantaba en medio del desierto. Las tribus guerreras nómades se
reunían para hacer sus ceremonias y para elegir al jefe de todas las tribus.
Casualmente el último jefe de todas las tribus había fallecido de una extraña
enfermedad que lo había matado en medio de delirios y vómitos de sangre.
Haraam fue elegido
jefe de todas las tribus y lo celebramos por una semana. Mi hermano le exigió
que cumpliera con su palabra… Haraam le puso pretextos diciendo que no era
fácil llevar a un ejército tan grande por mar hasta las islas, mi hermano le
explicó que su Reino se encontraba en otro mundo, no había que cruzar el mar
sino un portal... para Haraam eso era una abominación, sus ancestros decían que
los portales funcionaban por una magia maldita a los ojos de sus Dioses… mi
hermano se sintió engañado, insultó a los Dioses y ancestros de Haraam y éste
lo retó a duelo.
La historia dio
otro salto. Yo había empezado a querer a Haraam pero desde que mató a mi
hermano mi incipiente amor se había trastocado en odio, ni siquiera le hablaba…
él me juró que estaba arrepentido, yo le dije que lo perdonaría si marchábamos con
todo el ejército a mi mundo y recuperaba el Reino para honrar la memoria de mi
hermano. Haraam decidió consultar a sus Dioses sobre que debería de hacer y
marchamos hacia el Templo del Oráculo que quedaba un poco más lejos del Templo
de los Dioses… para ser digno de consultar al Oráculo él tenía que hacer un
retiro durante un mes y pasar algunas pruebas.
Tuvimos que acampar
en las cercanías. Yo estaba embarazada pero perdí a mi hijo mientras Haraam
estaba en su retiro porque bebí agua de un pozo y me enfermé. Durante ése
tiempo un hombre estuvo a mi lado cuidándome… era un hombre maduro pero aún
bastante atractivo de cabello rubio y ojos azules pero no era nativo de
aquellas islas de fabricantes de espejos y objetos de vidrio… decía ser un
lugar mas lejano que aquellas esas islas, donde había llegado a ser general de
un ejército pero lo habían culpado injustamente de traición y condenado a
muerte, entonces había huido… nadie creía en la existencia de un lugar más allá
de ésas islas pero no le hacían mas preguntas.
Yo no le había
prestado mucha atención, era un simple mercenario que se nos había acercado
cuando dejamos la ciudad de muros de ladrillos rojos, mi hermano lo había
tomado a su servicio y a la muerte de mi hermano se quedó a mi servicio… pero
empecé a interesarme en él después de que me cuidó mientras estuve enferma…
había algo en sus ojos azules que se hacía muy familiar.
Haraam no llegó a
enterarse de que estuve enferma y perdí a nuestro hijo. Los sacerdotes lo
trajeron moribundo una semana después de lo que me sucedió, había fallado en
una de las pruebas y caído a un pozo de escorpiones. Para los guerreros nómades
era tradición que si un hombre moría y su mujer no tenía hijos debía de ser
quemada en la pira funeraria con él.
El hombre de ojos
azules que estaba a mi servicio se enfrentó a los guerreros nómades cuando me
ataron y me pusieron en la pira funeraria… pero era uno contra todos, lo
golpearon y lo sujetaron mientras encendían la pira… era la tradición, sin mi
hermano no tenía motivos para seguir viviendo, estaba casi resignada pero
entonces mis ojos se encontraron con los ojos de aquél hombre y algo dentro de
mi se rebeló: Tenía que volver a mi mundo y recuperar mi Reino… pero estaba
atada a una pira funeraria que ardía, el humo me hacía lagrimar los ojos, muy
pronto el fuego me alcanzaría y acabaría todo.
Entonces empezó a
llover, algo completamente inusual en ése lugar… ése hombre gritó que era una
señal de los Dioses, se soltó de los guerreros que lo sujetaban, saltó sobre el
fuego y me desató… caminé sobre los leños humeantes, todos cayeron de rodillas,
confirmaron que era una señal de los Dioses, me nombraron Reina y juraron que
me obedecerían.
Les ordené ponernos
en camino hacia la montaña rocosa en donde se encontraba el portal que llevaba
a mi mundo con la intención de recuperar en nombre de mi hermano el Reino que
nos habían arrebatado. Había dos rutas: Cruzar el desierto de regreso a la
ciudad de muros de ladrillos rojos y atravesar más desierto hasta llegar al
camino de las caravanas… o acceder desde atrás cruzando las llanuras, la
segunda ruta era la más corta pero era peligrosa pues era adentrarse en el
territorio donde anidaban y cazaban los dragones.
Cuando cruzábamos
las llanuras fuimos atacados por dos dragones, los guerreros lograron matar a
uno y herir a otro. Seguimos nuestro camino y cuando llegamos a la zona
montañosa fuimos interceptados por un jeque guerrero nómade al que habíamos
conocido en el Templo de los Dioses, nos dijo que una viuda y además extranjera
no podía ser jefa de una caravana pero cómo era generoso me daba la opción de
acogerme a su protección y convertirme en una de sus concubinas, yo me negué…
pero los de mi caravana tuvieron miedo y se rindieron.
El único que se
quedó conmigo fue el hombre de ojos azules y me defendió cuando el jeque quiso
tomarme a la fuerza, mató a un guerrero, hirió a dos pero no pudo contra todos…
el jeque permitió que sus guerreros lo violaran mientras que él me hacía suya a
la fuerza. Luego de eso le pedí que me devolviera el medallón que me había
arrebatado porque era una reliquia familiar, él accedió… no tenía idea que
estaba poniendo en mis manos un arma mortal… ése medallón era una de las joyas
ocultas en la muñeca de trapo, mi hermano había vendido la mayoría de aquellas
joyas para mantenernos cuando se le acabaron las monedas menos ése medallón porque
era de plata y las piedras que lo adornaban no eran preciosas, pero lo valioso
era lo que guardaba en su interior: Unas pequeñas perlitas que eran un
mortífero veneno.
Disolví una perlita
en la copa de vino del jeque, bebió y dos minutos después cayó muerto. Tomé su
bastón de autoridad, salí de la tienda y me dirigí a la tienda en donde
guardaban los toneles de vino, con el bastón de mando en la mano le ordené a
las mujeres que cuidaban las provisiones que por orden del jeque llevaran dos
toneles al centro del campamento, con el pretexto de degustarlos disolví dos perlitas
en cada tonel.
Los guerreros
seguían abusando del hombre de ojos azules, les dije que el jeque les ordenaba
dejar al hombre y que me permitieran llevarlo a una tienda en donde pudiera curarlo,
a cambio les enviaba esos toneles de vino. Como tenía el bastón de mando en la
mano me obedecieron. Llevé al hombre a la tienda que me indicaron… al amanecer
casi todos estaban agonizando, el veneno diluido causaba una muerte lenta y
dolorosa. Nos fue fácil huir, logramos llegar hasta las montañas y nos
refugiamos en una cueva.
La cueva era el
nido de los dragones que nos habían atacado cuando cruzábamos las llanuras. Encontramos
los restos del dragón que había logrado huir herido y tres pequeños dragones, decidimos
cuidarlos. Seguimos nuestro camino, llevando a los dragones, con el plan de
llegar hasta el mar e instalarnos en una de las ciudades de la costa…
seguramente encontraríamos algún mercader que nos daría un buen precio por
aquellos dragoncitos.
En el camino nos encontramos
con un grupo de errabundos que venían de una ciudad que había sido devastada
por un Terror sin Nombre… nos indicaron como llegar y fuimos a aquella ciudad de
muros de piedra blanca. Nos instalamos sin hacer caso a lo del terror sin
nombre, al parecer un terremoto había
causado un escape de gas del subsuelo que envenenó a la gente… cuando llegamos
aún había grietas de las que salía gas sulfuroso.
Encontramos un
tonel de vino en el palacete abandonado, bebimos… ésa misma noche él me confesó
que me amaba pero yo, aunque lo quería mucho, no podía corresponderle porque
seguía amando a mi hermano… pero le permití besarme y masturbarse entre mis
piernas.
Semanas después los
habitantes de la ciudad regresaron y me pidieron que fuera su Reina por haber
vencido al Terror sin Nombre, les quise explicar que sólo había sido un escapé
de gas venenoso del subsuelo pero eran gente supersticiosa, para ellos yo era
una enviada por los Dioses que podía hablar con los dragones. La ciudad
prosperó y recluté soldados para formar un ejército propio, no había olvidado
mi propósito de regresar a mi mundo y recuperar lo que me pertenecía.
Los dragoncitos
crecieron y me encariñé con ellos. El hombre de ojos azules esperaba ganarse mi
corazón algún día, muchas noches lo invitaba a compartir mi lecho, él me
complacía pero había algo en lo profundo de su mirada que me impedía amarlo.
Una noche, después
de habernos dado placer, yo estaba jugando con uno de los dragoncitos y él me
dijo: “Cuando crezca podrás montarlo y te llevará muy lejos de aquí”… me quedé
de piedra y finalmente lo reconocí: Era el joven soldado que había subido al
torreón y me había visto sin verme encaramada sobre el lomo del dragón de
piedra.
Me confirmó que
aquella vez subió para buscarme porque el jefe del ejército de los invasores
había dicho que quien me encontrara recibiría una recompensa… pero cuando me
encontró no pudo entregarme, fingió que no me había visto, bajó y les dijo a
los demás que arriba no había nada que valiera la pena. Luego salió y buscó a
mi hermano, le dijo donde estaba, lo ayudó a ingresar al castillo disfrazado de
sirviente y le indicó cómo podíamos escapar por el túnel. Después descubrieron
que nos había ayudado a escapar y lo condenaron a la horca… entonces huyó y nos
buscó.
Le di una bofetada.
No era un soldado del invasor que se había compadecido de nosotros… había sido
uno de los soldados de la escolta de mi padre, un traidor que por un soborno le
mostró al enemigo las debilidades del castillo. Lo expulsé de la ciudad.
Elegí al más hábil
y más apuesto de los soldados del ejército, lo nombré capitán y lo tomé como compañero
de cama… llegué a quererlo y él me adoraba pero no servía para tomarlo como esposo
porque sólo era un esclavo liberto.
Por consejo de uno
de los ancianos de la ciudad blanca accedí conocer a un noble de una ciudad de
la costa que había quedado viudo sin hijos… me enamoré de ése hombre y me casé
con él… y ése hombre me traicionó… él nunca me quiso, sólo quería mis dragones,
mi ciudad y mi ejército. Me acusó de que seguía teniendo relaciones sexuales con
el capitán que había sido mi compañero de lecho… y eso era mentira.
Mi esposo ordenó
que despellejaran y empalaran al capitán del ejército. Luego me envió a la casa
de la penitencia y me pusieron en una celda excavada en la ladera rocosa de una
montaña con una reja oxidada, a diario me subían una cesta con una jarra de
agua y pan y bajaban el cubo de desechos. Felizmente mis dragones habían
conseguido huir, era el único consuelo que tenía… esperaba que ellos me rescataran
y perdí la cuenta del tiempo.
Una noche me
encontré pensando en el hombre de ojos azules, él decía que le encantaba mi
cabello… empecé a peinármelo con los dedos todas las noches tarareando una
canción… y una noche a la luz de luna llena vi con espanto que mi cabello ya no
era rubio, se había vuelto platino… ¿tanto tiempo había pasado?... ¿era una
anciana?... entonces era momento de cerrar los ojos y morir.
Pero al amanecer mis
dragones me encontraron, habían crecido mucho. El más grande, el de color
bronce, llevaba sobre su lomo a un hombre que tenía la mitad del rostro quemado…
arrancó la reja con sus garras y el hombre me ayudó a subir al dragón, entonces
me murmuró al oído: “Te dije que algún día podrías montarlo y te llevaría muy
lejos”.
El no se veía
anciano, le pregunté cuantos años habían pasado y me respondió que cinco años desde que lo expulsé de la ciudad blanca… yo
no era una anciana, sólo el sufrimiento había encanecido mis cabellos pero él
me dijo que así le parecían más hermosos… y lo besé. Me contó que cuando lo
expulsé de la ciudad blanca vagó sin rumbo hasta que llegó a una ciudad con muros
de ladrillos negros, ofreció sus servicios como mercenario, luego fue a una
taberna, se emborrachó y amaneció atado en una jaula carromato… lo vendieron
como esclavo a las canteras y le quemaron el rostro la primera vez que intentó
escapar.
El segundo intento
le fue peor, le dieron una golpiza tan brutal que lo dejaron en una zanja
dándolo por muerto… pero lo encontraron los chiquillos mendigos que revisan los
basurales de las canteras en busca de algún pedacito de oro de tontos. Luego se
unió a una caravana de comerciantes. Supo lo de mi matrimonio y luego del
escándalo cuando me enviaron a la casa de la penitencia. En el camino de
regreso los dragones lo encontraron.
Y así llegamos
hasta la montaña rocosa donde estaba el portal que llevaba a mi mundo. Ya no
necesitaba un ejército: Tenía tres dragones.
Entonces me
desperté. Damon estaba sonriéndome, ahora sabía de donde recordaba sus ojos
azules… me preguntó: “¿Recuerdas a los dragones?”… asentí y respondí: “Si uno era
bronce, otro era plata y el tercero era negro como el azabache… y también
recuerdo a hombre que tenía los ojos azules como zafiros”.
Liliana Celeste Flores Vega, 2012