in girum imus nocte et consumimur igni

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viernes, 1 de diciembre de 2017

Requiem

Con la culpa como una estaca clavada en mi corazón llegué hasta los confines del limbo en donde vagan los espectros errabundos. Buscaba al muchacho de ojos tristes aunque sabía que no lo encontraría... entonces escuché los ladridos de los perros del infierno que atormentan a los infelices espectros perdidos, corrí e imprudentemente me adentré en el bosque de árboles carroñeros, los árboles alargaron sus brazos para atraparme, rasgaron mi camisón y mi piel... llegué descalza y herida como la aparición del monte de las ánimas al pantano fétido de la bruja Lamia... el cieno pútrido quemaba mis pies... caí de rodillas suplicando su perdón.

No sé cuanto tiempo estuve llorando. Estaba a punto de perder el conocimiento cuando sentí aquella esencia azul tan querida y familiar... él me consolaba estrechándome contra su pecho cuando la tristeza llenaba mi cáliz de lirio, mi paladín que siempre aparecía para rescatarme de los peligros a los que me llevaba mi imprudencia de chiquilla traviesa aventurándose en los parajes desconocidos del limbo. Posó su mano sobre mi hombro… vi en su muñeca el brazalete de zafiros y rubíes, príncipe azul concubino del diablo.

- No llores por él – me dijo Leux.
- Te hiciste pasar por él durante diecisiete años – le respondí – tú disfrutabas de todos los honores y privilegios mientras que él, quien derramó su sangre para liberar a Celesta de la atalaya de ámbar en la que Yahvé la tenía prisionera, vagaba como un espectro errabundo en estas horrendas sendas y era atormentado por los perros del infierno y otros mil espantos... ¿y me pides que no llore por él?
- Su misión era inmolar su vida, él lo supo desde el principio – me dijo - ya deja de llorar.

Pero las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos y grité perdón al viento.

- No le pidas perdón – masculló Leux.
- Fui una ingrata con él – le respondí – lo traicioné.
- Tú no lo sabías – insistió.
- Cierto – admití – ellas me engañaron, me pusieron un velo para que creyera que tú eras él… y tú aceptase seguirles el juego. Eres tú quien debería de pedirle perdón.
- Yo solo obedecí lo que las diosas me ordenaron hacer – dijo –  vámonos, los perros se acercan.

Me negué a levantarme del suelo entonces Leux me tomó fuertemente el brazo y yo le respondí con una bofetada. Los ladridos se acercaban y se percibía la fétida niebla amarilla de los espectros grises que se alimentan de las almas.

- Lileth, vámonos – me advirtió – ellos se acercan.

Leux me levantó en vilo sin hacer caso a mis protestas. Me llevó a la Mansión y me senté en un sillón sin mirarlo. Tenía los pies llagados, él se arrodilló para limpiar mis pies con una toalla.

- No me toques – le dije rechazando sus atenciones.
- Estás herida – insistió – deja que te cure.
- Llamaré a uno de mis elfos para que lo haga – le respondí – vete… no quiero verte.
- ¿Por qué estás enojada conmigo? – me preguntó.
- ¿Y encima tienes el descaro de preguntármelo? – le refuté indignada.
- Ya te dije que yo sólo hice lo que las diosas me ordenaron hacer – me recalcó molesto - ¿crees que me gustó hacerme pasar por él durante todos estos años y qué me complacía que pensaras en él cuando te hacía el amor?... ¿te imaginas cuánto me dolía que no me reconocieras, a mi, que fui tu hermano y tu amante en tantas vidas?

Me conmovió.

- Ven, cariño – le dije, él se arrodilló a mis pies y apoyó su cabeza en mi regazo.
- Yo sólo quería escuchar mi nombre de tus labios cuando te hacía mía – murmuró – pero tú...
- No me hagas una escena porque nunca te llamé con su nombre – le recordé.
- Es cierto – admitió – entonces ¿fingías que no me habías reconocido?
- No, no estaba fingiendo – le respondí – todo esto es tan confuso... yo creía que eras él pero… tal vez... tal vez en lo profundo de mi subconsciente sabía que eras tú.


Cerré los ojos tratando de encontrar algo que sabía estaba refundido en mi memoria: Esa noche de abril la luna mortecina parecía una antorcha funeraria… el sacrificio se realizó y Celesta fue liberada. Luego ella me citó en la Mansión de las Ánimas para que le otorgara al muchacho de ojos tristes la recompensa que le correspondía por haber ofrendado su sangre y su vida.

Estaba en la alcoba esperándolo... él llegó y descorrió los cortinajes del lecho. Su cabello le caía hasta la cintura como una cascada de oro bruñido y tenía los ojos azul zafiro sombreados de negro. Sin decir palabra se inclinó sobre mí y yo murmuré su nombre.

- No me llames con ése nombre – me dijo.
- Pero si es tu nombre – le respondí.
- No, no lo es – insistió.
- Tienes razón, fue el nombre que llevaste en vida – admití – ya no es tu nombre.

Iba a llamarlo por el nombre que le dieron los Dioses ante el Tribunal de los Arcanos pero él no me dejó decir mas, me besó... esencia de mar azul en sus labios... lo reconocí de inmediato.

- ¡Leux! – exclamé.
- ¿Te desagrada que sea yo? – me preguntó - ¿o lo prefieres a él?
- No, claro que no – le respondí – pero si los inmortales se enteran que nosotros...
- Quiero hacerte mía – me dijo - ¿o crees que no vale la pena correr el riesgo?
- No digas tonterías, por ti arriesgaría un mundo – admití – pero quítate ésa falsa apariencia.

Entonces se quitó el disfraz. Su cabello castaño con reflejos de oro y sus ojos dorados, aunque al principio fueron verdemar pero tantas vidas en mundos amarillos bajo soles áureos y entre arenas de oro le cambiaron el color... y su sonrisa, ésa sonrisa tan adorable que siempre he amado.

Espuma de mar derramada en el cáliz de la luna.

Ya casi amanecía... él se acurrucó en mi pecho. Entonces surgió la niebla... mortecina niebla azul e invernal que nos envolvió y nos quedamos dormidos como bajo el efecto de un somnífero.

Desperté confusa... a mi lado estaba el muchacho de cabello dorado, aún dormía. Lo acaricié y él abrió los ojos, ojos azul zafiro... me sonrió... ¿Ingwe?... un eco en mi cabeza: No me llames con ése nombre porque no es el mío.


Y abrí los ojos saliendo del trance. Leux estaba mirándome atónito, supe que él también había recordado lo mismo que yo.

La risa argentina y cascabelera de la que portadora del cirio.


Liliana Celeste Flores Vega, 18 de abril del 2008


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