Con la culpa como una estaca clavada en mi corazón llegué
hasta los confines del limbo en donde vagan los espectros errabundos. Buscaba
al muchacho de ojos tristes aunque sabía que no lo encontraría... entonces
escuché los ladridos de los perros del infierno que atormentan a los infelices
espectros perdidos, corrí e imprudentemente me adentré en el bosque de árboles
carroñeros, los árboles alargaron sus brazos para atraparme, rasgaron mi
camisón y mi piel... llegué descalza y herida como la aparición del monte de
las ánimas al pantano fétido de la bruja Lamia... el cieno pútrido quemaba mis
pies... caí de rodillas suplicando su perdón.
No sé cuanto tiempo estuve llorando. Estaba a punto de
perder el conocimiento cuando sentí aquella esencia azul tan querida y
familiar... él me consolaba estrechándome contra su pecho cuando la tristeza
llenaba mi cáliz de lirio, mi paladín que siempre aparecía para rescatarme de
los peligros a los que me llevaba mi imprudencia de chiquilla traviesa
aventurándose en los parajes desconocidos del limbo. Posó su mano sobre mi
hombro… vi en su muñeca el brazalete de zafiros y rubíes, príncipe azul
concubino del diablo.
- No llores por él – me dijo Leux.
- Te hiciste pasar por él durante diecisiete años – le
respondí – tú disfrutabas de todos los honores y privilegios mientras que él,
quien derramó su sangre para liberar a Celesta de la atalaya de ámbar en la que
Yahvé la tenía prisionera, vagaba como un espectro errabundo en estas horrendas
sendas y era atormentado por los perros del infierno y otros mil espantos... ¿y
me pides que no llore por él?
- Su misión era inmolar su vida, él lo supo desde el
principio – me dijo - ya deja de llorar.
Pero las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos y grité
perdón al viento.
- No le pidas perdón – masculló Leux.
- Fui una ingrata con él – le respondí – lo traicioné.
- Tú no lo sabías – insistió.
- Cierto – admití – ellas me engañaron, me pusieron un velo
para que creyera que tú eras él… y tú aceptase seguirles el juego. Eres tú
quien debería de pedirle perdón.
- Yo solo obedecí lo que las diosas me ordenaron hacer –
dijo – vámonos, los perros se acercan.
Me negué a levantarme del suelo entonces Leux me tomó
fuertemente el brazo y yo le respondí con una bofetada. Los ladridos se
acercaban y se percibía la fétida niebla amarilla de los espectros grises que
se alimentan de las almas.
- Lileth, vámonos – me advirtió – ellos se acercan.
Leux me levantó en vilo sin hacer caso a mis protestas. Me
llevó a la Mansión y me senté en un sillón sin mirarlo. Tenía los pies
llagados, él se arrodilló para limpiar mis pies con una toalla.
- No me toques – le dije rechazando sus atenciones.
- Estás herida – insistió – deja que te cure.
- Llamaré a uno de mis elfos para que lo haga – le respondí
– vete… no quiero verte.
- ¿Por qué estás enojada conmigo? – me preguntó.
- ¿Y encima tienes el descaro de preguntármelo? – le refuté
indignada.
- Ya te dije que yo sólo hice lo que las diosas me ordenaron
hacer – me recalcó molesto - ¿crees que me gustó hacerme pasar por él durante
todos estos años y qué me complacía que pensaras en él cuando te hacía el
amor?... ¿te imaginas cuánto me dolía que no me reconocieras, a mi, que fui tu
hermano y tu amante en tantas vidas?
Me conmovió.
- Ven, cariño – le dije, él se arrodilló a mis pies y apoyó
su cabeza en mi regazo.
- Yo sólo quería escuchar mi nombre de tus labios cuando te
hacía mía – murmuró – pero tú...
- No me hagas una escena porque nunca te llamé con su nombre
– le recordé.
- Es cierto – admitió – entonces ¿fingías que no me habías
reconocido?
- No, no estaba fingiendo – le respondí – todo esto es tan
confuso... yo creía que eras él pero… tal vez... tal vez en lo profundo de mi
subconsciente sabía que eras tú.
Cerré los ojos tratando de encontrar algo que sabía estaba refundido
en mi memoria: Esa noche de abril la luna mortecina parecía una antorcha
funeraria… el sacrificio se realizó y Celesta fue liberada. Luego ella me citó
en la Mansión de las Ánimas para que le otorgara al muchacho de ojos tristes la
recompensa que le correspondía por haber ofrendado su sangre y su vida.
Estaba en la alcoba esperándolo... él llegó y descorrió los
cortinajes del lecho. Su cabello le caía hasta la cintura como una cascada de
oro bruñido y tenía los ojos azul zafiro sombreados de negro. Sin decir palabra
se inclinó sobre mí y yo murmuré su nombre.
- No me llames con ése nombre – me dijo.
- Pero si es tu nombre – le respondí.
- No, no lo es – insistió.
- Tienes razón, fue el nombre que llevaste en vida – admití
– ya no es tu nombre.
Iba a llamarlo por el nombre que le dieron los Dioses ante
el Tribunal de los Arcanos pero él no me dejó decir mas, me besó... esencia de
mar azul en sus labios... lo reconocí de inmediato.
- ¡Leux! – exclamé.
- ¿Te desagrada que sea yo? – me preguntó - ¿o lo prefieres
a él?
- No, claro que no – le respondí – pero si los inmortales se
enteran que nosotros...
- Quiero hacerte mía – me dijo - ¿o crees que no vale la
pena correr el riesgo?
- No digas tonterías, por ti arriesgaría un mundo – admití –
pero quítate ésa falsa apariencia.
Entonces se quitó el disfraz. Su cabello castaño con
reflejos de oro y sus ojos dorados, aunque al principio fueron verdemar pero
tantas vidas en mundos amarillos bajo soles áureos y entre arenas de oro le
cambiaron el color... y su sonrisa, ésa sonrisa tan adorable que siempre he
amado.
Espuma de mar derramada en el cáliz de la luna.
Ya casi amanecía... él se acurrucó en mi pecho. Entonces
surgió la niebla... mortecina niebla azul e invernal que nos envolvió y nos
quedamos dormidos como bajo el efecto de un somnífero.
Desperté confusa... a mi lado estaba el muchacho de cabello
dorado, aún dormía. Lo acaricié y él abrió los ojos, ojos azul zafiro... me
sonrió... ¿Ingwe?... un eco en mi cabeza: No me llames con ése nombre porque no
es el mío.
Y abrí los ojos saliendo del trance. Leux estaba mirándome
atónito, supe que él también había recordado lo mismo que yo.
La risa argentina y cascabelera de la que portadora del
cirio.
Liliana Celeste Flores Vega, 18 de abril del 2008
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