Tenía un diario
que me ayudaba a conservar mis recuerdos. Entre sus páginas encontré unas hojas
secas de lavanda, reliquias de aquellos hermosos campos perfumados y nuestra
felicidad perdida. Después del bombardeo a la ciudad llegó hasta la campiña una
niebla negra y tóxica que esparció oscuridad y muerte… las cosechas y el agua
se contaminaron, las personas y los animales enfermaron, muchos murieron por
los problemas respiratorios causados por ésa niebla saturada de azufre y otros
gases venenosos.
Decían que los soldados enemigos no eran humanos como nosotros, que tenían brazos mecánicos y poseían armas que podían incinerar o congelar a las personas. Bombardeaban una ciudad tras otra, luego la niebla negra y tóxica se extendía por los campos. Los que sobrevivimos al invierno negro tomamos las pertenencias que podíamos cargar y nos dirigimos al sur buscando un lugar habitable pero todo era desolación. Nos convertimos en parias de la guerra, una caravana de fantasmas que vagaba en los campos contaminados y entre las ruinas de las ciudades destruidas sobreviviendo de despojos.