Sus ojos
encendidos por el deseo son como rubíes de fuego que reflejan la lumbre del
Averno. La palidez de su rostro se acentúa con el contraste de sus largos
cabellos negros tan oscuros como
un cielo sin estrellas.
Camina por las
callejuelas decadentes envuelto en su capa oscura que simula las alas de un
demonio cuando la ahueca el viento, ese toque gótico en su figura, sus
caballerosos modales y su romanticismo oscuro completan la alegoría del
vampiro.
No puede ocultar
su origen inmortal aunque vista de carne y hueso. Hechicero, nigromante y
alquimista, guerrero que empuña una espada de niebla, señor de la dorada
foresta, demonio de los templos y ángel de los sepulcros, no le sirve su
disfraz de humano pues su aura azul resplandece en las tinieblas.
No despreciaré el
cortejo de tan noble caballero, quien todas las noches acude a la función de
éste miserable teatro parisino, teniendo seguramente compromisos dignos de sus
blasones como una velada en la mansión de la marquesa o una partida de whist en
el salón del duque. Descortesía sería no aceptar el ramo de rosas rojas que ha
enviado a mi camerino.
Con el ramo me
envió una esquela en la que me confiesa sus sueños obsesivos: “Desde la primera
vez que os vi interpretando a Gretchen sueño que dejáis abierta la puerta de
vuestro balcón y yo, vistiendo las galas de Mefisto, invado la privacidad de
vuestro recinto. Hermosa, desnuda e indefensa os encuentro y bebo vuestra
sangre hasta dejaros muerta”.
Inconfesables
placeres de un noble, como respuesta le enviaré esta esquela: “Para agradeceros
rosas y devoción, esta noche os prometo dejar abierta la puerta de mi balcón y
quedarme quieta como un cadáver para satisfacer vuestras obsesiones
necrofílicas”
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