Jessica era la
chica fea, rara y antipática del barrio. De baja estatura, rechoncha y colorada
parecida una cerdita amargada, detestaba a las demás muchachas bonitas de la
escuela, especialmente a Claudia quien además de bonita era inteligente y
talentosa. Siempre les hacía bromas pesadas y pasar malos ratos.
Durante el último
año de secundaria una agencia artística que buscaba nuevos talentos hizo un
concurso en el colegio. Claudia se presentó tocando el violín y ganó el
concurso, pero la noche de la premiación Jessica se las arregló para que en el
momento en que Claudia subiera al escenario a recibir su premio le cayera
encima un balde con excrementos.
Esa fue la gota
que colmó el vaso, el director del colegio llamó a los padres de Jessica para
que pusieran a su hija en tratamiento psicológico.
Y la terapia obró
maravillas, Jessica se disculpó con sus compañeras a quienes les había hecho la
vida imposible desde el jardín de infancia y se volvió una muchacha amable y
cariñosa.
Pero luego de un
tiempo las demás muchachas, ahora sus amigas, notaron que Jessica ocultaba una
profunda tristeza. Una tarde Jessica les confesó el motivo de su infelicidad:
Tenía un sueño, quería operarse para ser físicamente como verdaderamente se
sentía que era por dentro, esa insatisfacción y frustración con su cuerpo había
sido el motivo de su anterior comportamiento, pero pagar esa operación era algo
imposible para su familia que tenía escasos recursos económicos.
Entonces las
demás muchachas decidieron hacer una colecta para recaudar el dinero que se
necesitaba para cumplir el gran sueño de Jessica. Claudia hizo conciertos, las
demás muchachas vendieron besos y calendarios sugerentes. Finalmente reunieron
el dinero.
Y así, luego de aprobar
todos los exámenes psicológicos requeridos para el procedimiento de
transespecie, la mente de Jessica fue trasladada al cuerpo sintético de una
cerdita. Claudia la adoptó como mascota y fueron muy felices.
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