El pobre anciano
ya estaba harto. Ellos venían durante la madrugada y se comían las primicias de
su cosecha. Tenía que ponerle fin a esa situación pues el producto del campo
era su única fuente de sustento.
Buscó aquel
cuaderno de su fallecida madre que contenía recetas y consejos para cuidar del
campo, seguro tendría la solución para espantar a esos ladrones. Encontró la
receta perfecta, era tan sencilla que se enojó por no haberlo pensado antes.
Cuando anocheció
el anciano fue al cementerio, desenterró un cadáver fresco, el de una jovencita
que se había suicidado por una decepción amorosa, y lo llevó a su cabaña. Luego
de prepararlo según las indicaciones del cuaderno lo colocó a modo de
espantapájaros en su huerto.
Después se
mantuvo despierto para observar si el truco funcionaba. Cómo a las tres de la
madrugada los vio llegar, esos repugnantes seres del bosque que tanto les
gustaba devorar los brotes del maíz. Al ver al espantapájaros retrocedieron, un
hada con alas de color verde arrojó una piedra.
— ¡Bah, sólo es
un cadáver! — dijo con su voz chillona.
Las odiosas
criaturas entraron al sembradío burlándose del anciano... entonces el cadáver
de la jovencita reaccionó, animado por el hechizo empezó a cazar y devorar a
las hadas. El anciano sonrió satisfecho, el truco funcionaba y su cosecha
estaba a salvo.
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