Noche de Luna Negra
Mi mente aún no se recupera de la visión atroz de aquella noche
maldita, hace una semana, en la que el Guerrero de la Luna se ofreció voluntariamente
al sacrificio ritual de la Huaca
de la Luna de
los Muertos condenándose a ser la próxima victima de la Diosa que cena y danza con
los cadáveres.
Me atrevo a correr la cortina de lo irreal para averiguar que
sucedió con el Príncipe de las Nieblas. Noche sin luna o mejor dicho, noche de
luna negra. Mi espejo de tinieblas me muestra una extraña escena: La Fantasmala
viste sus galas negras y luce sus joyas de plata, sentada frente al espejo le
da los últimos toques a su tocado, asegura su velo tejido con hilos de noche
con espinas de rosas blancas y baja las escaleras tan bella como una viuda
siniestra... en el descanso del séptimo piso le da el alcance un caballero vestido
con la elegancia de un noble de la corte de Francia llevando duelo, lleva sus
cabellos color cobre atados en una coleta y los ojos verdes sombreados en
negro, le ofrece con galantería su brazo a la sombría dama ella le da un beso
en la mejilla y lo enlaza.
Los dos descienden por las escalinatas de piedra patéticamente
iluminadas por antorchas mortecinas adosadas a los muros de piedra hasta el
tercer piso de la atalaya de ámbar. Entran a un amplio salón adornado con
cuadros blasfemos y amoblado con elegantes muebles de madera tallada, ella toma
asiento en una butaca doble, él sirve dos copas de vino, le ofrece una y se
sienta a su lado... brindan… charlan placenteramente, él la mira con
arrobamiento, ella le sonríe coqueteándole tras el velo. Sus coloquios son
interrumpidos por el repiqueteo de una campanilla, ella se angustia, él aprieta
sus manos entre las suyas para calmarla, se pone de pie y abre de par en par
las puertas del balcón... él le hace un gesto para que se acerque, ella se
niega, él insiste… finalmente la bella dama de negro se asoma por el balcón.
La Fantasmala asoma por el mirador con los atavíos de la luna
negra… abajo en el patio, el Guerrero de la Luna , vistiendo su armadura de argento y portando
la mítica espada la saluda hieráticamente. Ella le corresponde con una sonrisa
triste… el Guerrero de la Luna desenvaina su espada, la luce y la hoja
resplandece como un rayo de luna en la negrura de la noche arcana, la clava en
tierra y seguidamente se despoja de su armadura. Finalmente se queda en
gregüescos y camisa blanca, echa hacia atrás su cabellera dorada con ese aire
de arrogancia en él característico, la dama enlutada desprende una rosa blanca de
su tocado y se la lanza, él la recoge y la estruja hasta hacerse sangrar la
mano con las espinas. n lontananza se distinguen las siluetas de cuatro jinetes
espectrales a toda marcha.
Los Cuatro Caballeros de la Muerte llegan presurosos. Los
cuatro corceles caracolean bajo el balcón desde donde La Luna Negra se abanica
con desfalleciente aspaviento de dama antigua... los cuatro jinetes malditos saludan a la
damisela, ella cierra de golpe el fino abanico y ellos hieren a sus corceles con
las espuelas, obligándoles a correr en círculos alrededor del Guerrero de la
Luna.
Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991
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