Un
vampiro surgió de su hondo sepulcro acre
turbando
la castidad de mi sueño de somníferos.
Llegó
montado en un corcel negro con ojos de fuego
su
rostro cubierto por un antifaz,
la
oscura cabellera como cortina de noche
sobre
los hombros.
Impetuosamente
se abalanzó sobre mí
sediento
de mi sangre estaba el vampiro...
sus
colmillos se clavaron en mi cuello
y
bebió con frenesí.
Los
fármacos me habían hecho olvidar la fecha
pero
mi instinto se doblegó a sus caricias
reconociendo
en el vampiro enmascarado
a
mi príncipe de tinieblas.
Y
mi pecho correspondió las ansias de su pecho,
le
ofrecí mis labios para que libara el deseo
y
mi cuerpo para que saciara su lujuria
que
se desencadenó sobre mi piel desnuda.
Y
las estrellas pagaron el precio
de
una noche inflamada de voluptuosidad sagrada,
íncubo
de mi alcoba, caballero de mis leyendas
entre
sus brazos me sentí prostituta y reina.
El
esposo tomó a su esposa y no hubo reproches
los
besos no necesitaron de palabras
ni
las caricias pidieron permiso
para
invadir territorio prohibido.
Y
el vampiro partió con el alba
dejándome
ebria de sangre y saciada de impudor.
Liliana Celeste Flores Vega - agosto de
1999
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