El
ocaso incendiaba las nubes,
el
campanario del templo era de lumbre,
yo
te esperaba ardiendo en el fuego del deseo.
Llegaste
con la noche, envuelta en una capa negra
ocultando
tu belleza bajo toscas vestimentas...
te
tomé entre mis brazos, tú me rechazaste y me preguntaste:
“¿Para
qué me haz citado?, ¿qué es lo que quieres?”
yo
acaricié tu suave mejilla pálida y te respondí:
“Quiero
poseerte en el altar del templo del dios de las mentiras”
sonreíste
y tu sonrisa era un reto, ¿creías que no me atrevería?
bajo
el cirio de la luna menguante atravesamos el abrupto sendero
y
llegamos a la entrada de las derruidas catacumbas húmedas.
Los
sombríos túneles donde las alimañas tenían su guarida
eran
oscuros y encendí una antorcha,
el
piso resbaladizo por los vapores fétidos te hizo vacilar
y
te aferraste a mí, me estremecí cuando tomaste mi mano...
forcé
el portón que daba acceso al recinto sacro,
crujieron
los goznes, cedió la cerradura...
nuestras
pisadas resonaron con prolongado eco
en
la inmensidad de la nave, desde los altares las estatuas
nos
observaban con ojos móviles y fulgentes de ira.
De
pie frente al altar, tú y yo retamos al dios usurpador,
te
despojé de tus toscas vestiduras negras...
tu
hermosa cabellera dorada se abrió como una cascada de oro, exclamé:
“¡Eres
bella! ... ¡demasiado!”
dejaste
caer tu vestido, tu desnudez de mármol era un insulto y dijiste:
“Conmigo
gozan los inmortales... ¿podrás complacerme?”
tus
palabras me hirieron pero sonreí con desenfado... oculté mi dolor...
me
despojé de mi camisa y de mis bragas, me satisfizo
atrapar
una chispa de lujuria en tus claros ojos al verme desnudo.
Te
levanté en mis brazos y te deposité en el frío altar,
acaricié
todo tu cuerpo, mis manos temblaban al recorrer tu anatomía
y
cuando mis labios ansiosos se unieron a los tuyos
correspondiste
a mis besos entreabriendo tu boca...
los
pezones de tus pechos se endurecieron en mi boca,
bajé
poco a poco, disfrutando de la frescura de tu vientre...
la
tersura de tus muslos era irresistible, abrí tus piernas
junté
mi boca a los labios de tu vulva y bebí con ansias
saboreando
con mi lengua el salado sabor de tu cáliz.
Gemías
y yo me embriagaba con el licor que manaba de tus entrañas,
estabas
menstruando y yo bebía tu sangre impura con sed de vampiro...
el
sacrilegio asomó en tu rostro de virgen y me sugeriste:
“Hermano
mío, alcánzame el copón de las hostias”...
el
frío sudor perló mi frente al tomar la copa santa y te respondí:
“Toma
mi divina pecadora, comulguemos”...
pero
tú tomaste unas hostias y las hundiste en tu vagina
te
ofreciste a mí y te penetré sintiendo como mi falo hundía
las
hostias benditas destrozándolas dentro de ti.
Tus
piernas ceñían mi cintura en degradante abrazo
y
al hundirme en tus entrañas sentía que me hundía en el abismo,
tu
jadeabas como una bacante ebria y yo enloquecido te poseía
profanando
la santidad del recinto y blasfemando...
mantuve
mi virilidad hasta que el orgasmo te estremeció
y
con una brutal embestida eyaculé en el fondo de ti...
jadeante
y agitado sobre ti, tú acariciabas mi cabeza
que
afiebrada descansaba sobre tu pecho, y en tus entrañas
una
masa inmunda de pan bendito, tu sangre y mi semen.
Las
estatuas nos amenazaban con sus ojos sin vida,
fornicamos,
bebimos el vino consagrado...
al
rayar el alba decidimos regresar y te pregunté:
“Hermana
mía, ¿logré satisfacer tu demoníaca lujuria?”...
uniste
tu boca a la mía, ¡me besaste apasionadamente! y me respondiste:
“Casi...
tal vez si hubieras profanado aquel amuleto que pende de tu cuello”…
me
levanté y me vestí... ¿cómo podías ser tan angelicalmente malvada?
guardé
el amuleto debajo de mi camisa temiendo que tan solo tu mirada
lo
dañara, tú hiciste una mueca de burla, yo bajé la cabeza.
Te
lavaste en la pila de agua bendita,
las
sienes me latían, tu serenidad era pasmante
y
yo te contemplaba aterrado como quien contempla
a
una virgen que subasta su castidad en un mercado...
te
vestiste y escondiste tu celestial belleza pecadora
bajo
los toscos ropajes de tu hábito de novicia,
regresamos
por los túneles húmedos de las catacumbas,
tu
pequeña mano aferrada a mi brazo, aunque eres el alma de mi alma
desconocía
la profundidad de la fuente pútrida de tu iniquidad.
El
alba coloreaba las nubes,
el
campanario del templo quedaba atrás
y
mi aún inocente inocencia te suplicaba piedad.
Liliana
Celeste Flores Vega - 1995
Este poema lo escribí en 1995 y está incluido en
una novela que dejé inconclusa. Trata de dos hermanos que tienen una relación
incestuosa, ambos son hijos de un conde y vampiros de nacimiento (pero no son
los típicos vampiros, no estallan en llamas con la luz del sol pero una larga
exposición si les hace daño, comen todo tipo de alimento normalmente pero
necesitan beber sangre)… la historia ésta escrita desde el punto de vista del
hermano en forma de diario, él cuenta como después de varios sucesos oscuros y
sangrientos fueron culpados por su condición de “vampiros”, el padre fue
linchado por el populacho y ellos casi corren la misma suerte… luego él es
encerrado en una celda a la espera de un juicio y ella es obligada a tomar los
hábitos de novicia en un convento, él escapa con la ayuda de un nigromante que
promete enseñarle las artes oscuras, él planea huir con su hermana pero antes
que él pueda liberarla ella escapa y resentida con él se convierte en una
cortesana. Este poema es un recuerdo del hermano de un encuentro furtivo con su
hermana.