in girum imus nocte et consumimur igni

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jueves, 7 de noviembre de 2019

El Aya Uma


Después de seis años trabajando en la ciudad Pablo sintió nostalgia por el pequeño caserío de la serranía en el que había crecido, tomó un bus interprovincial que lo dejó en el poblado más cercano, el resto del camino tendría que hacerlo a pie o si tenía suerte se encontraría con algún campesino que pudiera hacerle un lugar en su carreta.

Con su mochila al hombro y algo de dinero en el bolsillo que pensaba invertir en arreglar la cabaña de sus ancianos padres, empezó a caminar en el sendero de trocha. La alegría danzaba en su corazón a cada paso que lo acercaba a su querido terruño.

Cayó la noche y se sentó sobre una piedra para descansar un rato y buscar su linterna que tenía en la mochila. Entonces percibió un hedor y escuchó un silbido, la sangre se le heló en las venas recordando las historias sobre el aya uma que le contaba su abuela, una siniestra criatura cuya apariencia era la de una cabeza putrefacta que avanzaba emitiendo silbidos y dando saltos buscando una víctima, cuando la encontraba saltaba y se pegaba a su cuello para chuparle la sangre. Luego dejó escapar una risa, esas eran supersticiones de personas ignorantes y él ya no era un tonto muchacho de un caserío perdido. El hedor y el silbido tendría alguna explicación, tal vez un cazador furtivo arrastrando un animal en estado de putrefacción.

Prosiguió su camino pero al poco rato se vio sorprendido por un aguacero, afortunadamente divisó las ruinas de una iglesia y se refugió allí. Pasó una noche horrible, el viento aullaba y sacudía los tablones del techo de la precaria iglesia pero lo que más le aterraba eran los ruidos y silbidos que escuchaba... Y ese hedor insoportable. Cayó de rodillas y empezó a rezar como no lo hacía desde hace mucho tiempo.

Finalmente llegó el amanecer y la calma. Salió de su escondite y prosiguió su camino. Cuando llegó al caserío lo encontró en un estado deplorable, se podía oler la muerte en el ambiente. Corrió a la cabaña de sus padres y los encontró muertos con marcas en el cuello. Desesperado salió a la calle gritando su dolor... tocó las puertas de las demás cabañas y con horror descubrió que todos estaban muertos, excepto una anciana que encontró agonizando en un charco de sangre...

— Aya Uma — murmuró la anciana antes de morir entre sus brazos.

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