era noche en la que los espectros vagan…
Mi primera noche en el castillo rocoso y antiguo,
a pesar de estar cansada por el largo viaje no podía conciliar el
sueño,
bajé las escaleras, una vela que había quedado encendida
bañaba de penumbra la triste soledad del gran salón.
Aquél retrato del noble conde (capa negra, espada en mano)
semiborrado por la humedad y los siglos, me atrajo
y lo contemplaba (como un imán su mirada)
cuando el mudo reloj despertó de su sueño:
trece campanadas... la hora encantada...
un vago rumor... un ruidoso silencio...
y desde ultratumba
el eco de los pasos del conde muerto.
Cerré los ojos, sabía que él estaba ahí (capa negra, espada en
mano)
parado en el umbral de la puerta
esperando un descuido mío para clavarme los colmillos
y no quise mirarlo (como un imán su mirada)
para no caer en la tentación de amarlo (como lo advertía la
leyenda)
pero él se acercó a mí (el filo de sus ojos hirió mis hombros
desnudos)
y me tomó entre sus brazos venciendo mi débil resistencia
con las húmedas caricias de sus fríos labios.
Y fui suya bajo la sombra de su retrato
que la humedad y los siglos borraban (maldito sea el vampiro)
cuando el mudo reloj despertó de su sueño
y dio trece campanadas.
Era noche tormentosa,
era noche en la que los espectros vagan...
Liliana Celeste Flores Vega - 1988