in girum imus nocte et consumimur igni

in girum imus nocte et consumimur igni

miércoles, 16 de junio de 2021

Bardo

Lo conocí una tarde, en una de mis infantiles correrías buscando la tierra de las leyendas. Sus azules ojos de poeta presagiaban las tristezas que cantaría su arpa de viento en las madrugadas inciertas de amores. Yo me había escapado del Palacio de Invierno, cansada de fregar pisos de día y vestir seda de noche, tomé un atado de ropas y hui, allende hacia las tierras de occidente donde decían que existían ricas y soleadas viñas.
 
Cansada de caminar toda una jornada, me senté en la hierba para comer unos panecillos de manteca mientras pensaba si aventurarme caminando durante la noche o esperar la caravana de los elfos y pedirles amparo. Entonces escuché los cascos de un caballo quebrando la seca hojarasca, me puse de pie y sacudí mis ropas aldeanas, decidida a pedirle a un elfo que me llevara con él como sierva en las tierras de la bella gente que todo era preferible a seguir siendo cortesana.
 
Blanco era el esbelto corcel, lujosos los arreos y el joven que lo montaba, aunque no era un elfo, era tan hermoso como ellos: Ropajes de príncipe, rubios los cabellos, azul la mirada y una infinita tristeza nublando su alma. Se apeó como todo un caballero, hizo una reverencia y me preguntó si yo era un hada, negué con la cabeza, sorprendida de que llevando tan humildes ropajes de aldeana, me confundiera con una grácil criatura encantada.
 
Le dije que era huérfana y que me encontraba desamparada, me ofreció llevarme al palacio de su padre y me ayudó a montar a la grupa de su caballo. Bendecía mi suerte soñada cuando tras de nosotros rugió el cuerno y un tropel nos alcanzaba. Ebiliss, jinete en brioso corcel negro, desmintió mi pobreza y diciendo que yo era una princesa un poco tronada de la cabeza, refrenó la brida del blanco corcel, me obligó a apearme y a regresar con él. Asiéndome a la capa de Ebiliss, regresé al Palacio de Invierno con mis sueños rotos mientras que el joven príncipe, desconcertado por tan extraño encuentro se debatía entre una interrogante y una sonrisa.
 
Noches más tarde, resignada a mi destino, me arreglaba frente al espejo pues Aradia me había dicho que un noble capitán había solicitado mis servicios para su joven hijo que muy pronto se iba casar, terminé mi tocado y bajé al salón. Adramelech me esperaba al pie de la escalera, me tomó de la mano y me llevó a la mesa donde el noble capitán y su hijo esperaban... aquél joven que estupefacto me clavaba su azul mirada era el joven príncipe del blanco corcel.
 
El noble capitán jaló la silla y me invitó a sentarme, sonrió y nos dejó solos en la mesa acompañados por una botella de champagne, haciendo alarde de mi sangre fría serví las copas intentando que las manos no me temblaran. El joven príncipe debió de atar cabos y comprender inmediatamente los motivos de la princesa fugitiva, pero mi dignidad se puso careta de desmemoriada y lo invité a subir a la alcoba.
 
La alcoba convidaba a la molicie, amplio y mullido el lecho de doseles, los pebeteros suspiraban volutas azuladas de embriagadoras fragancias y las velas dibujan claroscuros mientras que yo me desvestía tras el biombo. Aligerada de ropajes, desvestida a medias me acerqué a él, quien hundido entre los almohadones del lecho más parecía una víctima en el cadalso que debutante de los placeres carnales por los que su padre había pagado con diamantes.
 
Y mis manos se deslizaron suavemente al desvestirlo, desnudos los dos, sentados en el lecho, él se limitaba a acariciar mis rizos con embeleso, sus ojos azules no se atrevían a recorrer la desnudez de mi cuerpo velados por sus pestañas con gotas de rocío. No pude sostener por más tiempo mi careta de carnaval y las lágrimas corrieron por mis mejillas, entonces él me abrazó rompiendo también en llanto, con el abrazo nuestros pechos se unieron y nos arrastró un mar de besos y caricias azules.
 
Sin palabras fue nuestro juramento de amarnos, pues el amor no las necesita cuando se expresa con el silencio de dos almas enamoradas, el inexperto en lujuria me enseñó con su inocencia la ciencia sagrada de hacer el amor. En la alborada, confundidos aún en un solo latido nuestros corazones, me confesó que él no quería casarse ni seguir la carrera de las armas como lo pretendía su padre, que había nacido bardo… ¡y que solo deseaba ser un poeta!

Liliana Celeste Flores Vega - mayo 2015
Imagen: Pixabay

No hay comentarios: