De pronto me encontré en el torreón de un castillo de piedra milenaria, miré hacia abajo… el mar rugía golpeando el acantilado. Yo era una niña de no más de diez años, estaba con mi madre. Los fragores de la batalla llegaban hasta nosotras… un crujido, silencio y los gritos de victoria del enemigo... habían conseguido romper el portón del castillo con un ariete.
Entonces mi madre tomó la fatal decisión: Me subió al borde del muro de piedra, ella también subió, me tomó de la mano y me dijo que deberíamos de saltar porque morir era mejor que ser capturadas por el enemigo. Me rehúse, tenía miedo de las olas que rompían contra las rocas… ella insistió, me dijo que el mar nos recibiría con un amoroso abrazo y dio un paso hacia el vacío. No sé cómo pude soltarme de ella y aferrarme al cuello de una gárgola… escuché que en su caída mi madre gritó mi nombre llamándome para que saltara… su grito se perdió en el estruendo de las olas.
Me estaba resbalando y la piedra lastimaba mis manos, pero pude encaramarme sobre la gárgola, era un dragón de piedra. Me senté a horcajadas sobre su lomo, me sentí segura entre sus alas, sabía que no me caería si me abrazaba a su cuello. Luego de un rato intenté bajar y llegar al muro, pero las piernas me temblaban y volví a aferrarme al cuello del dragón de piedra.
Escuché a los invasores saqueando el castillo. Cerré los ojos y pensé que si ese dragón de piedra pudiera convertirse en uno verdadero podría llevarme muy lejos de allí. Los hombres estaban cerca, escuché que estaban subiendo por las escaleras del torreón, supe que cuando abrieran la puerta me encontrarían y me llevarían con ellos a un destino peor que la muerte. Pensé que la única salida era saltar como lo había hecho mi madre… sería fácil pararme sobre el lomo del dragón de piedra, cerrar los ojos, extender los brazos, pensar que volaría y dejarme caer… pero entonces escuché una voz cavernosa, tardé un instante en darme cuenta que aquella voz provenía del dragón de piedra… la incredulidad dio paso a la esperanza cuando el dragón me dijo que me quedara montada sobre su lomo, quieta y en silencio, que él me protegería… y confié en él.
Un soldado joven de cabello rubio abrió la puerta y se acercó al muro… me miró sin verme, luego contempló el mar y se marchó. El dragón de piedra me había salvado. Después pude bajar del lomo del dragón y trepar hasta llegar al muro, pero sabía que no era buena idea abandonar el torreón, ese soldado seguramente había dicho a los demás que allí no había nada de valor. Me quedé en el torreón sin saber que hacer.
Oscureció y empezó a hacer frío. Me puse a llorar abrazando mis rodillas, entonces reparé en que mi madre me había llevado al torreón cuando un guardia moribundo le dio el aviso que mi padre había muerto en la batalla, pero no nos dijo nada acerca de mi hermano que supuestamente se encontraba luchando con él… ¿dónde estaría?, ¿habría podido escapar?... ¿vendría por mí?... me aferré a esa débil esperanza.
Entonces la puerta se abrió lentamente, temblé temiendo por mi vida… un muchacho zarrapastroso con cabello corto se asomó, me llamó por mi nombre y se acercó. Mi corazón dio un vuelco de alegría cuando reconocí a mi hermano, aunque ya no tenía su larga cabellera rubia. Me dio un atado de ropa harapienta y me cambié de inmediato. Luego bajamos silenciosamente por la escalera del torreón hasta llegar a una habitación en la planta baja… ¿intentaríamos huir cuando los invasores estuvieran durmiendo ebrios?... pensé que sería casi imposible cruzar las puertas que seguramente estarían cerradas, pero mi hermano se detuvo frente a la chimenea, tanteó la pared y abrió una puerta secreta. Luego tomó una de las antorchas y nos internamos en ese escabroso túnel, llegamos a una recámara pequeña, allí había un baúl con monedas de oro, las tomamos y las ocultamos en nuestras ropas. También había una muñeca de trapo, mi hermano me dijo que estaba rellena con joyas y piedras preciosas… la tomé aferrándola contra mi pecho, supe que desde ese momento esa muñeca de trapo sería mi tesoro, no solo por lo que contenía como relleno, sería el recuerdo de mi feliz infancia perdida.
Continuamos por otro túnel y salimos al lado del vertedero de desechos del castillo. Bajo el amparo de las sombras llegamos hasta el puerto y conseguimos pasajes en un barco mercante que nos llevó a una ciudad. De allí emprendimos el camino al Norte hacia el feudo del más fiel amigo de nuestro padre, pero en el camino supimos que los invasores lo habían matado y que habían puesto precio a nuestras cabezas pues éramos los últimos descendientes de nuestra familia. Teníamos que huir lejos, muy lejos… a un lugar donde el invasor no nos encontrara… y sólo había una opción.
Seguimos por el camino al Norte y nos internamos en el bosque, buscamos a la hechicera gris, pero fue ella la que nos encontró a nosotros. Le dijimos que teníamos que huir muy lejos, ella ya lo sabía y nos dijo que nos ayudaría. Nos llevó hasta el árbol milenario, un árbol enorme de madera pálida y perfumada como el palo santo, su tronco era muy grueso y tenía un hueco, una especie de puerta. La hechicera preparó el ritual, entonces nos despedimos de las tres lunas de plata que iluminaban el cielo, cruzamos el portal del árbol milenario y le dijimos adiós a nuestro mundo.
Fue como cruzar por un túnel con paredes de madera, luego estas se volvieron de piedra, nos dimos cuenta que estábamos en una cueva… vimos una luz, salimos de la cueva por la ladera de una montaña y nos encontramos en otro mundo: Tres soles amarillos iluminaban el cielo, tan diferentes al único sol azul de nuestro mundo nativo, ante nosotros se extendía la vastedad de un desierto de arenas doradas y caprichosas formaciones rocosas. Estábamos solos, la hechicera había pagado nuestro paso por el portal con su vida.
Felizmente esa zona del desierto era paso obligado de las caravanas de mercaderes, nos unimos a una y llegamos hasta una opulenta ciudad con muros de ladrillos rojos y puertas de bronce. Mi hermano compró ropa adecuada para el clima caluroso y rentamos una habitación en una humilde posada. No podíamos ocultar que éramos extranjeros, la gente de aquel lugar era de piel morena con cabello y ojos oscuros. No tardaron en preguntar de dónde veníamos, mi hermano les respondió que veníamos del otro lado del mar, eso satisfizo la curiosidad de los habitantes de la ciudad pues en ése mundo existían unas islas pobladas por personas de piel blanca con cabellos y ojos claros, aunque no eran gente de aventurarse a cruzar el mar, más bien esperaban que los del continente llegaran hasta sus islas para comprarles los objetos de vidrio que fabricaban, pero de vez en cuando algunos cruzaban el mar buscando fortuna.
Un jeque de edad madura, muy respetado y poderoso en aquella ciudad se interesó por nosotros, mi hermano confió en él y le contó nuestra historia. El jeque se convirtió en nuestro protector y crecí bajo su cuidado. Yo solamente aspiraba tener una vida tranquila al lado de mi hermano, según la tradición de nuestra familia cuando tuviera la edad suficiente nos casaríamos, tendríamos hijos, continuaríamos nuestro linaje y seríamos felices. Pero mi hermano soñaba con regresar a nuestro mundo al mando de un poderoso ejército para recuperar el Reino que los invasores nos habían arrebatado.
De allí la visión dio un salto hasta el momento en el que me convertí en mujer y mi hermano me dijo que había llegado el momento que debería de casarme, pero no sería con él. No podía creer que él me hubiera comprometido con otro hombre, yo era su hermana destinada a ser su esposa, éramos los últimos descendentes de nuestra familia, si yo me unía con otro hombre nuestro linaje se extinguiría. Mi hermano, con la colaboración del jeque que era nuestro protector, había arreglado mi matrimonio con un hombre llamado Haraam, hijo de Hakim, un jeque nómada muy rico que había prometido a mi hermano ayudarlo a recuperar su Reino. Esa noche me lo presentaron, era un hombre alto y fornido, de piel canela, cabello negro azabache y ojos color ópalo.
Una semana después se realizó la boda, Haraam fue amable conmigo, pero yo había crecido amando a mi hermano segura que él sería mi esposo y que él me hubiera entregado a otro hombre me dolía en el alma. Tuvimos que despedirnos de la ciudad que yo había llegado a amar como si hubiera nacido en ella. Haraam nos llevó con su caravana de guerreros nómades, según sus costumbres tenía que presentarme como su esposa ante sus Dioses y el Templo quedaba muy lejos.
El viaje fue penoso para nosotros porque no estábamos acostumbrados a la dureza de la vida nómade. Finalmente llegamos al Templo, era una gigantesca pirámide trunca de piedra blanca que se levantaba en medio del desierto. Las tribus guerreras nómades se reunían allí para hacer sus ceremonias y elegir al jefe de todas las tribus. Casualmente el último jefe de todas las tribus había fallecido de una extraña enfermedad que lo había matado en medio de delirios y vómitos de sangre. Haraam fue elegido jefe de todas las tribus y lo celebramos por una semana.
Entonces mi hermano le exigió que cumpliera con su promesa por la cual me había entregado a él como esposa, Haraam le puso pretextos diciendo que no era fácil llevar a un ejército tan grande por mar hasta las islas, mi hermano le explicó que su Reino se encontraba en otro mundo, no había que cruzar el mar sino un portal. Para Haraam eso era una abominación, sus ancestros decían que los portales funcionaban por una magia maldita a los ojos de sus Dioses. Mi hermano se sintió engañado, insultó a los ancestros de Haraam y éste lo retó a duelo.
La historia dio otro salto. Yo había empezado a querer a Haraam pero desde que mató a mi hermano mi incipiente amor se había trastocado en odio, entonces él me juró que estaba arrepentido, le dije que lo perdonaría si marchábamos con su ejército a mi mundo y recuperaba el Reino para honrar la memoria de mi hermano. Haraam decidió consultar a sus Dioses sobre lo que debería de hacer y marchamos hacia el Templo del Oráculo, para ser digno de consultar al Oráculo él debería de hacer un retiro durante un mes y pasar algunas pruebas.
Los de la caravana tuvimos que acampar en las cercanías del Templo. Yo estaba embarazada, pero perdí a mi hijo mientras Haraam estaba en su retiro porque bebí agua de un pozo y me enfermé. Durante ése tiempo un hombre estuvo a mi lado cuidándome… era un hombre maduro pero aún bastante atractivo de cabello rubio y ojos azules, pero no era nativo de aquellas islas de fabricantes de objetos de vidrio, decía ser de un lugar más lejano que aquellas esas islas, donde había llegado a ser general de un ejército pero lo habían culpado injustamente de traición y condenado a muerte, entonces había huido… nadie creía en la existencia de un lugar más allá de ésas islas pero no le hacían más preguntas. Yo no le había prestado mucha atención, era un simple mercenario que se nos había acercado cuando dejamos la ciudad de muros de ladrillos rojos, mi hermano lo había tomado a su servicio y a la muerte de mi hermano se quedó a mi servicio, pero empecé a interesarme en él después de que me cuidó mientras estuve enferma… había algo en sus ojos azules que se hacía muy familiar.
Haraam no llegó a enterarse de que estuve enferma y perdí a nuestro hijo. Los sacerdotes lo trajeron moribundo una semana después de lo que me sucedió, había fallado en una de las pruebas y caído a un pozo de escorpiones. Para los guerreros nómades era tradición que si un hombre moría y su mujer no tenía hijos debía de ser quemada en la pira funeraria con él. El hombre de ojos azules que estaba a mi servicio se enfrentó a los guerreros nómades cuando me ataron y me pusieron en la pira funeraria… pero era uno contra todos, lo golpearon y lo sujetaron mientras encendían la pira… era la tradición, sin mi hermano no tenía motivos para seguir viviendo, estaba casi resignada pero entonces mis ojos se encontraron con los ojos de aquél hombre y algo dentro de mí se rebeló: Tenía que volver a mi mundo y recuperar mi Reino… pero estaba atada a una pira funeraria que ardía, el humo me hacía lagrimar los ojos, muy pronto el fuego me alcanzaría y acabaría todo.
Entonces empezó a llover, algo completamente inusual en ese lugar… ese hombre gritó que era una señal de los Dioses, se soltó de los guerreros que lo sujetaban, saltó sobre el fuego y me desató… caminé sobre los leños humeantes, todos cayeron de rodillas, confirmaron que era una señal de los Dioses, me reconocieron como su jefa y juraron que me obedecerían.
Les ordené ponernos en camino hacia la montaña en donde se encontraba el portal que llevaba a mi mundo con la intención de recuperar en nombre de mi hermano el Reino que nos habían arrebatado. Había dos rutas: Cruzar el desierto de regreso a la ciudad de muros de ladrillos rojos y atravesar más desierto hasta llegar al camino por el que cruzaban las caravanas de mercaderes o acceder desde atrás cruzando las llanuras, la segunda ruta era la más corta, pero era peligrosa pues era adentrarse en el territorio donde anidaban y cazaban los dragones.
Cuando cruzábamos las llanuras fuimos atacados por dos dragones, los guerreros lograron matar a uno y herir al otro. Seguimos nuestro camino y cuando llegamos a la zona montañosa fuimos interceptados por un jeque guerrero nómade al que habíamos conocido en el Templo de los Dioses, dijo que una viuda y además extranjera no podía ser jefa de una caravana, pero cómo era generoso me daba la opción de acogerme a su protección y convertirme en una de sus concubinas, yo me negué… pero los hombres de mi caravana tuvieron miedo y se rindieron.
El único que se quedó conmigo fue el hombre de ojos azules y me defendió cuando el jeque quiso tomarme a la fuerza, mató a un guerrero, hirió a dos, pero no pudo contra todos… el jeque permitió que sus guerreros lo violaran mientras que él me hacía suya a la fuerza. Luego de eso le pedí que me devolviera el medallón que me había arrebatado porque era una reliquia familiar, él accedió… no tenía idea que estaba poniendo en mis manos un arma mortal, ése medallón era una de las joyas ocultas en la muñeca de trapo, mi hermano había vendido la mayoría de las joyas para mantenernos cuando se le acabaron las monedas menos ése medallón porque era de plata y las piedras que lo adornaban no eran preciosas, pero lo valioso era lo que guardaba en su interior: Unas pequeñas perlitas que eran un mortífero veneno.
Disolví una perlita en la copa de vino del jeque, él bebió y dos minutos después cayó muerto. Tomé su bastón de autoridad, salí de la tienda y me dirigí a la tienda en donde guardaban los toneles de vino, con el bastón de mando en la mano le ordené a las mujeres que cuidaban las provisiones que por orden del jeque llevaran dos toneles al centro del campamento, pero antes, con el pretexto de degustarlos disolví tres perlitas en cada tonel.
Los guerreros seguían abusando del hombre de ojos azules, les dije que el jeque les ordenaba dejar al hombre y que me permitieran llevarlo a una tienda en donde pudiera descansar, a cambio les enviaba esos toneles de vino. Como tenía el bastón de mando en la mano me obedecieron. Llevé al hombre a la tienda que me indicaron y lo atendí lo mejor que pude… al amanecer casi todos los guerreros estaban agonizando, el veneno diluido causaba una muerte lenta y dolorosa. Nos fue fácil huir, logramos llegar hasta las montañas y nos refugiamos en una cueva.
La cueva era el nido de los dragones que nos habían atacado cuando cruzábamos las llanuras. Encontramos los restos del dragón que había logrado huir herido y a tres pequeños dragones que habían sobrevivido alimentándose de los despojos de su madre, decidimos hacernos cargo de ellos. Seguimos nuestro camino llevándonos a los pequeños dragones, pensábamos llegar hasta el mar e instalarnos en una de las ciudades de la costa, seguramente encontraríamos algún mercader que nos daría un buen precio por aquellos dragones domesticados.
En el camino nos encontramos con un grupo de errabundos que venían de una ciudad que había sido devastada por un Terror sin Nombre, nos indicaron el camino y llegamos a aquella ciudad de muros de piedra blanca. Nos instalamos sin hacer caso a lo del terror sin nombre, al parecer un terremoto había causado un escape de gas del subsuelo que envenenó a la gente, cuando llegamos aún había grietas de las que salía gas sulfuroso.
Encontramos un tonel de vino en el palacete abandonado, bebimos… ésa misma noche el hombre de ojos azules me confesó que me amaba, aunque lo quería mucho, no podía corresponderle porque seguía amando a mi hermano… pero le permití besarme y le concedí algunas caricias. Semanas después los habitantes de la ciudad regresaron y me pidieron que fuera su Reina por haber vencido al Terror sin Nombre, les quise explicar que sólo había sido un escape de gas venenoso del subsuelo, pero eran gente supersticiosa, para ellos yo era una enviada por los Dioses que podía hablar con los dragones. La ciudad prosperó y recluté soldados para formar un ejército propio, no había olvidado mi propósito de regresar a mi mundo y recuperar lo que me pertenecía.
Los pequeños dragones crecieron y me encariñé con ellos. El hombre de ojos azules esperaba ganarse mi corazón algún día, muchas noches lo invitaba a compartir mi lecho, él me complacía, pero había algo en lo profundo de su mirada que me impedía amarlo. Una noche, después de habernos dado placer, yo estaba jugando con uno de los pequeños dragones y él me dijo: “Cuando crezca podrás montarlo y te llevará muy lejos de aquí”
Me quedé de piedra y finalmente lo reconocí: Era el joven soldado que había subido al torreón y me había visto sin verme encaramada sobre el dragón de piedra. Me confirmó que aquella vez subió para buscarme porque el jefe del ejército de los invasores había dicho que quien me encontrara recibiría una recompensa, pero cuando me encontró me vio tan indefensa que no pudo entregarme, fingió que no me había visto y les dijo a los demás que arriba no había nada que valiera la pena. Luego buscó a mi hermano, le dijo dónde me encontraba, lo ayudó a ingresar al castillo disfrazado de sirviente y le indicó cómo podíamos escapar por el túnel. Después descubrieron que nos había ayudado a escapar y lo condenaron a la horca, entonces huyó y nos buscó. Le di una bofetada. No era un soldado del invasor que se había compadecido de nosotros, había sido uno de los soldados de la escolta de mi padre, un traidor que por un soborno le mostró al enemigo las debilidades del castillo. Lo expulsé de la ciudad.
Luego elegí al más hábil y atractivo de los soldados del ejército, lo nombré capitán y lo tomé como compañero de cama, llegué a quererlo y él me amaba, pero no podía tomarlo como esposo porque era un esclavo liberto. Por consejo de uno de los ancianos de la ciudad blanca accedí conocer a un noble de una ciudad de la costa que había quedado viudo sin hijos, me enamoré de ese hombre y me casé con él… y ese hombre me traicionó… él nunca me quiso, sólo quería mis dragones, mi ciudad y mi ejército. Me acusó de que seguía teniendo relaciones sexuales con el capitán que había sido mi compañero de lecho.
Mi esposo ordenó que despellejaran y empalaran al capitán del ejército. Después me envió a la casa de la penitencia y me instalaron en una celda excavada en la ladera rocosa de una montaña con una reja oxidada, a diario me subían una cesta con una garrafa de agua, pan y alguna fruta. No era un acto de bondad, era para mantenerme con vida prolongando mi sufrimiento. Hubiera podido negarme a alimentarme, pero el deseo de venganza fue más fuerte. Sabía que mis dragones habían huido, tenía la esperanza que ellos me rescatarían y perdí la cuenta del tiempo.
Una noche me encontré pensando en el hombre de ojos azules, él decía que le encantaba mi cabello, empecé a peinármelo con los dedos todas las noches tarareando una canción… y una noche a la luz de la luna llena vi con espanto que mi cabello ya no era rubio, se había vuelto de plata… ¿tanto tiempo había pasado?... ¿era una anciana?... entonces era momento de cerrar los ojos y morir.
Pero al amanecer mis dragones me encontraron, habían crecido mucho. El más grande, el de color bronce, llevaba sobre su lomo a un hombre que tenía la mitad del rostro quemado y los ojos azules… arrancó la reja con sus garras y el hombre, a quien había reconocido, me ayudó a subir al dragón, entonces me murmuró al oído: “Te dije que algún día podrías montarlo y te llevaría muy lejos”
Me sorprendió que él siendo mayor que yo no se viera como un anciano, le pregunté cuántos años habían pasado y me respondió que cinco años desde que lo expulsé de la ciudad blanca. Entonces yo no era una anciana, solamente el sufrimiento había encanecido mis cabellos, pero él me dijo que así le parecían más hermosos… y lo besé.
Escapamos y nos refugiamos en una cueva. Entonces me contó que cuando lo expulsé de la ciudad blanca vagó sin rumbo hasta que llegó a una ciudad con muros de ladrillos negros, ofreció sus servicios como mercenario, luego fue a una taberna, se emborrachó y amaneció atado en una jaula, lo vendieron como esclavo a las canteras y le quemaron el rostro la primera vez que intentó escapar. En su segundo intento de fuga le fue peor, le dieron una golpiza tan brutal que lo dejaron en una zanja dándolo por muerto, pero lo encontraron los chiquillos mendigos que rebuscan los basurales de las canteras esperando encontrar algún pedazo de oro de tontos. Luego se unió a una caravana de comerciantes. Se enteró de mi matrimonio y después de la acusación por la que me enviaron a la casa de la penitencia. Tenía planeado rescatarme para redimirse por su traición y en el camino los dragones lo encontraron.
Un par de meses después llegamos hasta la montaña en donde estaba el portal que llevaba a mi mundo. Ya no necesitaba un ejército: Tenía tres dragones.
Entonces me desperté. Damon estaba sonriéndome y me
preguntó: “¿Recuerdas a los dragones?” … asentí y respondí: “Si uno era bronce,
otro era plata y el tercero era negro como el azabache… y también recuerdo al
hombre que tenía los ojos azules”