Caía la
tarde en el Puerto de Southampton. El señor Lowell, un anciano veterano de
guerra que lucía con orgullo su pierna artificial de madera y engranajes de
bronce, contemplaba el mar con un catalejo cuyo juego de lentes de aumento le
permitían divisar el barco que había zarpado una hora atrás… a bordo iban su
hijo Williams y su esposa Cecilia rumbo a España.
El señor
Lowell guardó su catalejo y encendió un puro. Cecilia no le agradaba como
esposa para su hijo. Recordó la primera vez que Williams la invitó a tomar el
té, de primera impresión no le gustó ésa mujer que se presentó vestida con una
falda marrón recogida bajo la cual se veían unos pantalones de cuero y botas
largas, un corset y una blusa de encaje que dejaba demasiado a la vista. Era hermosa,
su larga cabellera oscura contrastaba con sus ojos verdes y su piel pálida… el
ingenuo Williams había quedado prendado de su belleza indómita.
Durante aquella
tertulia Williams le contó a su padre como conoció a Cecilia. Williams
trabajaba en el Casino que antaño le había pertenecido a la familia, los
reveses de la fortuna hicieron que el señor Lowell lo vendiera en un contrato
privado al señor Umbert, éste conocedor del prestigio del apellido Lowell no cambió
el nombre del establecimiento y permitió que Williams se mantuviera como
administrador del mismo además de presentarse algunas noches tocando el piano
con lo que ganaba un dinero extra.
Williams le
contó a su padre que unas noches atrás, terminado su espectáculo, tomó unos
tragos de más e instigado por sus amigos se puso a jugar póker. Le estaba yendo
bastante mal frente a un hombre que llevaba un curioso monóculo, había perdido una
considerable suma de dinero y obnubilado por la bebida cometió el error de
seguir jugando apostando el medallón de oro que llevaba al cuello, único
recuerdo que conservaba de su madre fallecida… finalmente perdió y el hombre
recogía sus ganancias cuando Cecilia se levantó del rincón desde donde contemplaba
a los jugadores, se acercó a la mesa trastabillando aparentemente ebria, fingió
tropezarse y en el momento que el hombre intentó evitarle la caída sacó un
puñal de su corset y se lo puso al cuello obligándolo a confesar que hizo trampa
viendo las cartas de Williams gracias al artilugio que llevaba, un monóculo con
un complicado juego de espejos. El hombre entregó las ganancias mal habidas y
le permitieron marcharse. Para Williams Cecilia era una heroína pero el señor
Lowell, no confiaba en una mujer que frecuentaba los casinos llevando un puñal
escondido en su corset.
Cecilia le
contó que provenía de una familia que se dedicaba al negocio de los bienes
raíces pero desafortunadamente por la mala administración cayeron en la miseria
y actualmente se dedicaba a la exportación de perfumes. El señor Lowell reconoció
que Cecilia además de hermosa era culta, sin duda había recibido una excelente
educación, tal vez no mentía sobre sus orígenes… también era intrépida, astuta
y decidida… ése era el problema, a leguas se veía que su negocio era el encubrimiento
de actividades ilícitas. Esperó no volver a verla pero lamentablemente Williams
se enamoró de ella. Una noche durante la cena aprovechó que Williams se ausentó
un momento de la mesa para decirle a Cecilia que el Casino no les pertenecía y
que Williams sólo trabajaba allí... esperaba que hecha ésa aclaración la cazafortunas
emprendiera la retirada pero tres semanas después Williams le anunció su
compromiso con ella y posteriormente se casaron.
Empezó a llover,
el señor Lowell ajustó su levita gris y emprendió el camino de regreso a su
casa deseando que Cecilia fuera una buena esposa a pesar de su historial… el
amor puede obrar milagros, él lo sabía… se alejó del puerto recordando a
Isabella, su finada esposa, ella también había sido una aventurera pero se enmendó
cuando se casaron y llegó a convertirse en una respetada dama de sociedad, ni
Williams conocía el oscuro pasado de su madre.
En el barco que
se encontraba en altamar, el capitán organizó una fiesta e invitó a Williams a
amenizarla tocando el piano, él aceptó a pesar que Cecilia le dijo que se
quedaría en el camarote porque le dolía la cabeza. Williams tocaba el Claro de
Luna de Beethoven mientras los pasajeros cenaban cuando una serie de
explosiones en cubierta estremeció a todos. Seis hombres entraron armados con
pistolas modificadas capaces de disparar varias balas al mismo tiempo, de
inmediato se hicieron dueños del barco. Un hombre sujetó a Williams quien angustiado
sólo pensaba en Cecilia que había quedado en el camarote… entonces la puerta
volvió a abrirse y ella entró con un hombre alto y fornido de cabello ceniciento
y ojos negros con una cicatriz que le partía el labio inferior hasta el mentón,
éste llevaba maniatado al capitán. Williams reconoció al hombre que le había
jugado sucio en el Casino aunque no llevara su extraño monóculo. Cecilia calmó
a los asustados pasajeros diciéndoles que sólo les interesaba el barco y los liberarían
en los botes salvavidas, luego se acercó a Williams.
- ¿Cómo
pudiste hacer esto? – le espetó Williams, la rabia y el desconcierto rutilaban
en sus ojos azules - ¿Desde un principio estabas confabulada con éste
despreciable hombre?
El hombre aludido
le arrancó el medallón de oro con tanta violencia que le cortó el cuello con la
fricción de la cadena.
- ¡Rupert,
no es necesario que seas tan brusco! – exclamó Cecilia.
- Supongo
que éste hombre es tu amante – le reclamó Williams a Cecilia - ¡Me has
traicionado y te has burlado del amor que te profeso!
- Todo lo
contrario, petimetre de salón – dijo Rupert con desprecio, detestaba a Williams
porque deseaba a Cecilia y estaba seguro que de no haberlo conocido ella
hubiera terminado aceptando sus cortejos – Cecilia estuvo a punto de
traicionarnos a nosotros porque se enamoró de ti… pero encontramos la manera de
conseguir lo que queremos y quedemos todos felices.
Entre los
pasajeros se encontraba un canciller y su esposa quienes fueron tomados como
rehenes, Rupert le dijo al capitán que si él y la tripulación obedecían sus
órdenes no derramarían sangre. Luego ordenó a sus hombres que se ocuparan de
los pasajeros poniéndolos con sus pertenencias en los botes salvavidas a
primera hora de la mañana cuando divisaran un barco que pudiera recogerlos.
Después se dirigió a un camarote con Cecilia y Williams.
- Mi amor, permíteme
que te lo explique – le dijo Cecilia a su desconcertado esposo – hace muchos
años atrás mi madre y su amiga robaron las arcas de un monasterio en Galicia y encontraron
las pistas que las llevaría a un tesoro que unos piratas le arrebataron a un
barco que se dirigía a España procedente de Las Indias y enterraron en una de
las islas Shetland. Buscaron socios que quisieran participar de la aventura pero
su amiga conoció a un caballero extranjero y se casó con él llevándose las
pistas de la ubicación de la isla. Mi madre esperó que su amiga se contactara con
ella, meses después recibió una carta en la que su amiga le informaba que
estaba esperando un bebé y había decidido dejar su vida aventurera para formar
una familia respetable, mi madre respetó su decisión. Mi madre conoció a mi
padre y juntos iniciaron un rentable negocio de tráfico de psicotrópicos usando
como fachada la exportación de perfumes. Lamentablemente hace cinco años mi
padre fue capturado y condenado a veinte años de prisión, mi madre y yo pudimos
huir con la ayuda de Rupert y llegamos a Inglaterra a bordo de un barco
mercante, ni siquiera en ésa situación desesperada mi madre buscó a su antigua amiga,
nos la arreglamos para continuar con el negocio aunque no obtuvimos las mismas
ganancias. Hace dos años mi madre falleció y leí en su diario la historia del fabuloso
tesoro enterrado. Rupert y yo acordamos dividirnos el tesoro, él rastreó el
paradero actual de la amiga de mi madre para exigirle que le entregara aquellas
pistas pero ella había fallecido.
- Sigo sin
entender – dijo Williams.
- La amiga
de mi madre era Isabella, tu madre – respondió Cecilia removiéndole el piso a
Williams quien desconocía el azaroso pasado de su progenitora – las coordenadas
de la ubicación exacta de la isla se encuentran grabadas en el interior del medallón
que conservabas como recuerdo. Rupert y yo llevamos un año siguiendo a tu padre
buscando la manera de recuperarlo.
- ¡Entonces
lo único que querías de mi era ése medallón! – exclamó Williams.
- Si que
eres tonto – masculló Rupert – recordarás que pude quedármelo la vez que
jugamos póker pero Cecilia se entrometió, ella ha tenido muchas oportunidades
de sustraértelo pero se empecinó en que como hijo de Isabella te correspondía
una parte del tesoro.
- Perdóname
por no contártelo antes – dijo Cecilia – sabía que tu honestidad no te
permitiría participar en ésta aventura a menos que te vieras forzado. Pude robarte
el medallón y marcharme con Rupert para buscar el tesoro pero te amo y no
quería abandonarte. Necesitábamos un barco, ahora lo tenemos y estás
involucrado, planeamos empezar una nueva vida en América… pero si te he decepcionado
y ya no me amas puedes marcharte mañana con los pasajeros.
- Entonces
mis opciones son abordar un bote salvavidas y no volver a verte o unirme a
vuestra búsqueda del tesoro y empezar una vida juntos en tierras lejanas – dijo
Williams, Cecilia asintió – no necesito pensarlo, te amo y no podría vivir sin
ti. Me uno a la expedición pero prométanme que luego de encontrar el tesoro
liberarán a los rehenes.
- Cecilia tampoco
aprobaría una carnicería innecesaria – dijo Rupert – tienes mi palabra que los
liberaremos sanos y salvos. Necesitamos al capitán y su tripulación para maniobrar
el barco hasta las islas Shetland, haremos una parada en las islas Feroe por
provisiones, viajaremos hasta Islandia… allí los dejaremos, cambiaremos de
barco, contrataremos marineros y seguiremos hasta Terranova donde si lo desean
nos separaremos y podrán continuar vuestro viaje al sur.
Rupert salió
del camarote llevándose el medallón. Williams tomó a Cecilia entre sus brazos y
la besó apasionadamente. Seguramente no volvería a ver a su padre pero no podía
abandonar a su adorable aventurera… además no le disgustaba del todo la
arriesgada empresa, después de todo la sangre de la audaz Isabella corría por
sus venas.
Rayando el
alba divisaron en lontananza un barco mercante, liberaron a los pasajeros a
bordo de los botes salvavidas y navegaron rumbo a las islas Shetland. Rupert
ordenó a sus hombres que pintaran la proa del barco y le cambiaran el nombre.
Tras varios
días de apacible navegación, que Cecilia y Williams disfrutaron como luna de
miel, llegaron a las islas Shetland. La señalada era una pequeña isla habitada
por unos pescadores, los hombres de Rupert los amedrentaron fácilmente con sus
armas. Cecilia conservaba el pergamino que indicaba como sortear las trampas
colocadas en la cueva que albergaba el tesoro, su madre se quedó con él
mientras Isabella conservó el medallón con la promesa que algún día buscarían el
tesoro… promesa que ahora cumplían los hijos de aquellas audaces mujeres que tenían
un lugar ganado entre las grandes embaucadoras de las tierras españolas.
La entrada
de la cueva estaba protegida por una gran piedra que removieron con facilidad
gracias a las indicaciones del pergamino que explicaba como manipular el
artilugio de pesas y engranajes que se activaba con una palanca oculta. El
tesoro consistía en una considerable cantidad de barras de oro que se
apresuraron a transportar al barco, acomodaron el valioso cargamento en la
bodega y partieron. En altamar celebraron en la cubierta abriendo un tonel de
vino que bebieron contemplando las luces norteñas.
Hicieron una
parada en las islas Feroe donde el telégrafo llevó la noticia que días atrás un
barco mercante rescató de las aguas del Mar del Norte a los pasajeros de un crucero
tomado por piratas y la armada naval inglesa estaba buscándolos. Consiguieron provisiones,
evaluaron la situación y decidieron dirigirse a Noruega… Cecilia y Williams
desembarcarían en Trondheim, Rupert y sus hombres se arriesgarían continuando la
travesía hasta Terranova. Se hicieron a la mar pero los problemas surgieron al momento
de dividir el tesoro.
- Williams
también tiene derecho al tesoro, lo dividiremos en tres partes – dijo Cecilia.
- ¡Eso es
una burla! – rugió Rupert dando un puñetazo sobre la mesa – acordamos dividirlo
mitad y mitad, el mequetrefe no se ha ganado una parte.
- Acordamos dividirlo
en partes iguales – dijo Cecilia – el
medallón le pertenecía a Williams.
- Y yo lo
tenía en mis manos cuando se te ocurrió entrometerte – respondió Rupert –
reclamo la mitad, comparte tu mitad con él.
Rupert
abandonó el camarote y subió a cubierta. Había entrado al servicio del padre de
Cecilia cuando ella tenía dieciséis años, era uno de sus mejores sicarios, no
pudo evitar que su jefe fuera capturado pero puso a salvo a su esposa e hija… y
ésa muchacha malcriada pagaba su devoción enamorándose del inglesito afeminado.
Mientras
tanto Williams, quien permaneció callado durante la discusión, convenció a Cecilia
que Rupert se merecía la mitad del tesoro porque los dejaría a salvo en
Trondheim exponiéndose como carnada a la armada naval inglesa. Cecilia subió a
cubierta para hablar con Rupert y lo encontró bebiendo ron.
- Williams
me hizo entender que te mereces la mitad del tesoro – dijo Cecilia abrazando a
Rupert con gesto reconciliador – haz hecho mucho por mi familia, te quiero y deseo
que cuando nos dejes en Trondheim nos despidamos como amigos.
- También te
quiero – dijo Rupert sin soltarla – los dejaré a salvo pero antes me cobraré
algo que también me merezco.
Rupert besó
a Cecilia a la fuerza e iba a ultrajarla cuando Williams lo golpeó con la
botella de ron en la nuca… Rupert trastabilló pero era recio, le propinó un
puñetazo a Williams haciéndolo caer sentado y lo remató con una brutal patada
en el estómago… Cecilia arremetió contra Rupert pero él la tumbó con un empujón.
- ¡No toques
a mi esposa! – exclamó Williams.
Rupert lo arrastró
obligándolo a inclinarse sobre la baranda.
- Entonces tomarás
el lugar de tu esposa – dijo Rupert bajándole los pantalones.
Williams fingió
someterse pero cuando Rupert bajó la guardia le clavó un puñal entre las
costillas y Cecilia ayudó a arrojarlo sobre la borda. Los hombres de Rupert
acudieron por el alboroto, uno de ellos llevaba una pistola y apuntó a Williams
exigiéndole a Cecilia que les entregara el tesoro a cambio de la vida de su
esposo… pero Cecilia había tenido tiempo de hacerse de un lanzallamas y no vaciló
en incinerar al facineroso. Los demás quedaron conformes con dividirse la mitad
que le tocaba a Rupert.
Cecilia y
Williams desembarcaron en Trondheim con la mitad del tesoro. Lo que sucedió con
los cinco hombres de Rupert, el capitán, la tripulación y los rehenes es otra
historia.
Liliana Celeste Flores Vega - 2016
Imagen: Miranda Deviantart