La noche pasaba
apacible y serena en las místicas regiones del Norte. Las tres lunas derramaban
sus rayos de argento sobre las ignotas oscuraciones del sempiterno bosque en
donde aún se mantienen de pie los menhires y dólmenes erigidos al inicio de los
tiempos por los hijos de la tierra, sobre los nidos de las lechuzas blancas y
las madrigueras de los lobos azules, sobre la cabaña de la anciana hechicera
que habla con los árboles y los muros de piedra del castillo que se alza sobre
un risco como un coloso protector dando sombra a las villas.
Finalmente, la paz y prosperidad reinaban en las milenarias tierras de Thureennia bajo el gobierno del rey Thursen, el hijo perdido y encontrado del rey Thur que fue criado por los osos. Los graneros estaban repletos y las despensas rebosaban, desde la cabaña más humilde hasta el magnánimo castillo se elevaban las plegarias de agradecimiento a los Dioses. Llegó la medianoche, las velas y los fanales se apagaron dando paso a la oscuridad y al agradable reposo. Solo en el faro que vigilaba los brumosos horizontes y en la concurrida taberna del puerto las luces permanecieron encendidas.