in girum imus nocte et consumimur igni

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sábado, 13 de septiembre de 2008

La princesa, la sierpe y el rubí

Las campanas de la luna anunciaron medianoche...

La princesa escogió un vestido de encaje color azul para asistir a la fiesta que daba el duque en su mansión de los veintiún faroles. La princesa se peinó frente al espejo, sus mejillas estaban marchitadas por tantas noches de insomnio sufriendo por aquél hombre que la engañó. Secó sus lágrimas, llamó a su doncella y fue al baile.

Deslumbró a los nobles con su belleza, la noche fue de danzas y violines... cuando todos los invitados se retiraron ella se quedó en el balcón contemplando las lejanas montañas moradas.

Galantemente el duque la invitó a su alcoba, ella aceptó y subió con él a la recámara privada. El duque le dijo que se desnudara y le mostrara la herida que llevaba en el pecho. La princesa se despojó de su vestido azul y se mostró desnuda ante los ojos del duque... desnuda como una bella estatua de mármol que tenía en el lugar del corazón un triste rubí.

En silencio el duque se despojó de su uniforme de gala y se mostró desnudo ante los ojos de la princesa... desnudo como un viril gladiador que tenía en el lugar del corazón un agujero negro en donde se escondía una sierpe enroscada.

Bebieron nepente y fornicaron... cuando el sol despertó ellos se durmieron en el desordenado lecho revuelto. Cuando el sol se ocultó ellos se despertaron y contemplaron por la ventana la bola de fuego que se hundía en el horizonte entre matices sangrientos y de bronce.

La princesa tomó su vestido... entonces se dio cuenta de que su triste rubí ya no estaba, ahora tenía en medio de su pecho un agujero negro en el que enroscaba una pequeña sierpe... el duque sonrió maliciosamente y se quitó el disfraz: ¡Era Satanás!...

La princesa no se espantó, reconoció a su antiguo amante y sonrió derrotada... tomó la copa que él le ofreció y a modo de brindis murmuró: Siempre tú...

... y siguió bebiendo nepente.

Liliana Celeste Flores Vega - escrito en septiembre de 1999

martes, 9 de septiembre de 2008

La Espera

Era noche oscura, era noche de luces fantasmas... en el bosque vagaba la niebla mientras que un joven vestido a la antigua con una capa negra que arrastraba sobre la hojarasca caminaba pensativo en la senda agreste... su rostro anguloso era pálido y el viento despeinaba sus largos cabellos cenicientos. Un búho lo vigilaba a escondido entre el ramaje verdinegro de un añoso árbol frondoso.

- ¡Qué tranquila está la noche! – exclamó – los lobos no aúllan.

Y meditaba en silencio cuando un ruido semejante al crujir de la madera vieja llegó a sus oídos...

- ¿Quién anda por ahí? – interrogó al viento.

El crujido se hizo mas intenso, se escucharon lontanos lamentos como llantos cansados, como quejidos de torturados, como estertores de moribundos... el joven se estremeció pero esperaba a su novia, la bella doncella sacerdotisa de la luna. Entonces tomó coraje y se apoyó en el tronco de un árbol gigantesco dispuesto a enfrentar todo peligro.

El crujido se alejaba y se acercaba desorientándolo, ya tenía su puñal en la mano... de pronto el árbol en el que estaba apoyado se estremeció... él se apartó despavorido... todo era noche... todo era sombra... todo era crujidos.

Una mano gélida se posó sobre su hombro, él giró sobresaltado... era su novia que sonriente llegaba a la cita.

- Amado mío – dijo risueña – soy yo... no te asustes.
- ¿No escuchas esos espantosos lamentos que salen de las entrañas de los árboles – le preguntó el joven abrazándola con el afán de protegerla de lo ignoto.
- ¡Ah!... sólo son las almas de los árboles muertos – respondió ella casi riendo a carcajadas – descienden a las profundidades de la tierra... dentro de algunos siglos se convertirán en diamantes.

El joven se sonrojó. Se besaron y tomados de la mano se encaminaron a la gruta de los ensueños.

Liliana Celeste Flores Vega - escrito en 1990