En
la soledad de mi habitación, la lámpara a media luz y el corazón en penumbras
cuando el espejo se nubló. Era noviembre... y llovía.
Me
asomé al abismo de sombras. Los fármacos me habían alejado de las visiones y el
psiquiatra me había advertido que no invocara a los fantasmas pero el espejo se
había abierto sin que yo lo deseara y la curiosidad pudo más que el miedo... aullidos
de viento, gris bosque de árboles gigantescos, un guerrero tendido sobre la
hojarasca... rubios los cabellos... era el Príncipe de las Nieblas y estaba
herido.
El
granizo empezó a caer sobre sus desnudas y desgarradas espaldas, él se despertó…
con dificultad se puso de pie, con su cuerpo había protegido a una niña rubia
como el sol y pálida como la luna, al parecer la niña también estaba herida. Recogió
su capa, la sacudió y abrigó a la niña… uno, dos pasos... no pudo continuar y
cayó... intentó levantarse nuevamente... lo logró... uno, dos, tres pasos... lentamente
pudo llegar al cobijo de un frondoso árbol y se recostó contra el rugoso el
tronco.
Con
caricias y el vaho de su aliento confortó a la niña y ella abrió los ojos...
ojos hechizadores de cielo marino. Besó en los labios a la niña, pero no era un
beso… aquella boquita le pedía sangre, él había mordido sus propios labios y
ofrecía su boca para calmar la sed de la pequeña. Un rugido estremeció al
bosque pero el bramido de la bestia iluminó de esperanza el semblante
desfalleciente del Príncipe de las Nieblas.
Un
gigantesco amaru asentó sobre la nieve su garra gigantesca. Sobre la bestia iba
montada una desmelenada belleza, dorados los cabellos y ojos turquesas, con el
rostro pintado con una franja de ocre rojo contrastando con la blancura de su
piel, vestía como una guerrera y llevaba un garrote.
-
¡Shia! - exclamó el Príncipe de las Nieblas - no pude... no pude defenderla...
perdóname.
La
Luna de la Muerte se apeó de la bestia y tomó entre sus brazos a la niña. De
las sombras surgió el Príncipe de la Muerte montado en su corcel macilento, se
apeó de su esquelética cabalgadura y con la fusta azotó al Príncipe de las Nieblas
una, dos... diez veces... hasta dejarle el pecho surcado de líneas cárdenas, no
satisfecho lo pateó en el rostro clavándole la espuela en la mejilla pero antes
de que repitiera el brutal golpe Shia lo detuvo y puso en sus brazos a la niña
herida.
El
Príncipe de la Muerte recibió a la niña con ternura infinita, la pequeña se
aferró a él ansiosa de buscarle los labios. Shia auxilió al Príncipe de las Nieblas...
se arrodilló y con un pañuelo de lino le limpió el rostro ensangrentado, menos me
hubiera sorprendido que un rosal no diera espinas que aquel gesto de ternura de
tan belicosa belleza… ella lo ayudó a montar sobre el amaru mientras que el
Príncipe de la Muerte montaba su corcel fantasmagórico con la niña en brazos.
Era noviembre... y llovía. Cerré los ojos... sabía que era el comienzo de una maldita historia sin fin pues aquella pequeña era la Emperatriz Niña del Reino Fantasía. Amaru: Dragón, serpiente o quimera de los Andes.
Era noviembre... y llovía. Cerré los ojos... sabía que era el comienzo de una maldita historia sin fin pues aquella pequeña era la Emperatriz Niña del Reino Fantasía. Amaru: Dragón, serpiente o quimera de los Andes.
Liliana Celeste Flores Vega - noviembre 1999