in girum imus nocte et consumimur igni

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lunes, 4 de diciembre de 2017

Amor de Vampiro

Llegó la noche de luna llena. Esperaba con ansias que mi íncubo me visitara, deseosa de sentir sus labios deslizándose por mi carne trémula, y dormitaba semidesnuda como para provocarlo cuando llegara. El reloj dio una campanada, la hora azul se iba y él no llegaba… la inquietud cosquilleó mi piel pues mi amante nunca se retrasaba... pero debí de adivinar lo que pasaba pues un año se cumplía desde la primera noche en la que me tomó con violencia y infamia. Me puse de pie y tomé mi bata, me asomé por la ventana y vi que en el cielo se deslizaban nubes enmascaradas.

Un relincho de ultratumba me sobresaltó, volteé atemorizada… y vi que en medio de mi alcoba un corcel negro salido de una pesadilla ufano resoplaba. El jinete de tan espantable criatura era el Príncipe de la Muerte embozado en su capa de tinieblas, con su espada en la diestra me miró amenazante, se bajó de su montura y me tomó del brazo con violencia… yo vestía un breve camisón de encaje que no cubría del todo mi desnudez, el perfume de violetas emanaba de mi cabellera… él me atrajo hacia sí pero el acostumbrado gesto que hacía para darme un beso se trastocó cuando percibió el perfume y exclamó furibundo: ¡Ramera!

Respondí su insulto con una bofetada y él me tumbó sobre el lecho, agobiada bajo su peso tuve el coraje de desafiarlo.

- ¿Dónde está mi amante? – le pregunté, sus ojos rutilaron de rabia.
- ¿Amante?... creí que lo detestabas, ¿acaso no te quejaste la primera vez que él te tomó? – me escupió como respuesta a la cara – olvídate de él... ¡tú eres mía!
- Sí y lo hice esperando que vengaras el ultraje pero tú mismo a él me entregaste por un año – le contesté airada – ahora dices que soy tuya, ¿tuya para ponerme otra vez en venta, alquiler o subasta?... me llamas ramera cuando tú mismo me dijiste que con él fuera amable.

Al no encontrar réplica a mis palabras apeló a su absurda lógica.

- Te dije que fueras amable, no que te enamoraras de él – me dijo titubante – fue el precio que él me exigió por derramar su sangre al pie de la atalaya. Perdóname, no creas que soy un rufián... permite que te haga mía, con mis manos borraré las huellas de sus caricias.
- Comprendo el trueque – le respondí – pero ¿quién te dijo que yo deseo borrar sus caricias de mi piel?. Puedes montar tu espantable corcel e irte a cazar almas por ahí, si me prohíbes ver a mi amante prefiero dormir sola antes de ceder a tus caricias aunque digas que soy tuya.

Aflojó la presión que sobre mí y echó hacia atrás sus cabellos oscuros.

- Entiendo tu enojo y lo justifico – admitió – te entregué en los brazos de otro, te obligué a satisfacer sus deseos y ahora reclamo que me recibas como a tu esposo... pero comprende que te amo y que si tú sufriste bajo sus caricias para mí el año que ha pasado ha sido doblemente doloroso, quiero tomarte y hacerte mía, ardo en deseos de poseerte.
- Pues el desagrado se volvió placer entre sus brazos – le respondí resistiendo al fulgor de su mirada esmeralda respondí – si tú deseas saciar tus deseos tendrás que recurrir a la violencia que con agrado no cedo.

Se dispuso a ejercer la violencia, me besó con apasionada rabia pero mis labios no le correspondieron, sus manos recorrieron mi cuerpo pero tuvo que lidiar con mi rigidez de estatua, finalmente se convenció de que a la fuerza no obtendría besos.

- ¿Qué puedo hacer para que me perdones? – me preguntó suplicante.
- Muy enojada estoy contigo, no soy mujer que se compra con obsequios – le respondí, viendo que ya no era de temer el espectro, con la coquetería innata de una fémina – soy romántica como las damiselas de los cuentos pero no creas que me entregaré si me recitas un par de versos.

Me levanté del lecho haciéndome dueña de la situación y tomé las riendas de su fantasmagórico corcel.

- En primer lugar no es propio de un caballero invadir la alcoba de una dama y yo no recuerdo haberte invitado – proseguí – olvidaré éste agravio si montas tu corcel y te retiras. Dices que me amas y espero que lo demuestres como lo hace un caballero.


Él me hizo una reverencia y tomó las riendas que yo le ofrecía, montó a la fabulosa bestia y desapareció en la niebla. Me acosté arrebujándome entre las sábanas pero antes de quedarme dormida percibí que los portales de mi alcoba eran cerrados con cadenas.

Liliana Celeste Flores Vega, mayo 1992

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