Antañera y
vetusta mansión
sobre la que hace
centurias
olvidada por el
mismo olvido
pesa una extraña
maldición.
Me estremezco
cuando atravieso sola los húmedos pasillos
pues temo que de
entre las grietas de los muros
salga una mano
huesuda a cogerme del vestido.
Desde los enormes
ventanales
me espían sombras
difusas y rostros horrendos
como si fueran
las mismísimas caras del pecado materializadas.
En las tardes
cuando estoy en la biblioteca leyendo
desde la torre
lejana llega un sollozo como el de un alma en pena
o el de una mujer
emparedada tras el muro.
No puedo dormir
tranquila pues en las noches se escuchan
gemidos de ultratumba
que parecen llantos de reos
que agonizan en
despiadadas torturas.
Antañera y
vetusta mansión
sobre la que hace
centurias
olvidada por el
mismo olvido
pesa la maldición
de Dios.
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