in girum imus nocte et consumimur igni

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martes, 22 de enero de 2008

Los Cuatro Caballeros de la Muerte

Los Cuatro Caballeros de la Muerte (1988)

Era una de ésas tardes en las que el ocaso es de bronce por las cenizas del verano y el bochorno vespertino nos vuelve perezosos y apáticos... para distraer mi caluroso aburrimiento tomé la Biblia y salí al jardín para leer sentada en mi escalera mientras que tomaba el fresco.

Cuando cayó la noche entré a mi casa, cené y no teniendo nada más que hacer decidí descorrer la cortina que cubría mi espejo y practicar sortilegios para conjurar a los espectros... disipadas las nieblas que cubrían el misterio el espejo me mostró una vasta llanura en donde cabalgaban cuatro jinetes: El primero era un guerrero con armadura de plata con adornos de oro, llevaba su rubia cabellera atada en una coleta y una espada rutilante en la mano, montaba un hermoso corcel blanco con crines de argento. El segundo era otro guerrero con una armadura dorada que contrastaba con sus largos cabellos negros, llevaba una lanza, una espada y un escudo, montaba un brioso caballo bermejo y lo seguía una manada de lobos. El tercero era un caballero vestido de negro con una insignia roja en el pecho, sus largos cabellos castaños que despeinaban el viento cubrían su rostro, llevaba solo un puñal al cinto y montaba un animoso caballo bruno. El cuarto jinete era el misterioso caballero que me visitaba, pero había cambiado su capa de tinieblas por una de piel de zorro y llevaba su espada al cinto, montaba su fantasmagórico corcel esquelético.

Borré la visión con un par de pases y conjuré otro sortilegio, tenía curiosidad de espiar a la princesa encantada de la torre de ámbar: Ella estaba tumbada en su diván de terciopelo granate vestida con un camisón negro y a sus pies su eterno enamorado, el joven guerrero que había conseguido la mística espada desafiando los secretos de la montaña de los hielos eternos.

Cubrí el espejo con un velo negro, me puse mi camisón y me acosté, esperaba, como todas las noches, a mi misterioso amante pero como lo había visto cabalgando por la llanura con sus camaradas imaginé que demoraría y decidí pasar el tiempo leyendo un libro que había dejado pendiente la noche anterior sobre mi velador pero me sentí envuelta por un cansancio zalamero, apagué mi lámpara, el chirrido de los grillos era una cortina musical persuadiéndome al sueño... dormida escuchaba el traqueteo de los cascos de los cuatro caballos como si quisiera meterse en mis sueños de castillos y muñecas, un relincho conocido se coló por la ventana de mi dormitorio, una mano gélida se introdujo ente mis sábanas buscando mis hombros desnudos, el vaho de su respiración anhelante en mi mejilla y un beso en mi cuello me hicieron abrir los ojos, le sonreí a mi amante y enlacé su cuello con mis brazos invitándolo a que me bese en los labios, él me besó y me dijo: “No te enojes pero he venido con tres compañeros”... entonces reparé en los tres espectros que eran los tres jinetes con los que lo había visto cabalgar en la llanura.

Tomé mi bata, cubrí mis hombros y le respondí: “No me enojo, me alegra de que me presentes a tus compañeros, los vi cabalgando en la llanura por la magia de mi espejo, diles que son bienvenidos... ¿por casualidad ustedes son los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?”... añadí en broma pero ellos me miraron serios y asintieron.

Pasada la primera impresión les sonreí hospitalariamente, mi amante se sentó en el lecho a mi lado y me dijo: “Nosotros preferimos llamarnos los Cuatro Caballeros de la Muerte... ellos me pidieron que los traiga para presentarte sus saludos, espero no haberte incomodado”

El primero en presentarse fue el caballero del corcel blanco, se acercó a mi, hizo una reverencia y me dijo: “Yo soy el Guerrero del Trueno... mi reino está en el norte, manejo el aquilón y mi poderío es sobre todas las criaturas que habitan en los bosques y en las cavernas de la tierra”

El segundo en presentarme sus respetos fue el caballero del caballo bermejo, me saludó con aire marcial y me dijo: “Yo soy el Guerrero del Fuego... mi reino está en el sur, manejo el austro y mi poderío es sobre todas las criaturas infernales que habitan en el fuego”

El tercero en saludarme fue el caballero del corcel bruno, con una sonrisa afable me dijo: “Yo soy el Caballero de los Mares... mi reino está en el oeste, manejo el céfiro y mi poderío es sobre todas las criaturas que habitan en las aguas”

Después de ésa presentación no me parecieron tan espantables y le dije a mi amante: “Ustedes representan a los cuatro puntos cardinales, los cuatro vientos, los cuatro elementos... eso te deja a ti el reino del este de donde sopla el euros y la potestad sobre todas las criaturas que habitan en la bóveda aérea... entonces tú eres...”

Un relámpago azul cortó mis palabras, un frío glacial invadió la habitación y el gélido vapor se condensó para dar forma a un espectro conocido: El joven guerrero de dorados cabellos... vestía un elegante traje de terciopelo negro con galones de plata, saludó a los cuatro caballeros quienes correspondieron su salutación con afecto y me dijo: “Saludos mítica princesa... he venido a presentarte mis respetos”

Yo le manifesté: “Yo te conozco, te he visto con la princesa de la torre, eres el Guerrero de la Luna de los Hielos... ¡felicitaciones por haber conseguido la mística espada!... veo que eres compañero de los Cuatro Caballeros, ¿eres tú el hidalgo quien representa a La Muerte?”

Y él me respondió: “La Muerte es una dama que se viste de nieblas, sus ojos son un cielo que de hermosos matan, ella es la princesa encerrada en la torre... yo la amo con locura y desenfreno... mi vida le he consagrado, mi muerte ella ha dictaminado y por eso a tus pies vengo a poner mi espada pues en éste mundo tú llevas el misterio de sus ojos en tu mirada”

Mi amante añadió: “Mi amor, tú sabes que eres una con la luna, es La Muerte quien te ha atado con sus mágicos hilos... ahora debemos de marcharnos... no temas caminar en el sendero oscuro pues yo te llevaré de la mano”

El Guerrero de la Luna desapareció entre nieblas, los cuatro jinetes montaron sus corceles y se marcharon.

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