Preludios de Borrasca
La Luna como un
curvo puñal de plata... en la lejanía preludios de borrasca.
- Lo sabía, siempre la misma historia repetida de
mar y luna... sabes que tengo el derecho de obligarte a permanecer a
mi lado... pero no lo haré, muchas veces te he puesto cadenas y solo
he conseguido que tu cariño se trocara en odio... no es necesario que
esperes a que se cumpla un año y un día para quedar libre de los lazos que te
atan a mí, yo te libero... puedes irte con él ahora mismo si así lo deseas.
Ni amenazas ni reproches... está sentado en el lecho abrazando un
almohadón y me esboza una triste sonrisa que me duele más que un
ardiente cuchillo clavado en las entrañas. Tomo mi bolso de viaje...
el espejo de denegrido marco de plata, la bola de cristal, los naipes
mágicos... y no puedo seguir empacando.
- Te quiero...
- Lo sé, me quieres... pero no me amas.
- Te voy a extrañar...
- Seguiremos viéndonos por nuestras obligaciones como shamanes y por nuestros
hijos.
- Si, seguiremos viéndonos... pero... ¿si necesito hablar contigo?
- Tienes el espejo.
- Eh... me refería a...
- Puedes escribirle a mi hermano.
- Si, claro.
El libro de sombras, un cofrecillo... termino de empacar.
- Bueno... me voy.
- Los senderos del limbo aún no son seguros, que te acompañe la escolta.
- Está bien... cuídate.
Salgo de la habitación y cruzo el amplio salón en penumbras pero antes de llegar al portón me detengo y regreso... él sigue sentado en el lecho con el almohadón aferrado entre sus brazos, al sentir mi presencia hace un movimiento y oculta su rostro con sus cabellos.
- ¿Olvidaste algo?
- Si.
Me acerco a él, levanto su rostro, su mirada empañada por las lágrimas... lo
beso pero él esquiva mi boca.
- No... no quiero tu lástima.
- No es lástima...
- Si vas a decirme que en la puerta te diste cuenta que estás
enamorada de mi...
- Simplemente sentí un deseo irresistible de besarte.
- ¿Un antojo?
- Si, un antojo por el embarazo.
Me ofrece sus labios y lo beso tumbándolo sobre el
lecho.
- Hum... ahora tengo deseos de acariciarte y de
hacerte otras cositas.
- Entonces... ¿debo de dejarme hacer todo lo que desees por el bienestar de
nuestro bebé?
- Exactamente... todo lo que yo desee.
- Pero él
debe de estar esperándote.
- Pues que espere o que se entretenga haciendo marejadas.
La Luna cobijada entre las sombras... en la lejanía el mar azotando los
acantilados.
- ¿Puedo venir cuando tenga deseos de verte?
- Solo si de verdad deseas verme... no lo hagas por lástima.
- Te avisaré enviándote una libélula.
- No es necesario, tienes la llave, puedes venir cuando lo desees... yo siempre
estaré esperándote.
- ¿Siempre?
- Si, siempre... sé que llegará el día en el que te aburrirás del ruidoso
vaivén de las olas y buscarás el tranquilo abrazo de las tinieblas.
Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2009