Rojos como el fuego sus desgreñados cabellos, azules
como el cielo sus vivaces ojos de aventurero. Me invita a escaparme del
Palacio de Invierno para que lo acompañe al bosque de abetos en sus correrías
de niño travieso. Juntos crecemos... él es libre como el viento, inculto y
salvaje como un caballo indómito que sólo desea correr en el páramo, intrépido como un vikingo que sólo anhela hacerse a la mar.
Reniega de mi destino que me hace cortesana, detesta
los bailes y banquetes en los que mis caricias se subastan, odia a los ricos
nobles que pueden comprarlas y maldice su origen sin casta. Aquellas noches
infames huye del palacio… al día siguiente, por la mañana, entra a mi alcoba con
un ramo de brezos y los ojos enrojecidos por las lágrimas, la indignación
inflama su pecho al verme ultrajada.
Me jura que se hará fuerte para cruzar los mares, que
regresará con su barco cargado de tesoros con los cuales comprará mi libertad, que
matará con su espada a esos nobles depravados, que me hará su esposa y me llevará al
Palacio de Cristal. Me consuela, me acompaña al lago para que me bañe, cierra
los ojos mientras dejo mis ropas en la orilla, cuando escucha mi chapoteo en el
agua los abre, sonríe al verme nadar y me dice que soy la sirena de sus mares.
Y mientras se hace fuerte para cumplir con su
promesa, intenta borrar con sus besos y caricias las marcas de lujuria que
aquellos nobles degenerados dejaron sobre mi piel. Es un vándalo que sin partir
a lejanas tierras opulentas comete pillaje robándome amor.
Liliana Celeste Flores Vega - mayo 2015
Imagen: Pixabay
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