He libado el vino de tantas bocas y me he embriagado con
vino dulce y vino amargo. He gozado recorriendo la geografía de tantos cuerpos,
pieles blancas y frías como páramos nevados, pieles bronceadas y ardientes como
desiertos de arena dorada. Me he enredado en cabelleras de oro, de fuego y de azabache.
Me he perdido en miradas de cielo, mar y noche oscura. Me he dejado arrastrar
por la locura en las orgías, noches de placer que me dejaban satisfecha por el
momento… ah, pero cuando llegaba el amanecer sentía que me inundaba el vacío y seguía
buscando a un hombre que supiera dejarme huellas imborrables en el cuerpo y el
alma.
Entonces te conocí… libé el vino especiado de tu boca y saboreé
tu paladar, deliciosa copa que contenía el vino más embriagador que he probado,
un vino dulce y tibio con esencia de canela y clavo y aroma de naranjas amargas.
Gocé recorriendo las firmes colinas de tu cuerpo y descubriendo los valles inexplorados
de tu anatomía… descubrí el riachuelo salado que se formaba con tu sudor en la
cuenca de tu vientre y sacié mi sed. Me perdí en el cielo azul de tus ojos y descubrí
la luz del lucero del alba en tu mirada, un destello de tristeza que encandiló
mi alma. Me enredé en tus cabellos dorados donde danzaban los rayos de sol que
iluminaron mis noches arcanas. El orgasmo fue una explosión de estrellas y me
dormí en el refugio de tu pecho. Y el amanecer llegó… y me encontré con el
corazón lleno de ti, tus manos dejaron huellas imborrables en mi cuerpo y tu
sonrisa esclavizó mi alma… y ya no busqué a otros hombres porque contigo tengo
todo lo que anhelaba.
Liliana Celeste Flores Vega - marzo 2015
Imagen: Google
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