Las campanas de la luna anunciaron medianoche...
La princesa escogió un vestido de encaje color azul para asistir a la fiesta que daba el duque en su mansión de los veintiún faroles. La princesa se peinó frente al espejo, sus mejillas estaban marchitadas por tantas noches de insomnio sufriendo por aquél hombre que la engañó. Secó sus lágrimas, llamó a su doncella y fue al baile.
Deslumbró a los nobles con su belleza, la noche fue de danzas y violines... cuando todos los invitados se retiraron ella se quedó en el balcón contemplando las lejanas montañas moradas.
Galantemente el duque la invitó a su alcoba, ella aceptó y subió con él a la recámara privada. El duque le dijo que se desnudara y le mostrara la herida que llevaba en el pecho. La princesa se despojó de su vestido azul y se mostró desnuda ante los ojos del duque... desnuda como una bella estatua de mármol que tenía en el lugar del corazón un triste rubí.
En silencio el duque se despojó de su uniforme de gala y se mostró desnudo ante los ojos de la princesa... desnudo como un viril gladiador que tenía en el lugar del corazón un agujero negro en donde se escondía una sierpe enroscada.
Bebieron nepente y fornicaron... cuando el sol despertó ellos se durmieron en el desordenado lecho revuelto. Cuando el sol se ocultó ellos se despertaron y contemplaron por la ventana la bola de fuego que se hundía en el horizonte entre matices sangrientos y de bronce.
La princesa tomó su vestido... entonces se dio cuenta de que su triste rubí ya no estaba, ahora tenía en medio de su pecho un agujero negro en el que enroscaba una pequeña sierpe... el duque sonrió maliciosamente y se quitó el disfraz: ¡Era Satanás!...
La princesa no se espantó, reconoció a su antiguo amante y sonrió derrotada... tomó la copa que él le ofreció y a modo de brindis murmuró: Siempre tú...
... y siguió bebiendo nepente.
Liliana Celeste Flores Vega - escrito en septiembre de 1999