Bajo a la biblioteca y te encuentro recostado en el sofá, desnudo en una postura insinuante, en tu mirada una mezcla de travesura y lascivia. Mis ojos recorren los valles y las colinas de tu perfecta anatomía, me deleito disfrutando el espectáculo de tu belleza viril.
Te ofreces a mí, poderoso en tu callada sumisión. Me acerco a ti, mis manos exploran poco a poco tu geografía... tu piel es cálida, hueles a sándalo. Te estremeces con mis caricias... mis labios reemplazan a mis manos en la exploración de tu cuerpo... beso tus hombros, mordisqueo tus pezones, mi lengua juega en tu ombligo... tu hombría está erguida, pero la dejo en suspenso.
Me despojo de mis bragas, te ordeno que te arrodilles y me des placer con tu boca... de inmediato cumples mi orden, te pierdes bajo mi falda y tu lengua explora mis húmedas intimidades. Sabes bien cómo hacer para llevarme al borde del orgasmo, mi cuerpo pide a gritos albergar al tuyo… te ordeno que te sientes en el sofá y me acomodo sobre tus piernas, el encaje de nuestros sexos es perfecto.
Miro de reojo el reloj sobre el escritorio. Mi boca busca la tuya, muerdo tus labios, mi lengua invade tu boca, saboreo tu paladar... te cabalgo con prisa, casi con furia... mis uñas se clavan en tus hombros... alcanzo el clímax y un instante después te siento explotar dentro de mí, tu deseo llenándome. Nos quedamos un momento así, abrazados, nuestros pechos jadeantes, nuestros corazones latiendo acelerados...
Vuelvo a
mirar el reloj. Me separo de ti y te ordeno que te pongas tu uniforme, es hora
que vayas a recoger a mi esposo de su trabajo.
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