Entonces abrieron la puerta sigilosamente. Era una mujer muy bonita, de cabello rubio lacio y ojos azules pero estaba delgada y muy demacrada. Ella me dijo: Señora, pasad. Yo no me hice de rogar, no quería quedarme afuera hecha una sopa, además presentía algo malo y oscuro en el ambiente, algo que me daba miedo.
Entré a la casa. El salón parecía haber sido muy elegante y lujoso pero ahora estaba descuidado. Había fuego en la chimenea y me acerqué para secarme. Vi dos niños que estaban tomando sopa, uno de diez y el otro de seis años. Le di las gracias a la mujer y nos pusimos a conversar de tonterías que no recuerdo.
Un reloj cucú dio las diez. La mujer se sobresaltó, empezó a murmurar palabras mágicas de protección mientras echaba hierbas al fuego de la chimenea. Le pregunté a que le temía y me respondió angustiada: Es la hora... y mi esposo no regresa.
Entonces se hizo un silencio profundo, se sintió una sensación de pesadez y hedor... y un chillido horroroso. Los niños abrazaron a su madre y ella empezó a llorar. Yo me asomé por la ventana y vi a un animal rarísimo, era como un gallo gigante pero con varias patas que tenía distribuidas sobre el lomo y corría como si fuera una rueda.
En eso divisé a un hombre de cabello castaño, él venía corriendo con dirección a la casa. Supuse que era su esposo y le avisé a la mujer quien fue a abrirle pero el cerrojo se atascó. El hombre tocaba a la puerta desesperado, luego escuchamos los chillidos del avechucho y los gritos del pobre hombre.
Finalmente logramos abrir la puerta. El avechucho lo estaba picoteando y arrancándole pedazos de carne. Yo tomé un fierro caliente de la chimenea y se lo metí en el ojo para que lo soltara, el avechucho dejó al hombre y la mujer lo metió a rastras a la casa. Entonces me desperté… pero me quedó en la cabeza una voz que decía: El Jabberwockey está atacando a la gente de Norwich, tienen que hacer algo.