Preludio
Por la virtud que enlaza mi pensamiento con la magia de la
Hechicera Fantasma el espejo se nubló y me mostró visiones fantásticas.
Con un vestido de nieblas y la oscura cabellera recogida como al
descuido con cintas perladas, la Fantasmala atisbaba las lontananzas desde el
mirador de su atalaya. La azul mirada perdida más allá de las vastedades del
reino del que es soberana pretendía desentrañar los augurios del reino de las
almas.
Ella meditaba en silencio como deseando descifrar los rumores del
viento… pero su taciturna plegaria fue interrumpida por el guerrero que se
emboza en su capa de tinieblas. Él la abrazó ciñéndola de la cintura, ella echó
hacia atrás su cabeza para recibir un beso… las tres lunas de plata se
alinearon y se abrió el portal del tiempo.
En la región donde Shia extiende su poderío los guerreros de la Huaca de la Luna culminaban
los últimos detalles de una ceremonia al pie del Cerro
Blanco. Las notas de una quena entristecían la noche que se anunciaba
funesta y maldita como todas aquellas en las que la Diosa Sanguinaria reclama
sacrificios que halaguen su perversidad insana.
Sacrificio
en Cerro Blanco
Muchas veces he presenciado gracias a la magia del portal los
ritos que se celebran al pie del Cerro Blanco en honor a Shia, la Luna de los
Muertos: Quenas, tamboriles y pututos dan inicio a la ceremonia. Dos jóvenes y
robustos muchachos vestidos con sus mejores galas de guerreros inician un
ritual macabro mitad lucha y mitad danza en la que se busca quitarle el penacho
o cortarle la trenza al rival. El que pierde el casco emplumado o la trenza
recibe sin piedad un golpe de maza en la cabeza y es degollado al instante por
el vencedor quien también abre su pecho y le arranca el corazón que aún
palpitante ofrece a la Diosa quien contempla, con serena satisfacción desde su
trono de huesos, como sus amantes sacrifican sus vidas por la promesa de sus
engañosas caricias y venenosos besos.
El cuerpo del perdedor es despeñado desde la cumbre del Cerro
Blanco y su cuerpo queda expuesto al aire libre en el patio a merced de las
aves de rapiña que le pican los ojos y comen los labios. El vencedor se acerca
donde Shia y se arrodilla, ella le ofrece un kero rebosante de chicha de jora
que él bebe, luego ambos pasan al macabro salón del banquete en donde cenan
acompañados de esqueletos despellejados... música y danza... hacen bailar a los
muertos como marionetas y la argentina risa de la Diosa hace vibrar las paredes
de barro del Templo maldito de la Luna…. abunda la chicha, se enciende la
lujuria... Shia lleva a sus aposentos al vencedor. El guerrero se convierte en
uno más de los amantes de la Diosa… recibe honores, oro y respeto, una porra y
la promesa, siempre engañosa de la luna, de otro beso.
Pero aquella noche estaba envuelta de presagios peregrinos, los
guerreros de Shia celebran cuatro veces al mes el mismo ritual sanguinario para
celebrar las fases de la lumbrera de plata, tan veleidosa como la Diosa infame
que viste túnica blanca. Para la Hechicera Fantasma no es novedad que otro amante
de Shia, ebrio de pasión insana, se inmole… pero ella estaba en el mirador de
su atalaya de ámbar escudriñando la noche incierta e incluso el guerrero de la capa de tinieblas
demostrara interés en contemplar un ritual arcaico que a sus ojos debería de
tener antigüedad de siglos... algo inusitado iba a suceder, un tamborileo que
resultó ser el latido de mi corazón fue el único ruido que se escuchó durante
varios minutos.
Entonces sucedió. La primera impresión fue de sorpresa, por los
presagios que traía el viento se esperaba que un descomunal dragón de siete
cabezas con azufrado aliento descendiera en la terraza amenazando devastar el
santuario escupiendo llamaradas por sus fauces o que un ejército de guerreros
bestias montados sobre lobos irrumpiera con antorchas y espadas en el patio
sagrado del Templo de Shia… pero fue un muchacho vestido a la humana usanza
moderna quien atravesó resuelto el patio y retó con su fría mirada azul a los
guerreros de rostro pintado con terracota y ocre negro quienes incrédulos lo
miraban con asombro titubeando si atacarlo con las porras o esperar en suspenso
a que el muchacho hiciera o dijera algo.
Shia descendió por la rampa vestida con una túnica blanca de lino finamente
bordada con hilos de plata en el ruedo, el hermoso pectoral de argento relucía
con lunar destello y las magníficas turquesas engarzadas quedaban opacadas por
la luz de sus ojos divinos sombreados con ocre negro a la usanza de las
deidades moches, su alborotada cabellera de oro bruñido le pasaba la cintura y
entre su melena se confundían sierpes cual medusa... ella era una visión capaz
de deslumbrar a los Dioses pero el muchacho se mantuvo de pie desafiando su
belleza anacrónica, ambos quedaron frente a frente, ella alzó sus brazos
desnudos adornados con brazaletes de plata ennegrecida con hierático gesto de
diosa lunar y su aura azul destelló haciendo gala de luz inmortal.
La cruel hermosura de Shia hubiera fulminado a un mortal pero el
muchacho echó hacia atrás su larga cabellera rubia con un gesto que a otro Dios
le hubiera parecido desacato pero Shia sonrió, se acercó al muchacho, lo abrazó
y lo besó en la boca. Los guerreros de la Huaca de la Luna con sus porras entre las manos guardaron
sepulcral silencio, aún no se recuperaban del estupor de haber visto a la Diosa
besando a un mortal cuando Shia se separó del muchacho y giró hacia la rampa… los
guerreros cayeron de rodillas inmediatamente y se arrancaron las pestañas cuando
a lomos de un amaru espantable descendió “aquel que nunca se muestra” el Señor
de los Muertos vistiendo una túnica negra, pectoral de plata ennegrecida, el
rostro cubierto con una espantable máscara de felino demoníaco y portando los
dos cetros, uno de oro el otro de plata, simbolizando su poderío sobre los
vivos y los muertos.
El Dios que se oculta entre las sombras descabalgó de su
monstruosa montura y caminó hasta donde se encontraban Shia y el muchacho, se
quedó de pie a unos pocos pasos de ellos contemplándolos con silencio
hierático. Shia sacó un cuchillo oculto entre su vestimenta, el muchacho
extendió hacia ella los brazos y la Diosa Sanguinaria le cercenó las muñecas… en
los ojos del muchacho rutiló una chispa de lujuria desquiciada mientras que su
sangre caía a los pies de la
Diosa y la luna menguante enrojecía. Shia esgrimió otra vez
su cuchillo y, honrado su titulo de la Degolladora, cercenó el cuello del
muchacho llenando con la sangre un kero de plata adornado con turquesas.
El Dios de los Muertos tomó la porra que llevaba al cinto, la alzó
y descargó un golpe seco sobre la cabeza del muchacho quien cayó al suelo
evidentemente muerto... pero era una noche de enigmas y después de unos minutos
de silencio, el cuerpo inerte se estremeció y el muchacho se puso de pie, un
poco atontado pero ileso: En el suelo yacía en medio de un charco de sangre el
Príncipe de las Nieblas... Shia ordenó que lo levantaran y que lo llevaran al
Templo.
Liliana Celeste Flores Vega - abril 1991
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