Me pides lo imposible
y yo te lo concedo.
Mataré si debo
te ayudaré si puedo
solo dime que he de hacer
y si recuerdas tu sueño
dime, ¿estoy en él?
(Salomé – Enrique Bunbury)
Me pides lo imposible
- Dices que sabes quien soy.
- Eres Lilina, la princesa de las nieblas... eres la shaman de Celesta, la Dulce Muerte.
- Sabes mi nombre pero no me conoces... en mis venas fluye la esencia de la noche como savia venenosa, soy una vampiresa hambrienta de tinieblas y sedienta de sangre.
- Lo sé.
- No, no lo sabes... entiende que no soy una loca que escuchó demasiado black metal y leyó en exceso a Baudelaire... soy una bruja, la shaman de la Diosa de la Muerte.
- Y yo soy el shaman de Thanatos.
- No, no lo eres... pretendes serlo... por favor, ¿qué sabes tú del Príncipe de la Muerte?... él me hizo suya bajo la luna de diciembre, emponzoñó mis labios con sus besos y me enseñó a alabar el misterio de la noche arcana... inmolé mi pureza para satisfacer sus deseos de morbo, sangre y blasfemias... no lamento haber perdido la inocencia cada vez que él me lleva sobre su cadavérico corcel a cabalgar entre la tormenta rumbo a las regiones sombrías... bendigo ser impura, tan impura que él me lleva orgulloso a las orgías de Svartalfa.
- Lo sé, fornicas con los dioses.
- Si, soy la odalisca favorita del harén del Diablo... soy adicta a los besos inmortales... a vinagre mezclado con ceniza me saben los besos de los simples hombres.
- Quiero ser el shaman de Thanatos.
- Tendrás que beber la esencia de la noche y la muerte del santo grial infernal.
- Si, estoy dispuesto pero quiero beberla de tu boca.
Tomo aquél puñal que fue consagrado con mi sangre.
- Ve y gánate el derecho de beber la maldición de mi boca.
Recibe el puñal, me mira y se va. Sonrío, no lo creo capaz de cumplir con la prueba que demanda el ritual, bebo un sorbo del licor del hada verde y me recuesto en la dormilona a contemplar como las ramas de los árboles dibujan sombras maléficas en la ventana. Dulce y amarga somnolencia en la que recuerdo mis oníricos desvaríos:
Mataré si debo
te ayudaré si puedo
solo dime que he de hacer
y si recuerdas tu sueño
dime, ¿estoy en él?
(Salomé – Enrique Bunbury)
Me pides lo imposible
- Dices que sabes quien soy.
- Eres Lilina, la princesa de las nieblas... eres la shaman de Celesta, la Dulce Muerte.
- Sabes mi nombre pero no me conoces... en mis venas fluye la esencia de la noche como savia venenosa, soy una vampiresa hambrienta de tinieblas y sedienta de sangre.
- Lo sé.
- No, no lo sabes... entiende que no soy una loca que escuchó demasiado black metal y leyó en exceso a Baudelaire... soy una bruja, la shaman de la Diosa de la Muerte.
- Y yo soy el shaman de Thanatos.
- No, no lo eres... pretendes serlo... por favor, ¿qué sabes tú del Príncipe de la Muerte?... él me hizo suya bajo la luna de diciembre, emponzoñó mis labios con sus besos y me enseñó a alabar el misterio de la noche arcana... inmolé mi pureza para satisfacer sus deseos de morbo, sangre y blasfemias... no lamento haber perdido la inocencia cada vez que él me lleva sobre su cadavérico corcel a cabalgar entre la tormenta rumbo a las regiones sombrías... bendigo ser impura, tan impura que él me lleva orgulloso a las orgías de Svartalfa.
- Lo sé, fornicas con los dioses.
- Si, soy la odalisca favorita del harén del Diablo... soy adicta a los besos inmortales... a vinagre mezclado con ceniza me saben los besos de los simples hombres.
- Quiero ser el shaman de Thanatos.
- Tendrás que beber la esencia de la noche y la muerte del santo grial infernal.
- Si, estoy dispuesto pero quiero beberla de tu boca.
Tomo aquél puñal que fue consagrado con mi sangre.
- Ve y gánate el derecho de beber la maldición de mi boca.
Recibe el puñal, me mira y se va. Sonrío, no lo creo capaz de cumplir con la prueba que demanda el ritual, bebo un sorbo del licor del hada verde y me recuesto en la dormilona a contemplar como las ramas de los árboles dibujan sombras maléficas en la ventana. Dulce y amarga somnolencia en la que recuerdo mis oníricos desvaríos:
Fantasmala
Cerré mis sueños a sus cortejos
pero él tiene las llaves de las puertas de mi aposento...
no puedo negar que es un caballero
pues ha respetado mi desnudez cuando duermo
dice que ser un íncubo no es su estilo
y aunque desea tomar mi mano entre las suyas
para cubrirlas de besos con toda devoción y respeto
yo he de darle permiso para hacerlo...
pero violenta mi voluntad
con poemas, elegías y serenatas
al pie de mi ventana bajo la luna de escarcha
aún si se desata la lluvia o es noche cerrada
no falta a la cita noctámbula
y la guitarra llora armonías todas las noches sin falta.
Mi alcoba ya no es baluarte contra su seducción
permiso tiene de doblegar mi deseo en sueños
pero él respeta mi intimidad
y aunque podría forzarme a ser su mujer en el lecho
no quiere apurar los hechos
y espera que yo lo acepte por propio deseo...
tiene la gentileza de anunciarse cuando desea visitarme
y no me fuerza a recibirlo si no estoy de humor de hacerlo
prefiere esperarme en cada esquina
de los oníricos senderos que acostumbro recorrer
en los astrales del ensueño...
guarda silencio pero me habla con los ojos
¡maldita sea su elocuente mirada
colmada de amatorio deseo!
pero él tiene las llaves de las puertas de mi aposento...
no puedo negar que es un caballero
pues ha respetado mi desnudez cuando duermo
dice que ser un íncubo no es su estilo
y aunque desea tomar mi mano entre las suyas
para cubrirlas de besos con toda devoción y respeto
yo he de darle permiso para hacerlo...
pero violenta mi voluntad
con poemas, elegías y serenatas
al pie de mi ventana bajo la luna de escarcha
aún si se desata la lluvia o es noche cerrada
no falta a la cita noctámbula
y la guitarra llora armonías todas las noches sin falta.
Mi alcoba ya no es baluarte contra su seducción
permiso tiene de doblegar mi deseo en sueños
pero él respeta mi intimidad
y aunque podría forzarme a ser su mujer en el lecho
no quiere apurar los hechos
y espera que yo lo acepte por propio deseo...
tiene la gentileza de anunciarse cuando desea visitarme
y no me fuerza a recibirlo si no estoy de humor de hacerlo
prefiere esperarme en cada esquina
de los oníricos senderos que acostumbro recorrer
en los astrales del ensueño...
guarda silencio pero me habla con los ojos
¡maldita sea su elocuente mirada
colmada de amatorio deseo!
Pienso en el caballero embozado que conozco en sueños, los arpegios gitanos inundan el silencio, abro los ojos y lo veo... sentado a mi lado, guitarra en mano, las sombras envolviéndolo.
- Estabas dormida cuando regresé y no quise despertarte.
No es aparición ni fantasma errante... se arrodilla a mis pies y me ofrece un envoltorio, lo abro: Un corazón yace en un blanco sudario.
- Mi reina, ¿me he ganado el derecho?
- Si.
Y de mis labios le doy de beber la esencia de la noche y la muerte.
Lilina Celeste, septiembre 1996