es calvo y obeso, viste con harapos
y lleva un viejo bastón astillado como si fuera un
báculo.
En las noches de luna llena
saca un gran caldero a su patio
y mezcla en él hierbas alucinógenas y venenos,
lo revuelve todo con una canilla de muerto
y balbucea incoherentes sortilegios.
En su locura alucina con los murmullos del bosque
e imagina una danza macabra
de bellas brujas desnudas...
se embriaga y se queda dormido
sobre su camastro mugriento.
Las noches sin luna lee su breviario, reza el rosario,
hace penitencia y recita exorcismos para espantar al
demonio
que según él se mete por la ventana cada plenilunio.
Liliana Celeste Flores Vega - enero de 2000