in girum imus nocte et consumimur igni

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miércoles, 10 de junio de 2015

Memorias de un harén

Lucía era una flor rara arrancada de tierras lejanas y plantada en un invernadero oriental pero nunca quiso contarme de donde venía ni como había llegado al harén… nunca hablaba de su infancia. Compartíamos una habitación del serrallo y dormíamos juntas sobre una mullida alfombra entre almohadones de terciopelo… mudos testigos de inocentes caricias que compartíamos en silencio mientras nos dejábamos envolver por las volutas de incienso.

Cuando el amo llamaba a una de nosotras a su alcoba la otra se quedaba como una felina enjaulada dando vueltas en aquella celda de terciopelo y oro… cuando una volvía la otra no le decía nada, ya tenía preparada la tinaja llena de agua tibia y aceite de benjuí… una se despojaba de la bata y de inmediato se metía a la tinaja mientras la otra tomaba la esponja y le refregaba el cuerpo quitándole de la piel el olor de aquél hombre moreno y sádico, borrando esos besos y caricias infames.

Lucía olía a harén, en los momentos tristes la abrazaba y me embriagaba con el perfume de rosa y bergamota que yacía en su cuello delgado y grácil… no podía evitar que mis labios se deslizaran por su piel tersa y bronceada… entonces ella reía y su risa era un arpegio como una cascada de oro… ella me besaba en la boca, miel y naranjas era el sabor que tenía su paladar… y éramos felices en ése infierno.

Me gustaba verla despertarse cada mañana estirándose como una felina, me deleitaba contemplando sus pechos generosos, su cintura estrecha y sus caderas cinceladas… Lucía tenía el sol en la piel y el cielo azul en la mirada. Me gustaba cepillar su cabello dorado que desprendía aroma de patchulí… y ella se convirtió en mi todo en medio de la nada.

Liliana Celeste Flores Vega - 2015

viernes, 5 de junio de 2015

Memorias de Damball

En sueños llegué hasta el Templo del Tiempo. No me atreví a entrar y me quedé contemplando el enorme reloj de arena que marca el ritmo de las eras. Entonces me sentí observada… con el rabillo del ojo distinguí a un hombre que me miraba semioculto detrás del obelisco de piedra negra que tiene grabados los nombres de los dioses que son, serán y han sido.

El hombre llevaba una capa de cuero curtido, era alto y fornido, de piel morena y penetrantes ojos negros… lo reconocí: Era el legendario guerrero Damball. Estaba cumpliendo su deber de hacer guardia en el Templo. Me saludó y ofreció contarme la historia de su vida pasada:

Era un mundo inhóspito, tres soles relucían en su cielo, la tierra era pobre para sembrar por la escasez de agua pero rica en minerales y gemas. En aquella vida yo era un guerrero seminómade. Una vez estaba atravesando el desierto con otros guerreros de mi clan hacia la ciudad en donde intercambiábamos los metales y piedras preciosas que extraíamos de las minas por comida y otras provisiones. Era un camino muy peligroso porque había gusanos de arena gigantes, escorpiones enormes y otros bichos, además de muchos ladrones de camino.

Encontramos los restos de una caravana que había sido asaltada, nos acercamos para ayudar pero todos estaban muertos. En eso uno de ellos se movió y me agarró del tobillo, era un hombre de cabello rubio con cierto aire vikingo, uno de esos extranjeros que llegaba a nuestro mundo cruzando el portal buscando riquezas. Me dijo que su esposa había logrado huir a caballo, que la buscáramos, que estaba embarazada… y murió.

Obviamente una mujer de aquella raza embarazada no sobreviviría sola ni un día en el desierto y convencí a mis compañeros para que la buscáramos. Seguimos las huellas. Un poco más allá encontramos al caballo muerto y seguimos el rastro hasta que encontramos a la mujer bajo la sombra de un arco de piedra. Los ladrones la habían alcanzado y la habían violado dejándola abandonada para que muriera bajo el abrasador sol pero ella pudo arrastrarse hasta la sombra. La auxiliamos pero no pudimos evitar que perdiera a su bebé.

Ella era la mujer más bella que yo hubiera visto, con la piel tan blanca como la leche fresca, el cabello rubio dorado como hilos de oro y ojos mas azules que zafiros. Su esposo había muerto, se había quedado sola… así que pensé en hacerla mía. Para ganármela esperé a que cayera la noche, busqué a los ladrones que la habían violado y los maté, al día siguiente puse las cabezas a sus pies. La llevé a la ciudad en donde terminó de recuperarse. Después la llevé al campamento y la tomé como esposa. Los dos primeros años que vivimos juntos fueron tranquilos aunque ella no quedaba preñada. La curandera del clan nos dijo que su matriz había quedado dañada cuando perdió al bebé pero yo no la dejé de amar ni tomé otra mujer.

Después llegó la guerra. Los hombres mecánicos se adueñaron de las minas, nosotros éramos guerreros sin miedo pero no pudimos contra sus armas letales que escupían fuego. Los pocos que sobrevivimos huimos al desierto.

Ella, a pesar de su delicada apariencia, demostró ser mas fuerte que las mujeres de nuestro clan. En nuestro éxodo vagamos hasta que se nos acabaron las provisiones… entonces ella nos guió hasta una ciudad abandonada “que vio en sueños” y resultó ser la sagrada ciudad perdida de Umballa. Fue ella quien despertó al Dios Serpiente de su tumba milenaria y el Dios le devolvió la fecundidad a su vientre. Tuvimos muchas hijas a las que llamamos las Serpientes de Arena por haber nacido gracias al Dios Serpiente… ellas se convirtieron en las heroínas de nuestro pueblo.


Le agradecí por haberme contado sus memorias y desperté.

Liliana Celeste Flores Vega - escrito en junio del 2015

martes, 2 de junio de 2015

Silenciosa sumisión

Me gusta contemplarte cuando estás de rodillas ante mi… las cuerdas que te atan son una extensión de mis dedos recorriendo tu cuerpo, mordiendo tu carne, haciéndote mío. Me gusta contemplarte cuando estás postrado ante mí en silenciosa sumisión… mi devoto esclavo... no, soy yo quien cae presa de ti en muda adoración.


Liliana Celeste Flores Vega, junio 2015
Imagen: Google