Una de aquellas noches híbridas
de realidad y fantasía las tres lunas se alinearon y un rayo de luz azul abrió
un portal entre ambos mundos. Entre vapores mortecinos surgió un espectral y
hermoso personaje: Un soberbio Principado con tres pares de alas de plumaje
áureo de las cuales se desprendían los resplandores de mil luceros, vigoroso
como un gladiador y elegante como un noble... vestía una túnica blanca azulada
bordada con filigranas de plata, larga y con aberturas a ambos lados que
permitían apreciar sus piernas esbeltas pero bien formadas... calzaba caligas
de cuero y llevaba una media armadura de metal con púas en la hombrera derecha
de la cual se sujetaba una capa azul noche que le caía de lado con inadvertida
elegancia... completaba su indumentaria un cinturón de cuero que le caía hasta
la cadera del cual colgaba una vaina que guardaba una espada con empuñadura de
plata adornada con zafiros... sus largos cabellos dorados y levemente ondeados
caían sobre sus hombros y en alborotado desorden descendían por su espalda
entre sus alas hasta su cintura y enmarcaban su rostro pálido en el que
dormitaba una sobra de tristeza... y sus ojos eran como ascuas de azul fuego
fatuo.
El espejo había desaparecido
como por encanto pero ambos mundos aún estaban separados por un abismo oscuro y
profundo... ignorante de cómo había sucedido me encontré en el filo del
acantilado, descalza y vistiendo solo un delgado camisón, una fría brisa me
estremeció. El bello Principado me sonrió y su sonrisa fue melancólica, como si
sus hermosas galas y su irreal brillo fueran un gran peso.
Rutiló como un astro eclipsado,
majestuoso y fatídico en su angelical belleza tenebrosa... echó hacia atrás su
sedosa cabellera dorada con un majestuoso movimiento, desplegó sus alas de las
cuáles se desprendieron millares de centellas de oro y en raudo vuelo atravesó
el abismo de vapores mortecinos... batiendo sus magníficas alas atravesó la
inmensidad desolada que nos separaba y llegó al lado del abismo en el que yo me
encontraba, envolviéndome con sus alas y tomándome tiernamente entre sus brazos
me estrechó amorosamente contra su pecho... no sentí temor, el fantástico
Principado tenía el perfume del cielo, el calor de la ternura pero su aura
estaba entristecida por la frialdad azul del invierno eterno... y me besó...
sus labios se posaron sobre los míos con la suavidad de una mariposa que se
posa sobre un capullo de rosa semiabierto... una dulce somnolencia me envolvió
pero antes de caer desvanecida entre sus brazos alcancé a ver dos cuernos
ocultos en su revuelta cabellera dorada.
Liliana Celeste Flores Vega, 1996
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