Luna de diciembre
Sé
que todas estas visiones pueden ser catalogadas de ensoñaciones pero una vez me
sucedió algo muy extraño mientras estaba despierta y consciente: Yo tenía ocho
años... recuerdo que era diciembre... una noche de diciembre...
No
era muy tarde... tal vez serían las siete u ocho de la noche. Se había ido el
fluido eléctrico (era algo cotidiano en aquellas épocas en la que los
terroristas ponían bombas en las torres que abastecían de electricidad a la
ciudad) y encendimos los lamparines que por costumbre teníamos preparados en
una mesa en la sala. Mi madre y mi tía se pusieron a escuchar las noticias en
el radio a pilas, me aburrí y decidí acostarme temprano, encendí una vela y me
retiré a mi dormitorio.
Puse
la vela frente al espejo y me dispuse a desenredar y trenzar mi cabello... tenía
el peine en la mano y me miré al espejo pero no vi mi reflejo... respiré sobre
el espejo y lo froté con la manga de mi camisón para limpiarlo creyendo que
estaba empañado, entonces una silueta difusa se empezó a formar, seguí frotando
el espejo para aclarar el que yo creía que era mi reflejo pero no lo era...
cuando la silueta se definió el espejo me devolvió la imagen de un muchacho de
unos catorce o quince años, de cabello rubio y ojos azules... por un instante
nos quedamos mirándonos a los ojos estupefactos... él acercó su mano al espejo
tanteando el vidrio, yo hice lo mismo... el vidrio había dejado de ser sólido
para trasmutarse en una cortina de niebla y nuestros dedos se rozaron, un
escalofrío recorrió mi espalda... al unísono retiramos nuestras manos...
volvimos a mirarnos desconcertados, ambos examinamos nuestras manos... le
sonreí, él volvió a poner su mano sobre el cristal invitándome con un gesto a
que hiciera lo mismo, habiendo perdido el temor inicial lo hice... nuestros
dedos volvieron a rozarse... un resplandor azul empezó a manar de ambos... una
luz gélida que era como una caricia de invierno... entonces un golpe de viento
apagó mi vela dejándome en tinieblas y el espejo volvió a ser de vidrio.
Volví
a encender mi vela pero el hechizo se había desvanecido... desilusionada, me
acosté deseando sentirme envuelta otra vez en el resplandor azul que se
desprendía del aura del muchacho cuando vino Adramelech.
-
¿Fuiste tú quien abrió el portal o fue él? – me preguntó mi guardián muy
enojado.
-
No lo sé – le respondí temerosa – se fue el fluido eléctrico, encendí una vela
y la puse frente al espejo... cogí mi peine para peinarme, me miré... el espejo
parecía empañado, lo humedecí con mi aliento y lo froté con la manga de mi
camisón... y sucedió...
-
Te advertí que el espejo era peligroso – me dijo mi guardián con acento severo
– no sé si felicitarte o enojarme contigo, acabas de hacer tu primer hechizo de
magia absurda pero si las cosas se complican me culparán de irresponsable e
ineficaz – murmuró para sí mismo – pequeña... no temas, no estoy enojado...
dime, ¿el muchacho también estaba frotando el espejo? – yo asentí - ¿alcanzaste
a vislumbrar si él también tenía una vela encendida? – yo volví a asentir –
mmm... ¿cuándo sus dedos se rozaron una luz azul los envolvió a ambos? – asentí
por tercera vez – maldición... hicieron un hechizo de magia absurda
sincronizada...
-
¿Quién era ése muchacho? – le pregunté.
-
No puedo decirte quién es él – me respondió nervioso.
-
¿Por qué? – le pregunté intrigada.
-
Eh… porque… porque no lo sé – en su semblante pude ver que estaba mintiéndome –
sería un muchacho cualquiera, bueno, no tan cualquiera… de hecho que debe de
ser un aprendiz de hechicero pero no tiene nada que ver contigo, olvídalo… y no
vuelvas a hacer algo así con el espejo, no debes de volver a hacerlo.
Adramelech no me dijo más ésa
noche.
Lógicamente su nerviosismo y su
tenaz negativa de decirme quién era el muchacho aumentaron mi curiosidad de averiguarlo
e imprudentemente lo desobedecí y practiqué conjuros para abrir el portal pero estos
resultaron infructuosos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario