En las profundidades del bosque sagrado
se yergue desafiando al tiempo
el árbol milenario de los frutos amargos.
Entre sus raíces retorcidas
tiene su morada una triste doncella pálida,
bella como la aurora, serena y triste como la niebla.
La desdichada virgen tiene en su pasado
un oscuro pecado y está condenada
a regar eternamente con su llanto
el árbol milenario de los frutos amargos.
Liliana
Celeste Flores Vega - diciembre de 1991