in girum imus nocte et consumimur igni

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viernes, 6 de septiembre de 2019

Lilith de las Lechuzas


Soy la Luna Oscura, la Hechicera que conjura sortilegios en las tinieblas y escribe profecías en el aire, la Guerrera que cabalga sobre una Quimera a través de la tormenta empuñando una porra sangrienta, la Reina que se sienta en un trono hecho de cadáveres y espadas quebradas. Soy la Madonna de la Lujuria, la Regente del Burdel del Diablo que se regodea en un lecho de sábanas negras ebria de vino especiado contemplando la lúbrica danza de las orgías infernales.

O tal vez debería de decir que lo era. Cuando el Cometa Negro surcó los cielos anunciando el Final del Ciclo y el Inicio de una Nueva Era me desposé con Lucifer en un ritual que se llevó a cabo en la isla misteriosa que emergió del mar y el Primigenio que dormía en las profundidades de su Ciudad Maldita despertó para ser el testigo de nuestro enlace. Heredamos de nuestros padres los Cetros del Sol y la Luna y con ellos el deber y el derecho de reinar sobre el Astral Azul y sus ciento once mundos.

Entonces Lucifer, mi hermano y consorte, decidió cobrarse por los siglos de exilio y vengarse de mis infidelidades. De inmediato prohibió las bacanales de medianoche en el jardín prohibido de mi Harén, expulsó al limbo a mis sumisos esclavos de lecho y encerró en las mazmorras a mis pervertidos amantes. Le concedí la razón pues estaba en su legítimo derecho de exigirme el respeto que se merece un esposo… pero allí no cesó su enojo. Me negó el permiso para asistir a los festines que las brujas y las hadas oscuras en el Bosque Petrificado. Ordenó silenciar los himnos profanos y los cánticos de guerra blasfemos que cantaban mis devotos seguidores en el milenario círculo de piedras las noches luniplenas. Canceló las ofrendas sangrientas que mis feroces guerreros legendarios me obsequiaban y depositaban en los altares impíos de mi Templo Maldito que se levanta en el límite de la Noche y del Eterno Ocaso. Arrojó al Mar de la Eternidad las joyas y gemas que atiborraban las arcas de mi Palacio de Cristal, ricos obsequios de mis aduladores pretendientes. Trastocó todo mi Imperio… sólo respetó la biblioteca de mi Castillo de Invierno en mis feudos del Norte.

Cuando decidí darle la espalda en el lecho matrimonial reconoció su exceso, se disculpó y me prometió que me daría un obsequio que compensaría todo lo que había quitado. ¿Qué regalo podría ofrecerme Lucifer para compensar lo que la ciega furia de sus celos me había arrebatado?... ¿Qué pecado nunca antes cometido que me satisficiera y que no fuera una afrenta a su honor y orgullo podría inventar?... ¿Qué vino embriagador o delicioso manjar nunca antes degustado que deleitara mi paladar, canción o melodía nunca antes escuchada que me estremeciera de emoción, ofrenda o sacrificio nunca antes inmolado que me complaciera, joya preciosa o tesoro insólito nunca antes visto que me deslumbrara, grimorio prohibido o pergamino perdido en el tiempo que despertara mi curiosidad podría encontrar mi amado hermano y consorte para compensarme?

Sé que él buscó desde las alturas del Cielo iluminado hasta las profundidades oscuras del Mar donde duermen los Dioses Olvidados y más allá… en la lobreguez del Infierno donde el fuego eterno se ha congelado. Pero regresó sin haber hallado en lo bendito ni en lo profano un obsequio que ofrecerme. Se sentó abatido en las escalinatas polvorientas del Templo de la Desolación, abatido pero decidido a no devolverme lo que me había arrebatado.

Me senté a su lado con una copa de nepente en la mano y bebí un sorbo intentando convencerme que la eternidad no es demasiado tiempo. Recosté mi cabeza sobre su hombro y nos quedamos en profundo silencio hasta que cayó la tarde, entonces una estrella de pálida luz rutiló en el horizonte azul marino e iluminó su semblante sombrío. Lucifer sonrió, con una perversidad que no capté en ese momento, me besó y me dijo que finalmente había encontrado el obsequio perfecto.

Y ésa noche, sin duda maldecida por los ángeles castos, Lucifer me tomó de la mano y cruzamos las ignotas sendas astrales… llegamos a una alcoba, estaba en penumbras, las volutas del incienso de rosa y sándalo le otorgaban a la habitación un halo sacrosanto… adiviné la silueta de un hombre que dormía plácidamente en un lecho de sábanas blancas… pero para mí, la Reina de los Súcubos, no era el regalo más novedoso. ¿Por qué Lucifer me ofrecía a este hombre con tanta ceremonia?

Me incliné sobre el durmiente para ver su rostro, lo reconocí: El reflejo de mi hermano y consorte en el espejo de la Luna. Entendí, aunque a medias. Con dedos de hada taciturna acaricié su mejilla, una sensación extraña me recorrió entera como si estuviera cometiendo un sacrilegio con tan sólo acariciar el rostro del hombre que tan plácidamente dormía… y fue una sensación deliciosa. Me incliné sobre él y posé mis labios sobre los suyos, entre sueños él reaccionó entreabriendo los labios, bebí su aliento, fue un beso pero me excitó demasiado… una corazonada, un sobresalto… y me aparté del hombre que sonrió entre sueños esperando otro beso etéreo. Interrogué a Lucifer con la mirada y el me respondió: “Tiene nuestras esencias de Sol y Luna, es nuestro y puedes tomarlo cuando lo desees”.

La noche siguiente hice sola la visita nocturna. Bajo mi forma de lechuza blanca me deslicé en un rayo de luna y posé en el borde de la ventana de aquella habitación… contemplé al hombre que dormía desnudo entre las sábanas blancas, sobre el velador había una vela blanca perfumada. Me deleité recorriendo con la mirada su anatomía y los tatuajes que adornaban su piel, me llamó la atención uno en especial pues era el símbolo de los guerreros de Huaca Sian.

Tomé mi forma de dama blanca espectral y me incliné sobre su pecho, con dedos de seda acaricié sus párpados cerrados y algunos mechones de su cabello castaño… rocé mis labios con los suyos, su boca tenía un leve sabor de té, naranja y miel… aquel hombre me dejó hacer a mi antojo… me embriagué libando el vino más delicioso de su boca y disfruté de su cuerpo.

Después de haber pecado descubrí quien era: El Lucero de la Tarde que rutila con brillante luz azul inmaculada, una rosa inglesa de impolutos pétalos perfumados que creció en un invernadero… era nuestro hijo primogénito, fruto de nuestro amor incorrupto. Y Lucifer me lo entregó para que lo seduzca y lo arrastre a mis tinieblas con las caricias equivocadas de una madre enamorada.


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