En la chimenea los leños crepitaban calentando nuestra
habitación, iluminándola con reflejos de ocaso y perfumándola con aroma de pino
silvestre. En las afueras del castillo la ventisca azotaba las contraventanas
de roble, la tormenta abatía los torreones y el mar arremetía contra las rocas
del acantilado. Yo estaba recostada en el lecho leyendo un libro mientras que él
bebía una taza de vino caliente especiado con miel y canela sentado en un mullido
sillón cerca del fuego.
Cuando terminó su reconfortante bebida tenía las mejillas
ruborizadas, se puso de pie y empezó a desvestirse frente a mí consiguiendo que
abandonara el libro en la mesa de noche para prestarle atención. Dejó caer su última
prenda y se quedó de pie desnudo dedicándome ésa sonrisa tan suya, lasciva y al
mismo tiempo inocente. Contemplé sus pectorales, su vientre y su pubis… con un
gesto le indiqué que girara y me ofreciera la vista de su espalda y sus nalgas,
recorrí con la mirada las huellas que mi látigo había dejado sobre su cuerpo la
noche anterior.
No era necesario que le diera una orden, él sabía lo que
tenía que hacer. Tomó el látigo que estaba colgado al lado de la chimenea, me
lo ofreció con una reverencia y se arrodilló a los pies del lecho entregándose sumisamente
al placentero castigo… acaricié con un dedo las marcas cárdenas e inflamadas
sobre su espalda y sus nalgas, no era prudente someterlo a otra vapuleada. Dejé
el látigo a un lado, desaté las cintas de mi camisón y lo invité a buscar la calidez de mi cuerpo
bajo las tibias cobijas de nuestro lecho prometiéndole una noche de amor y
ternura.
Me besó con apasionada dulzura mientras deslizaba mi camisón
hasta mi cintura, le permití que explorara mi boca con su lengua y que sus
labios recorrieran el camino de mi cuello hasta mis hombros… me estremecí
cuando escuché en lontananza el sonido del Cuerno de batalla, era la llamada de
alerta del enemigo a la vista, lo ignoré confiando en la valentía de mis
guerreros… dejé que prosiguiera y deslizara
sus manos hasta mis pechos, los estrujó suavemente y sus dedos jugaron con mis
pezones… mi corazón se aceleró cuando el viento me trajo el eco del segundo
llamado del Cuerno, el aviso del enemigo invadiendo nuestro territorio, me dije
que mis valerosos guerreros contaban con toda mi confianza… él continúo perdiéndose
bajo las cobijas trazando un sendero de besos húmedos desde mi vientre hasta mi
pubis y se deshizo con destreza de mi camisón deslizándolo por mis piernas… pero
mis pensamientos estaban en la Muralla de Hielo y mi deseo en tomar mi espada de
argento para acompañar en la batalla a mis Lobos Guerreros.
Se acomodó entre mis piernas para dedicarse a la faena de humedecer
mi deseo, la suave presión de sus labios sobre mi clítoris y sus aún inexpertos
lengüeteos me causaron deliciosas oleadas de placer haciendo que me olvidara de
la batalla y deseara sentirlo dentro de mi… se liberó del lio de las cobijas,
se incorporó, me tomó de las caderas y me penetró… su hombría encajó dentro de
mí con la precisión de una espada en su vaina, sus embestidas eran profundas y
acompasadas… rodeé su cintura con mis piernas profundizando nuestra unión…
entonces se detuvo, sin duda también había escuchado el tercer llamado del Cuerno,
el pedido de refuerzos… buscó mi mirada, sus ojos de zafiro y azogue enfrentándose
a mis ojos de cielo lluvioso… el espíritu de la Guerrera que deseaba acudir a
la batalla en pugna con el alma de la mujer enamorada.
Quedamos suspendidos en un tenso silencio… en su mirada destelló
el brillo del Lucero del Alba, me tomó con mas fuerza, sus dedos se hincaron en
mis caderas, me embistió con ímpetu salvaje, su hombría me hirió como el filo
de una espada y calló mis protestas con un beso… se estremeció por el placer
del orgasmo llenándome con su tibia descarga y se quedó jadeante descansando
sobre mi agitado pecho. Cuando recuperó el aliento se dio cuenta que yo no
había terminado a su tiempo, de
inmediato se retiró de mi cuerpo e hizo un ademán de acomodarse entre mis
piernas para compensar su falta pero lo detuve y me levanté presurosa del
lecho.
- Permíteme que complete tu placer – me suplicó arrodillándose
a mis pies.
- No hay tiempo para eso – le respondí empujándolo con
suavidad y desvelando las nieblas de mi espejo mágico – los Lobos Guerreros
necesitan refuerzos.
Conjuré la magia arcana de la Luna Azul para invocar a los
Espectros del Invierno y los envié a la Muralla de Hielo a brindarles apoyo a
los Lobos Guerreros. Contemplé el desenlace de la batalla mientras que él permaneció
de rodillas guardando silencio. Tranquilizada con la victoria me senté en el
sillón y le dije que me sirviera una taza de vino caliente especiado. Se demoró
en reaccionar y cumplir mi orden, me entregó la taza bajando la mirada.
- Siéntate a mis pies, mi dulce Estrella de la Tarde – le
dije cariñosamente, él obedeció y recostó su cabeza sobre mi regazo, acaricié
su nuca y despeiné su cabello.
Cerré los ojos, el conjuro me había dejado agotada. La
ventisca ya no azotaba las contraventanas de roble y la tormenta rugía lejana…
entonces sentí sus manos subiendo por mis piernas, aún se empeñaba en subsanar
su falta, lo rechacé con delicadeza.
- No, amor mío… estoy cansada – le dije – vamos a dormir.
- Perdóname – musitó – azótame hasta desollarme las
espaldas, sé que lo merezco.
- No quiero dejarte cicatrices – le respondí.
- Entonces usa el mango del látigo u otro objeto para
castigarme, viólame hasta que me destroces las entrañas – me dijo suplicante.
- No, cuando te hago mío de aquella manera lo hago por amor
y procurando tu placer, nunca te poseeré brutalmente como un castigo – le
aclaré.
- Entonces envíame al cepo de la vergüenza y entrégame al
jefe de los Lobos Guerreros para que me humille y me sodomice – sugirió.
- No digas tonterías – lo amonesté – no te sientas culpable,
son cosas que pasan.
- No te di placer, busqué sólo mi satisfacción – añadió –
merezco un castigo.
- Bien, si tanto insistes – dije poniéndome de pie – ésta
noche dormirás en el suelo, toma un par de cobijas del baúl y acomódate.
Obedeció mi orden de inmediato y se acurrucó en el suelo. Yo
ocupé el lecho y me cobijé bajo las mantas impregnadas con su aroma. El fuego
de la chimenea se apagó pero los leños quedaron en rescoldos saturando la
alcoba con la fragancia de los pinos silvestres.
Cerré los ojos pero aunque estaba cansada no podía conciliar
el sueño… necesitaba su cuerpo desnudo a mi lado, no por apetito sexual, lo
necesitaba porque lo amaba… abracé una de las almohadas que olían a él. Se hizo
la calma, sólo quedó de fondo el murmullo de las olas y me dejé mecer por el
arrullo marino… poco a poco me fui adormeciendo rozando el sueño pero entonces
escuché sus sollozos ahogados… me levanté del lecho y me arrodillé a su lado.
- No llores, amor mío… te castigué porque insististe en
ello, quiero que te acuestes conmigo – le dije y tanteé entre las cobijas buscando
su mano para guiarlo al lecho… entonces me di cuenta que había tomado el látigo
y estaba forzando el mango dentro de su cuerpo – pero ¿qué haces?... te estás
lastimando – le reprendí quitándole el látigo de las manos.
- Pero lo merezco – insistió.
- No, tú te mereces esto – respondí apartando la manta de
mala manera, le separé las piernas con violencia, me acomodé entre ellas y le
introduje dos dedos humedecidos con mi saliva, sentí su entrada lastimada, él
ahogó un gemido… proseguí buscando su próstata y la masajeé suavemente hasta
que sus gemidos de dolor se transformaron en jadeos de placer.
Con ése estimulo su erección no se hizo esperar, apliqué mi
boca a su miembro viril presionando suavemente mis labios sobre su glande y
luego recorrí su carne turgente en toda su extensión, saboreándolo lentamente y
lamiéndolo con deleite… mis dedos siguieron masajeando su cálido interior y él
jadeaba abiertamente… estaba atenta a las señales de su cuerpo, cuando sus
jadeos fueron reemplazados por su respiración entrecortada retiré mis dedos y
detuve el placer que le proporcionaba con mi boca… protestó mordiéndose los
labios… lo mantuve en suspenso por un momento haciéndole creer que su castigo
sería quedarse excitado y con la prohibición de aliviarse, castigo que le había
aplicado un par de veces.
- ¿Me atarás o debo de mantenerme en la postura que me
ordenes sin ataduras? – me preguntó.
- Lo segundo – le respondí – coloca tus manos bajo tu nuca y
estira las piernas.
Obedeció sin protestar aunque su miembro viril estaba
enhiesto y era evidente su incomodidad… entonces me senté a horcajadas sobre él
empalándome con un solo movimiento y lo cabalgué casi con furia… noté que
quería desobedecer mis órdenes para sujetar mis caderas pero mantuvo sus manos
debajo de su nuca… percibí su deseo de que lo besara y sentí su angustia por
tener que controlar su orgasmo. Cuando quedé satisfecha me levanté y le concedí
permiso de masturbarse usando la mano izquierda, sólo necesitó tres movimientos
de bombeo para acabar… para finalizar le ordené que se lamiera los dedos
limpiándose hasta la última gota de semen… y luego lo besé apasionadamente
saboreando todos los recovecos de su boca.
Nos quedamos abrazados por un largo rato hasta que nuestros
corazones agitados recuperaron su ritmo normal, luego nos acostamos en el lecho
para dormir juntos… me acomodé de lado y él me abrazó desde atrás estrechándome
amorosamente contra su pecho. En esa postura podía ver de frente mi espejo que
por el poder de su magia me mostraba la imagen de la Muralla de Hielo, señal de
que el peligro aún rondaba.
- Te amo – me murmuró dulcemente al oído.
- Disculpa, debo hacer algo – le respondí con descuido porque
en ése momento divisé a un espía del enemigo infiltrándose en nuestro
territorio por un sendero supuestamente secreto.
Me levanté del lecho olvidando responder su “Te amo” con un “Yo
también te amo” y un beso pero no tenía tiempo para esos arrumacos. Conjuré la
magia arcana de mi espejo y recité un hechizo de invierno enviando a una Dama
de las Nieves a seducir y matar al intruso. Por precaución también invoqué al
viento y envié a mis lechuzas a volar por los confines del reino buscando a
otros espías. Todo eso me dejó completamente agotada… volví al lecho y al
refugio de sus brazos pero la preocupación no me dejó conciliar el sueño. Pasamos
el resto de las horas en vela, zozobra y silencio… yo observando las imágenes aleatorias
que me mostraba mi espejo mágico… él con mil palabras amorosas que no se
atrevía a susurrarme al oído temblándoles en los labios. Pero cuando el alba
estaba por despuntar él rompió su silencio.
- Tengo miedo de perderte – me dijo con voz trémula.
- ¿Por qué dices eso, dulce amor mío? – le pregunté
girándome para mirarlo de frente.
- Porque sé leer entre las líneas de tus silencios – me
respondió con tristeza – eres Reina, Bruja y Guerrera… sé que deseas vestirte
de nieblas para danzar alrededor de la hoguera, volar como una libélula al alba
y conjurar sortilegios en la tormenta… ansias empuñar tu espada de argento, cabalgar
sobre tu bestia alada al frente de tus guerreros guiándolos en el fragor de la
batalla y celebrar la victoria bebiendo vino con ellos en el salón del Templo
de las Calaveras.
- ¿Lo dices por lo sucedido ésta noche? – le pregunté – reconozco
que estuve un poco ausente durante nuestro encuentro amoroso pero tú también escuchaste
los llamados del Cuerno y sabías que el tercero era el aviso de que los
guerreros necesitaban refuerzos.
Refuerzos que tal vez no hubieran necesitado si yo hubiera
acudido al segundo llamado montada en mi belicoso amaru a apoyarlos con mis hechizos
defensivos… pensé pero no se lo dije.
- Lo digo por lo sucedido ésta noche… y por muchas otras
noches en las que te he observado sin que te dieras cuenta – prosiguió con amargura
– el Mar te llama y tú lo contemplas con nostalgia desde el torreón mas alto del
castillo recordando al Guerrero de las Mareas que sigue esperándote en la playa
de arenas blancas cada luna llena. Otras noches, después de que hemos hecho el
amor y crees que yo me he quedado dormido, te levantas del lecho, te sientas en
el sillón al lado de la chimenea y te sumerges en la lectura de los libros
arcaicos y grimorios hasta que el fuego se apaga y las velas se consumen…
entonces, cuando te quedas en tinieblas, añoras al Nigromante con quien
conjurabas a las Sombras en el borde del Abismo.
- Bien, no lo niego – admití – a veces pienso en ellos
porque han sido mis amantes por muchas vidas y me han acompañado en
innumerables batallas… pero ahora eres tú quien ocupa mi lecho.
- Yo no encajo en éste mundo de fantasía épica – prosiguió –
he visto tu decepción porque no sé manejar una espada ni montar un corcel de
tormenta. Tus guerreros me miran con desprecio y murmuran a mis espaldas preguntándose que
virtudes encuentras en mí que me hayan hecho merecedor de compartir tu lecho… dicen
que sólo soy tu capricho.
- Hablan por despecho – le respondí – te amo.
- ¿Por qué me amas? – me preguntó con una lágrima
temblándole en las pestañas – no soy un guerrero, tampoco un hechicero… soy tan
diferente a todos ellos.
Lo que decía era cierto… él era tan diferente a mis
anteriores amantes y a mis guerreros. Nunca había recibido entrenamiento como
guerrero ni instrucción como hechicero… sin embargo él era el único que tenía
el derecho de empuñar los dos cetros, el poder de blandir la espada legendaria
y la magia innata de ser la llave del portal del tiempo.
- No seas tonto – le dije buscando en mi misma los motivos
por los cuales lo amaba – te amo, tan simple como eso… me enamoré de tus ojos,
tienes la luz azul argento de la Luna en la mirada… tu sonrisa es como un rayo
de Sol rompiendo la oscuridad de mis noches aciagas… tu voz me seduce como el
canto de las sirenas seduce al experto marinero que ha recorrido todos los
mares tormentosos, tu cuerpo despierta en mí deseos prohibidos y tu dulce inocencia
es una descarada provocación que me invita a corromperte… entre tus brazos hallo
tanta serenidad y calma... en ti encuentro todo lo que a ellos les falta.
Y aún había un motivo más… uno tan terrible que haría
blasfemar a los demonios del infierno.
- Sin embargo a veces siento que todo lo que te ofrezco no
te basta – me respondió bajando la mirada – las palabras que acabas de decirme
son muy hermosas pero me confirman que mi único mérito es ser un juguete novedoso,
un bonito capricho… un capricho que ya no te parece tan atractivo y empieza a
aburrirte.
- No digas eso – dije levantando su mentón para mirarlo a
los ojos.
- Es verdad – me respondió – ésta noche dejaste el látigo de
lado al notar mi piel tan lastimada y te quedaste con sed de sangre.
- Es cierto – admití – pero no quería lastimarte demasiado.
- Pero yo te amo y lo que mas deseo es complacerte – me
respondió con devoción – te ruego que no vuelvas a tenerme consideración… te
pertenezco, permite que te satisfaga como lo haría un buen esclavo de lecho,
úsame como te plazca… no quiero perderte.
- ¿Estás dispuesto a hacer cualquier cosa para no perderme?
– le pregunté, él asintió – entonces danza conmigo en el fuego del atardecer en
el límite del Ocaso, brilla como una luciérnaga en mis noches embrujadas, bebe
el vino especiado del Cáliz Oscuro en el Ritual de Medianoche… permite que te
enseñe a usar la espada, a cabalgar en un corcel de tormenta y a escribir
sortilegios en el viento con la vara mágica… acompáñame en las batallas y hazte
a la mar conmigo.
- ¿Y si fracaso en el intento? – me preguntó dudando de su
potencial.
- Soy una Bruja, tú mismo lo has dicho – le respondí tomando
sus manos entre las mías – sé que aunque aún no lo hayas descubierto tienes espíritu
de shaman y corazón de guerrero.
- Me sobrevaloras – dijo con tristeza – sólo... sólo soy lo
que soy.
- Cierto, eres lo que eres – le restregué su respuesta en la
cara – sangre de nuestra sangre, carne de nuestra carne, esencia de Luna y Sol,
hijo de Lilith y Lucipher… eres mi hijo… amarte como te amo es el pecado más
hermoso que he cometido, desearte como te deseo era inevitable… aprende a ver
en la oscuridad y no temas aceptar que eres mi dulce y amado Vesphurs.
Liliana Celeste Flores Vega - febrero 2016
Imagen: Google
Imagen: Google