in girum imus nocte et consumimur igni

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martes, 29 de diciembre de 2015

Lágrimas

Mi cuerpo estaba entumecido con una rigidez casi pétrea, yacía en una duna semienterrada por las rojas arenas calcinadas y la sed me atormentaba. El veneno corría rápidamente a través de mis venas y el sueño vencía mis cansados ojos, yo sabía que si cedía moriría... y deseaba morir...

Cerré mis ojos y me preparé para descender a la oscuridad cuando escuché que una voz gritaba mi nombre, pero el grito me llegó solo como una sombra del sonido demasiado lejana como para abrigar esperanzas y cedí a la oscuridad que me arrastraba. Me hundía en un torbellino sanguinolento y oscuro, deseaba seguir cayendo y cayendo pero de pronto un golpe seco me arrancó la deliciosa sensación de vértigo... me estaba hundiendo en las arenas y mi cuerpo estaba petrificado, sin embargo era una sensación agradable, carente de dolor... cuando mi voluntad estaba a punto de ceder nuevamente aquella lejana voz gritó mi nombre pero ésta vez me llegó una imagen con el sonido lejano y angustioso: La silueta de un hombre de largos cabellos oscuros embozado en una capa de tinieblas... algo dentro de mí se rebeló contra la fuerza que me arrastraba inexorablemente al olvido, un tamborileo insistente que fue correspondido por un redoble dentro de mi pecho que en un principio me pareció ajeno y luego reconocí como los latidos de mi corazón.

Intenté luchar pero ya era demasiado tarde, mi cuerpo estaba petrificado, perdida toda sensibilidad, solo la angustiosa sensación de que mis esfuerzos eran inútiles. Mis ojos empezaron a cerrarse en contra de mi voluntad y mi corazón empezó a latir más lentamente pero de pronto unas gotas de lluvia humedecieron mis resecos labios y bebí aquellas gotas  saladas, pasaron por mi seca garganta y fue tan vivificante como beber del manantial de la vida, mi corazón empezó a bombear sangre y ésta sangre circuló por mis venas  devolviéndole la sensibilidad a mi cuerpo petrificado.  Recuperé mis fuerzas y luché para no quedar enterrada por las arenas y lo logré, entonces abrí los ojos: Estaba entre los brazos de un hombre que lloraba y besaba mis mejillas y mis labios con desesperación, pero no era el hombre embozado en la capa de tinieblas que yo había visto cuando el veneno me convertía en piedra, era un hombre joven de largos cabellos dorados y hermosos ojos azules, más hermosos empañados por el cristal de las lágrimas que me habían salvado la vida.

El hombre de largos cabellos oscuros estaba sentado con la espalda encorvada y la cabeza echada hacia delante, con la frente tocando sus rodillas y el cabello cayéndole sobre el rostro, recostado a un muro de piedra semiderruído frente a nosotros en una  postura absolutamente desconsolada parecía formar parte de las ruinas de lo que a mi confuso entendimiento le pareció un templo destruido por el poder de un dios furioso y malvado. Al sentir mi mirada sobre él levantó su rostro, aún incrédulo me dijo:

- Creímos que te habíamos perdido – extendió su brazo hacia mí  y sentí sus fríos dedos acariciando mi mejilla, pude ver que tenía la muñeca atada con un jirón de tela que estaba totalmente embebido en sangre – intenté... despertarte dándote de beber mi sangre... pero... no entiendo, las lágrimas...

El hombre joven de cabellos dorados aún me sostenía entre sus brazos  cuando el hombre de largos cabellos oscuros me abrazó. Era placentero sentir ése doble abrazo, una dulce somnolencia me envolvió, me sabía protegida y estaba agotada, cerré los ojos deseando quedarme dormida con la cabeza apoyada sobre el pecho del hombre joven de cabellos dorados y cobijada por el abrazo del hombre de la capa de tinieblas cuando un estruendo nos sobresaltó a los tres: en el horizonte una centella roja surcaba el cielo...

- ¡Jian Oog se llevó los dos cetros! - exclamó una voz de trueno y frente a nosotros surgió un guerrero inmortal, sus largos cabellos negros como la noche enmarcaban su pálida faz en la que sus ojos irreales indefinidos entre azul y verde fulguraban de rabia - ¡Estás con vida! - exclamó al verme y su semblante se suavizó  por una vaga sonrisa.

Un segundo después de que el guerrero inmortal terminó de hablar un resplandor azul estalló a su lado y apareció una hermosa mujer de rubia cabellera alborotada que le llegaba a la cintura, una línea dibujada con terracota destacaba en su níveo rostro sombreando sus ojos semejantes a dos turquesas, su belleza salvaje era una amalgama de fragilidad y fuerza, delicada como una princesa pero algo innato en ella la delataba como guerrera.

- ¡No encuentro a Coalechec!... y mi amaru... ¡mi amaru está muerto! - exclamó desesperada y el hombre de largos cabellos oscuros abrió los labios para decir algo pero fue interrumpido por la súbita aparición de un joven guerrero de largos cabellos dorados que caían como una cortina de oro sobre sus espaldas, jadeaba y sus ojos de un azul profundo rutilaban de ira.
- ¡No está!... Coalechec no está en ningún lado... lo busqué... entre las ruinas - dijo el joven guerrero agitado - Shia, encontré esto - dijo entregándole a la hermosa mujer un garrote que ella tomó como si la pesada arma fuera ligera.
- Shia, Xiuel... Jian Oog se llevó los dos cetros, vamos tras él - dijo el hombre de la capa de tinieblas dirigiéndose a la hermosa mujer y al joven guerrero -  Aiec Paec, cuídala... llévala a la Torre de Ámbar – añadió, me levantó entre sus brazos y me entregó al guerrero inmortal, quien me recibió devotamente - nosotros iremos tras ése miserable.

Vi como el hombre joven de dorados cabellos se ponía de pie y Xiuel se fusionaba con él formando un solo ser, silbó y dos corceles de tormenta descendieron velozmente del cielo, él montó uno de los corceles, el hombre de la capa de tinieblas montó el otro y le ofreció su mano a Shia ayudándole a subir a la grupa del fantasmagórico corcel, en un instante eran solo dos puntos de luz oscura en la inmensidad del cielo nocturno.


Me cobijé en el pecho del guerrero inmortal, su contacto fue reconfortante, un aura lila me arrebujó suavemente y el sueño descendió sobre mis párpados como una caricia dejando atrás mi confusión, la angustiosa pesadilla y las dunas de rojas arenas.

Liliana Celeste Flores Vega - 2002 

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