in girum imus nocte et consumimur igni

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martes, 29 de diciembre de 2015

La Torre de ámbar

Desperté, estaba envuelta en la capa de Aiec Paec y acostada sobre un lecho improvisado, busqué al guerrero inmortal con la mirada y lo vi a la orilla de un enorme lago azul espejo en el que no había reparado antes asegurando la vela de una balsa hecha con totoras, por un momento me sentí aturdida pues no comprendía como no había podido ver el lago antes pero lo entendí cuando vi a mí alrededor, al parecer Aiec Paec me había traído hasta allí mientras yo dormía.

Aiec Paec me tomó entre sus brazos y me subió a la balsa, tomó los remos... mientras nos alejábamos de la orilla del lago que se encuentra entre las nubes contemplé las ruinas humeantes de lo que fuera el magnífico centro ceremonial de Tiahuanacu, un estremecimiento recorrió mi cuerpo al divisar el Portal del Sol derrumbado y partido en dos... mis ojos no pudieron apartarse de la visión de las ruinas hasta que llegamos al centro del lago y el pasaje astral se abrió, levanté mis ojos y vi a Aiec Paec quien también miraba hacia la lejana orilla pero no observaba las ruinas, vigilaba la distancia y el dolor por dejarlos a ellos sobre la realidad de una región devastada se posó sobre sus ojos indefinidos entre azul y verde como una sombra.

Aiec Paec remó un poco más hasta que la balsa entró a la columna de luz, aquella luz nos envolvió y por un instante solo existió ese destello argentino y gélido... una sacudida... y la luz se desvaneció en suave neblina que flotó por un momento sobre la superficie de las aguas azules, cuando se disiparon por completo pude ver que ya no estábamos en el centro del lago, estábamos en medio de un inmenso mar... me arrebujé en la capa del guerrero inmortal y cerré los ojos desalentada por la panorámica inacabable de agua. Aiec Paec remó en el Mar de la Eternidad infatigablemente, por momentos yo despertaba de mi sueño y solo divisaba cielo y mar, cielo y mar... entonces volvía a cerrar los ojos dejándome mecer por el suave vaivén de las olas. Creí que habíamos navegado por una eternidad cuando Aiec Paec aseguró los remos y dejó que la corriente llevara la balsa; se recostó a mi lado, instintivamente busque el calor de su cuerpo  y lo interrogué con la mirada... él dejó escapar un leve suspiro, acarició mi mejilla y me besó tiernamente en los labios, aquel beso me confortó y me acurruqué en su pecho.

Un rayo de luz hirió mis ojos y los abrí, amanecía pero aún la visión del panorama era sólo de cielo y mar. Aiec Paec estaba despierto pero no había querido despertarme quitándome el abrigo de su cuerpo; supe que él tenía que seguir remando y me resigné a arrebujarme con su capa lo mejor que pude... intenté mantenerme despierta pero la inmensidad del Mar de la Eternidad volvió a abrumarme entonces fijé mis ojos en la espalda de Aiec Paec, había atado su larga cabellera color azabache en una coleta y el movimiento monótono de sus hombros al remar  terminó por hundirme otra vez en el sueño. Al atardecer la calina nos rodeó pero entre la bruma pudimos divisar las costas de Néphula.

Llegamos a la Playa del Silencio de noche, entonces la vi: Entre nieblas azules, espectral y lejana, casi irreal en su fantasmagoría se alzaba la Torre de Ámbar... Aiec Paec dejó la balsa atracada en el roquerío e hizo ademán de tomarme entre sus brazos pero yo le dije que intentaría caminar pues sentía las piernas entumecidas y deseaba moverlas para entrar en calor, él me ayudó a ponerme de pie pero me alzó en vilo al verme flaquear. A unos pocos pasos un guerrero estaba sentado sobre una roca, al vernos se puso de pie poniendo en manifiesto su magnífico porte: Su larga cabellera oscura estaba atada en media coleta, vestía un elegante uniforme de gala de  terciopelo, sobre éste llevaba una coraza que relucía con un brillo argentino y una espada con empuñadura de rubíes colgaba de su cinturón, pero lo que más me impresionó fueron sus ojos ígneos como dos carbunclos.

- Lars a vuestras órdenes - dijo haciéndome una reverencia marcial - si no lo recordáis yo soy vuestro guardián personal y... 
- Yo cuidaré de ella como cuando era una niña, el mismo Príncipe de la Muerte me la encargó -  dijo Aiec Paec con una severidad que no imaginé en su semblante, por un instante ambos se miraron como si midieran sus poderes, finalmente Lars cedió haciendo una cortés reverencia que se notó fingida y diplomática - ¿Trajiste el carruaje? – preguntó Aiec Paec y Lars le respondió asintiendo con la cabeza sin ocultar el brillo furioso de su mirada de fuego.

Liliana Celeste Flores Vega - 2002 

Lágrimas

Mi cuerpo estaba entumecido con una rigidez casi pétrea, yacía en una duna semienterrada por las rojas arenas calcinadas y la sed me atormentaba. El veneno corría rápidamente a través de mis venas y el sueño vencía mis cansados ojos, yo sabía que si cedía moriría... y deseaba morir...

Cerré mis ojos y me preparé para descender a la oscuridad cuando escuché que una voz gritaba mi nombre, pero el grito me llegó solo como una sombra del sonido demasiado lejana como para abrigar esperanzas y cedí a la oscuridad que me arrastraba. Me hundía en un torbellino sanguinolento y oscuro, deseaba seguir cayendo y cayendo pero de pronto un golpe seco me arrancó la deliciosa sensación de vértigo... me estaba hundiendo en las arenas y mi cuerpo estaba petrificado, sin embargo era una sensación agradable, carente de dolor... cuando mi voluntad estaba a punto de ceder nuevamente aquella lejana voz gritó mi nombre pero ésta vez me llegó una imagen con el sonido lejano y angustioso: La silueta de un hombre de largos cabellos oscuros embozado en una capa de tinieblas... algo dentro de mí se rebeló contra la fuerza que me arrastraba inexorablemente al olvido, un tamborileo insistente que fue correspondido por un redoble dentro de mi pecho que en un principio me pareció ajeno y luego reconocí como los latidos de mi corazón.

Intenté luchar pero ya era demasiado tarde, mi cuerpo estaba petrificado, perdida toda sensibilidad, solo la angustiosa sensación de que mis esfuerzos eran inútiles. Mis ojos empezaron a cerrarse en contra de mi voluntad y mi corazón empezó a latir más lentamente pero de pronto unas gotas de lluvia humedecieron mis resecos labios y bebí aquellas gotas  saladas, pasaron por mi seca garganta y fue tan vivificante como beber del manantial de la vida, mi corazón empezó a bombear sangre y ésta sangre circuló por mis venas  devolviéndole la sensibilidad a mi cuerpo petrificado.  Recuperé mis fuerzas y luché para no quedar enterrada por las arenas y lo logré, entonces abrí los ojos: Estaba entre los brazos de un hombre que lloraba y besaba mis mejillas y mis labios con desesperación, pero no era el hombre embozado en la capa de tinieblas que yo había visto cuando el veneno me convertía en piedra, era un hombre joven de largos cabellos dorados y hermosos ojos azules, más hermosos empañados por el cristal de las lágrimas que me habían salvado la vida.

El hombre de largos cabellos oscuros estaba sentado con la espalda encorvada y la cabeza echada hacia delante, con la frente tocando sus rodillas y el cabello cayéndole sobre el rostro, recostado a un muro de piedra semiderruído frente a nosotros en una  postura absolutamente desconsolada parecía formar parte de las ruinas de lo que a mi confuso entendimiento le pareció un templo destruido por el poder de un dios furioso y malvado. Al sentir mi mirada sobre él levantó su rostro, aún incrédulo me dijo:

- Creímos que te habíamos perdido – extendió su brazo hacia mí  y sentí sus fríos dedos acariciando mi mejilla, pude ver que tenía la muñeca atada con un jirón de tela que estaba totalmente embebido en sangre – intenté... despertarte dándote de beber mi sangre... pero... no entiendo, las lágrimas...

El hombre joven de cabellos dorados aún me sostenía entre sus brazos  cuando el hombre de largos cabellos oscuros me abrazó. Era placentero sentir ése doble abrazo, una dulce somnolencia me envolvió, me sabía protegida y estaba agotada, cerré los ojos deseando quedarme dormida con la cabeza apoyada sobre el pecho del hombre joven de cabellos dorados y cobijada por el abrazo del hombre de la capa de tinieblas cuando un estruendo nos sobresaltó a los tres: en el horizonte una centella roja surcaba el cielo...

- ¡Jian Oog se llevó los dos cetros! - exclamó una voz de trueno y frente a nosotros surgió un guerrero inmortal, sus largos cabellos negros como la noche enmarcaban su pálida faz en la que sus ojos irreales indefinidos entre azul y verde fulguraban de rabia - ¡Estás con vida! - exclamó al verme y su semblante se suavizó  por una vaga sonrisa.

Un segundo después de que el guerrero inmortal terminó de hablar un resplandor azul estalló a su lado y apareció una hermosa mujer de rubia cabellera alborotada que le llegaba a la cintura, una línea dibujada con terracota destacaba en su níveo rostro sombreando sus ojos semejantes a dos turquesas, su belleza salvaje era una amalgama de fragilidad y fuerza, delicada como una princesa pero algo innato en ella la delataba como guerrera.

- ¡No encuentro a Coalechec!... y mi amaru... ¡mi amaru está muerto! - exclamó desesperada y el hombre de largos cabellos oscuros abrió los labios para decir algo pero fue interrumpido por la súbita aparición de un joven guerrero de largos cabellos dorados que caían como una cortina de oro sobre sus espaldas, jadeaba y sus ojos de un azul profundo rutilaban de ira.
- ¡No está!... Coalechec no está en ningún lado... lo busqué... entre las ruinas - dijo el joven guerrero agitado - Shia, encontré esto - dijo entregándole a la hermosa mujer un garrote que ella tomó como si la pesada arma fuera ligera.
- Shia, Xiuel... Jian Oog se llevó los dos cetros, vamos tras él - dijo el hombre de la capa de tinieblas dirigiéndose a la hermosa mujer y al joven guerrero -  Aiec Paec, cuídala... llévala a la Torre de Ámbar – añadió, me levantó entre sus brazos y me entregó al guerrero inmortal, quien me recibió devotamente - nosotros iremos tras ése miserable.

Vi como el hombre joven de dorados cabellos se ponía de pie y Xiuel se fusionaba con él formando un solo ser, silbó y dos corceles de tormenta descendieron velozmente del cielo, él montó uno de los corceles, el hombre de la capa de tinieblas montó el otro y le ofreció su mano a Shia ayudándole a subir a la grupa del fantasmagórico corcel, en un instante eran solo dos puntos de luz oscura en la inmensidad del cielo nocturno.


Me cobijé en el pecho del guerrero inmortal, su contacto fue reconfortante, un aura lila me arrebujó suavemente y el sueño descendió sobre mis párpados como una caricia dejando atrás mi confusión, la angustiosa pesadilla y las dunas de rojas arenas.

Liliana Celeste Flores Vega - 2002 

sábado, 26 de diciembre de 2015

La sombra de las alas de Lilith

Bebí de la sangre del Draco, ígnea esencia inmortal, veneno escarlata que trasmutó mi esencia almática convirtiéndome en quimera de sueños, pesadilla hecha realidad.


Soy Hija de la Luna, la Elegida Primigenia, en mis manos tengo el poder de Su cetro de Argento para juzgar a los de Raza Inmortal... soy la hierática sacerdotisa que danza entre las tumbas al compás de las melodías forjadas en el silencio, canto los dulces arrullos de la Dama de la Muerte y mis letanías pueden callar a un Dios.


Le di a mi querido amante mi palabra de honor, sagrada promesa de Luna Enamorada hecha al Mar, de que no me inmiscuiría en sus contiendas con el einherjer del Norte... como dama azul sé respetar el honor de un guerrero, até mis manos para no lanzar hechizos a través del espejo y mordí mis labios para no lanzar una maldición en alas del viento... solo las libélulas saben cuantas lágrimas derramé sobre el nebuloso cristal.



Pero ésta madrugada comprobé que eras tú quien movía los hilos que hicieron que la mano del einherjer domador de truenos empuñara el puñal... juro que no tocaré a tu marioneta, del cargo de traidor se le concede el beneficio de la duda y la disculpa de actuar bajo tu imperio, por eso no dañaré ni uno solo de sus rubios cabellos... solo cortaré las manos del titiritero.

Draco de Hielo, Lobo de Plata que quisiste sentarte en el Trono de Sombras usurpando el brillo del Lucero... ironías del destino, absurdas leyes del caos, la sospecha de traición no bastaba para cortarte el cuello... pero heriste al mas amado de mis Lilitus, el primero a quien en un beso le di de beber mi veneno... rompiste el pacto, un Dios no debe de meter sus divinas narices en un duelo de shamanes... ahora como madre, amante y mano izquierda de la Diosa Emperatriz reclamo mi derecho.



Las nieblas te envuelven como un sudario... levanto mi velo... ¡Mira la cara oculta de la Luna y contempla petrificado como desciende del cielo la Lechuza que te sacará los ojos!



Y ya está hecho... la perla primigenia del séptimo quedará guardada en una ostra, hundida en las profundidades del Mar.... he allí su condena: Eternamente mecido por las olas.



Que sirva de ejemplo: Lilith defiende a sus abrazados y a sus hijos con furia de amante y amor de madre.



Y tú, einherjer del Norte... ahora sin las ventajas que un Dios traidor te concedía, si aún hay cuentas pendientes entre tú y el guerrero de las mareas, pelea limpio, hombre a hombre... Lilith no proyectará la sombra de sus alas si es un duelo de caballeros.



Liliana Celeste Flores Vega - agosto 2008

domingo, 6 de diciembre de 2015

Noche de Luna Negra

Noche de Luna Negra

Mi mente aún no se recupera de la visión atroz de aquella noche maldita, hace una semana, en la que el Guerrero de la Luna se ofreció voluntariamente al sacrificio ritual de la Huaca de la Luna de los Muertos condenándose a ser la próxima victima de la Diosa que cena y danza con los cadáveres.

Me atrevo a correr la cortina de lo irreal para averiguar que sucedió con el Príncipe de las Nieblas. Noche sin luna o mejor dicho, noche de luna negra. Mi espejo de tinieblas me muestra una extraña escena: La Fantasmala viste sus galas negras y luce sus joyas de plata, sentada frente al espejo le da los últimos toques a su tocado, asegura su velo tejido con hilos de noche con espinas de rosas blancas y baja las escaleras tan bella como una viuda siniestra... en el descanso del séptimo piso le da el alcance un caballero vestido con la elegancia de un noble de la corte de Francia llevando duelo, lleva sus cabellos color cobre atados en una coleta y los ojos verdes sombreados en negro, le ofrece con galantería su brazo a la sombría dama ella le da un beso en la mejilla y lo enlaza.

Los dos descienden por las escalinatas de piedra patéticamente iluminadas por antorchas mortecinas adosadas a los muros de piedra hasta el tercer piso de la atalaya de ámbar. Entran a un amplio salón adornado con cuadros blasfemos y amoblado con elegantes muebles de madera tallada, ella toma asiento en una butaca doble, él sirve dos copas de vino, le ofrece una y se sienta a su lado... brindan… charlan placenteramente, él la mira con arrobamiento, ella le sonríe coqueteándole tras el velo. Sus coloquios son interrumpidos por el repiqueteo de una campanilla, ella se angustia, él aprieta sus manos entre las suyas para calmarla, se pone de pie y abre de par en par las puertas del balcón... él le hace un gesto para que se acerque, ella se niega, él insiste… finalmente la bella dama de negro se asoma por el balcón.

La Fantasmala asoma por el mirador con los atavíos de la luna negra… abajo en el patio, el Guerrero de la Luna, vistiendo su armadura de argento y portando la mítica espada la saluda hieráticamente. Ella le corresponde con una sonrisa triste… el Guerrero de la Luna desenvaina su espada, la luce y la hoja resplandece como un rayo de luna en la negrura de la noche arcana, la clava en tierra y seguidamente se despoja de su armadura. Finalmente se queda en gregüescos y camisa blanca, echa hacia atrás su cabellera dorada con ese aire de arrogancia en él característico, la dama enlutada desprende una rosa blanca de su tocado y se la lanza, él la recoge y la estruja hasta hacerse sangrar la mano con las espinas. n lontananza se distinguen las siluetas de cuatro jinetes espectrales a toda marcha.

Los Cuatro Caballeros de la Muerte llegan presurosos. Los cuatro corceles caracolean bajo el balcón desde donde La Luna Negra se abanica con desfalleciente aspaviento de dama antigua... los cuatro jinetes malditos saludan a la damisela, ella cierra de golpe el fino abanico y ellos hieren a sus corceles con las espuelas, obligándoles a correr en círculos alrededor del Guerrero de la Luna.

Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991




sábado, 5 de diciembre de 2015

Preludio y Sacrificio en Cerro Blanco

Preludio

Por la virtud que enlaza mi pensamiento con la magia de la Hechicera Fantasma el espejo se nubló y me mostró visiones fantásticas.

Con un vestido de nieblas y la oscura cabellera recogida como al descuido con cintas perladas, la Fantasmala atisbaba las lontananzas desde el mirador de su atalaya. La azul mirada perdida más allá de las vastedades del reino del que es soberana pretendía desentrañar los augurios del reino de las almas.

Ella meditaba en silencio como deseando descifrar los rumores del viento… pero su taciturna plegaria fue interrumpida por el guerrero que se emboza en su capa de tinieblas. Él la abrazó ciñéndola de la cintura, ella echó hacia atrás su cabeza para recibir un beso… las tres lunas de plata se alinearon y se abrió el portal del tiempo.

En la región donde Shia extiende su poderío los guerreros de la Huaca de la Luna culminaban los últimos detalles de una ceremonia al pie del Cerro Blanco. Las notas de una quena entristecían la noche que se anunciaba funesta y maldita como todas aquellas en las que la Diosa Sanguinaria reclama sacrificios que halaguen su perversidad insana.



Sacrificio en Cerro Blanco

Muchas veces he presenciado gracias a la magia del portal los ritos que se celebran al pie del Cerro Blanco en honor a Shia, la Luna de los Muertos: Quenas, tamboriles y pututos dan inicio a la ceremonia. Dos jóvenes y robustos muchachos vestidos con sus mejores galas de guerreros inician un ritual macabro mitad lucha y mitad danza en la que se busca quitarle el penacho o cortarle la trenza al rival. El que pierde el casco emplumado o la trenza recibe sin piedad un golpe de maza en la cabeza y es degollado al instante por el vencedor quien también abre su pecho y le arranca el corazón que aún palpitante ofrece a la Diosa quien contempla, con serena satisfacción desde su trono de huesos, como sus amantes sacrifican sus vidas por la promesa de sus engañosas caricias y venenosos besos.

El cuerpo del perdedor es despeñado desde la cumbre del Cerro Blanco y su cuerpo queda expuesto al aire libre en el patio a merced de las aves de rapiña que le pican los ojos y comen los labios. El vencedor se acerca donde Shia y se arrodilla, ella le ofrece un kero rebosante de chicha de jora que él bebe, luego ambos pasan al macabro salón del banquete en donde cenan acompañados de esqueletos despellejados... música y danza... hacen bailar a los muertos como marionetas y la argentina risa de la Diosa hace vibrar las paredes de barro del Templo maldito de la Luna…. abunda la chicha, se enciende la lujuria... Shia lleva a sus aposentos al vencedor. El guerrero se convierte en uno más de los amantes de la Diosa… recibe honores, oro y respeto, una porra y la promesa, siempre engañosa de la luna, de otro beso.

Pero aquella noche estaba envuelta de presagios peregrinos, los guerreros de Shia celebran cuatro veces al mes el mismo ritual sanguinario para celebrar las fases de la lumbrera de plata, tan veleidosa como la Diosa infame que viste túnica blanca. Para la Hechicera Fantasma no es novedad que otro amante de Shia, ebrio de pasión insana, se inmole… pero ella estaba en el mirador de su atalaya de ámbar escudriñando la noche incierta  e incluso el guerrero de la capa de tinieblas demostrara interés en contemplar un ritual arcaico que a sus ojos debería de tener antigüedad de siglos... algo inusitado iba a suceder, un tamborileo que resultó ser el latido de mi corazón fue el único ruido que se escuchó durante varios minutos.

Entonces sucedió. La primera impresión fue de sorpresa, por los presagios que traía el viento se esperaba que un descomunal dragón de siete cabezas con azufrado aliento descendiera en la terraza amenazando devastar el santuario escupiendo llamaradas por sus fauces o que un ejército de guerreros bestias montados sobre lobos irrumpiera con antorchas y espadas en el patio sagrado del Templo de Shia… pero fue un muchacho vestido a la humana usanza moderna quien atravesó resuelto el patio y retó con su fría mirada azul a los guerreros de rostro pintado con terracota y ocre negro quienes incrédulos lo miraban con asombro titubeando si atacarlo con las porras o esperar en suspenso a que el muchacho hiciera o dijera algo.

Shia descendió por la rampa vestida con una túnica blanca de lino finamente bordada con hilos de plata en el ruedo, el hermoso pectoral de argento relucía con lunar destello y las magníficas turquesas engarzadas quedaban opacadas por la luz de sus ojos divinos sombreados con ocre negro a la usanza de las deidades moches, su alborotada cabellera de oro bruñido le pasaba la cintura y entre su melena se confundían sierpes cual medusa... ella era una visión capaz de deslumbrar a los Dioses pero el muchacho se mantuvo de pie desafiando su belleza anacrónica, ambos quedaron frente a frente, ella alzó sus brazos desnudos adornados con brazaletes de plata ennegrecida con hierático gesto de diosa lunar y su aura azul destelló haciendo gala de luz inmortal.

La cruel hermosura de Shia hubiera fulminado a un mortal pero el muchacho echó hacia atrás su larga cabellera rubia con un gesto que a otro Dios le hubiera parecido desacato pero Shia sonrió, se acercó al muchacho, lo abrazó y lo besó en la boca. Los guerreros de la Huaca de la Luna con sus porras entre las manos guardaron sepulcral silencio, aún no se recuperaban del estupor de haber visto a la Diosa besando a un mortal cuando Shia se separó del muchacho y giró hacia la rampa… los guerreros cayeron de rodillas inmediatamente y se arrancaron las pestañas cuando a lomos de un amaru espantable descendió “aquel que nunca se muestra” el Señor de los Muertos vistiendo una túnica negra, pectoral de plata ennegrecida, el rostro cubierto con una espantable máscara de felino demoníaco y portando los dos cetros, uno de oro el otro de plata, simbolizando su poderío sobre los vivos y los muertos.

El Dios que se oculta entre las sombras descabalgó de su monstruosa montura y caminó hasta donde se encontraban Shia y el muchacho, se quedó de pie a unos pocos pasos de ellos contemplándolos con silencio hierático. Shia sacó un cuchillo oculto entre su vestimenta, el muchacho extendió hacia ella los brazos y la Diosa Sanguinaria le cercenó las muñecas… en los ojos del muchacho rutiló una chispa de lujuria desquiciada mientras que su sangre caía a los pies de la Diosa y la luna menguante enrojecía. Shia esgrimió otra vez su cuchillo y, honrado su titulo de la Degolladora, cercenó el cuello del muchacho llenando con la sangre un kero de plata adornado con turquesas.

El Dios de los Muertos tomó la porra que llevaba al cinto, la alzó y descargó un golpe seco sobre la cabeza del muchacho quien cayó al suelo evidentemente muerto... pero era una noche de enigmas y después de unos minutos de silencio, el cuerpo inerte se estremeció y el muchacho se puso de pie, un poco atontado pero ileso: En el suelo yacía en medio de un charco de sangre el Príncipe de las Nieblas... Shia ordenó que lo levantaran y que lo llevaran al Templo.

Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991